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Sobre el repudio de razones ajenas

Sobre el repudio de razones ajenas
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Carlos Álvarez

Cicerón consideró que una paz sin acechanza goza de la mejor de las suertes para ser perseguida, y no por ser esta la opinión de un hombre justo pudieran sus daños estar sepultados por cualquiera que sea el honesto provecho que los pensamientos pudieran sacar de ella; lo mismo dijo Quevedo de la opinión que tiene Seneca sobre darse muerte con tal de no morir, que por más que sea la opinión de un hombre estoico, no es la idea estoica de ninguna parte; lo mismo Johnson dijo de Lipsio, que así como este defendía que el ánimo debía tonificarse para no sufrir de la sensibilidad que todo lo entiende sufriendo y nada goza entendiendo, que solamente podía estar está idea en el pecho y la mente de un hombre con una sensibilidad desmedida y que sufriera tanto el ignorar lo que quiere, como el entender lo que le gusta. 
De todo esto me gustaría suponer que el sentir ardor por recibir una opinión contraria a las nuestras, puede deberse a dos motivos: sea no entender lo que sabemos, sea no saber lo que puede ser entendido; dura empresa y cargada tanto de excusas raras como de causas falsas decir que no entender lo que sabemos degenera nuestra experiencia y adultera las circunstancias al punto de no poder prescindir de la credulidad y el prejuicio que nunca deja de tener lugar en nosotros para formar juicios que fomenten cuidados y provechos fuera de lo común; yo diría que así como el exceso de firmeza permite que una excusa pueda emplearse más de una vez para justificar miserias que a lo lejos parecerían contrarias, así la falta de buen entendimiento impide que los ardores, los accidentes y los defectos puedan ser defendidos de forma honesta cuando menos una vez. Decir que el resentimiento por no tener la razón es propio de la muchedumbre es ir bastante lejos; pareciera que no tener la razón es el peor de los accidentes que pudiera sufrir el ser, al punto que pareciera que en el limitado arsenal de facultades que la voluntad tiene permitido emplear para la reflexión de los preceptos naturales, el no saber tener la razón es la más enorme traición que ningún ser debería afrontar; no me atrevería a decir que más vale saber tener la razón, que entender cuando no la tenemos, porque mil veces preferiría entender en medio de un acierto del pensamiento que las causas de las razones más loables siempre están guardadas más en los objetos del capricho que en un esquema de felicidad verdadero.
T.E. Lawrence dijo lo siguiente en sus pilares de la sabiduría: “Ruego a Dios que las gentes que lean este relato no lleguen nunca, por mero amor al brillo de lo extraño, a prostituirse y a prostituir su talento sirviendo a otra raza.” Muy pocas personas tienen razones suficientes para considerar que el odio racionado hacia otra raza haya ejercicio una influencia positiva en la extracción de principios y preceptos de las no siempre provechosas apariencias; dudo con mucha honestidad que el entendimiento de una persona no sea conducido por lo menos una vez por las fuerzas del instinto, y relacione los errores promovidos por curiosidades y obstinaciones tan generales como puede ser el tormento y la agonía, para apreciar como una causa general los elementos particulares de una raza.
Poca alegría provoca al lector que un tema sea tratado del modo distinto al que se piensa, y luego se entienda la misma industria del mismo modo que antes se le ignoraba; pienso que es muy ambicioso declarar que una sola sea la razón que pueda explicar las causas por las que sentimos vergüenza y desdén cuando nuestro juicio no es apreciado positivamente; pienso que es lamentable creer que una sola persona puede ser dueña de esta opinión; pienso que es ambicioso buscar entender por qué no somos entendidos porque es lamentable perseguir tener la razón; pienso que no es lamentable buscar tener la razón cuando no es nuestro único fin, y que tampoco es algo ambicioso apegarse a los preceptos a han dado a más de uno la razón en diferentes circunstancias. 

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