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El hombre que fue Jueves, de Gilberth Keith Chesterton

El hombre que fue Jueves, de Gilberth Keith Chesterton
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Carlos Román García

La discusión entre Gabriel Syme, poeta de la legalidad, el orden y la respetabilidad, con Lucian Gregory, poeta anárquico, cuyo argumento central decía que “ el artista es uno con el anarquista; son términos intercambiables. El anarquista es un artista. Artista es el que lanza una bomba, porque todo lo sacrifica a un supremo instante;
para él es más un relámpago deslumbrador, el estruendo de una detonación perfecta, que los vulgares cuerpos de unos cuantos policías sin contorno definido”, inicia el viaje deslumbrante del primero por las entrañas de la organización anarquista de Londres, en la que le toca jugar el extraordinario papel de ser el Jueves en su Consejo General, integrado por siete hombres, uno por cada día de la semana. Lo que empieza como una novela policiaca se va convirtiendo, por el tono de las ideas éticas y políticas discutidas, en un relato filosófico en el que la lucha de contrarios se expresa en las acciones de los miembros de esa organización secreta. Syme encarna la condición del curioso que descubre una aventura que le da sentido a su vida y Gilbert Keith Chesterton, el autor de El hombre que fue jueves, elabora una trama que sintetiza de manera perfecta el traductor de la edición que tengo a mano, Alfonso Reyes, quien dice del autor y de la obra lo siguiente: “El paganismo, según Chesterton, propone a todo conflicto una solución de falso equilibrio: el justo medio de Aristóteles. El paganismo es conciliación, o, mejor dicho, transacción. Cierra los ojos a las debilidades humanas, para evitar, al menos, que estallen en males irremediables; para ver si se componen solas con ese optimismo rutinario de la naturaleza. Pero el cristianismo es guerra declarada y franca, y dondequiera aparece como una espada que parte en dos. El cristianismo, diríamos, es la filosofía de la izquierda. El cristianismo resuelve los conflictos, haciendo luchar directamente las dos fuerzas extremas y antagónicas, para que se salve lo que ha de salvarse; haciendo chocar el bien y el mal; haciendo arder —lado a lado y sin transición— el fuego blanco del Cielo y la llama roja del Infierno. Hay, pues, que combatir”.

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