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Sobre la mediocridad del estilo

Sobre la mediocridad del estilo
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Carlos Álvarez

El ser humano siempre ha tenido la necesidad de rebajar la virtud para vindicar fines personales; para Samuel Johnson la persecución de cualquier porción de la virtud en cualquiera de sus manifestaciones, consiste en gran medida de algo accidental o de una causa mediocre. En cuanto al estilo, en términos de Johnson, se trata de una insistencia del sentido común por establecer límites en industrias que son irreductibles.
Octavio Paz dice lo siguiente en el “Arco y la lira”: “La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad, o al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento.” Su opinión no es prescriptiva, pero adolece al no considerar la más sustancial de las formas literarias, y es que hay que ser suficientemente vanidoso para no admitir que el lenguaje su mucho más oscuro de lo que las operaciones de la razón pudieran mostrar y mucho menos benigno de lo que nuestros frágiles preceptos son capaces de ocultar.
Henry Newman declaró lo siguiente en su discurso sobre la literatura: “Hecho y expresión son partes de algo mismo; el estilo es un pensamiento fuera del lenguaje.” Para Newman la literatura no puede ser rebajada a símbolos verbales, ni a palabras; a su consideración la literatura consiste en pensamientos y el lenguaje es un pretexto. Herbert Spencer consideró que para encontrar la fuente verdadera de placer que las artes escritas son capaces de ofrecer, debemos hacer a un lado la cadencia y el ritmo; Spencer habla de un principio vital situado en el sentido común y provisto por la parte más generosa de la Naturaleza.
Cualquier procedimiento racional puede considerarse una ventaja duradera en la medida que se diseñe una ciencia que no considere el lenguaje algo inmanejable. Spencer dijo que la mejor de las suertes para el estilo era crear una ciencia de la enunciación. Benveniste diseñó con lo que Spencer fantaseó; persiguió fines exclusivamente lingüísticos, y las artes literarias se han vanagloriado en un sentido similar al que la virtud puede alimentarse del mal.
Las composiciones más alegres han gozado de prescindir de las mecánicas operaciones de la retórica y del estilo. La proporción es absolutamente necesaria en la percepción de lo que es justo y lo que es elevado. El estilo está más apegado a lo irregular que a lo natural; la jactancia es uno de sus mecanismos, y a menudo no tiene otro efecto más que el de provocar admiración y adulación.

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