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La última palabra / La Feria

La última palabra / La Feria
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Sr. López 

Allá en el Toluca de mediados del siglo pasado, el orgullo de tía Pepina era que en el piso de su casa se podía hacer una cirugía; esa era una de sus obsesiones, la otra era repetir su divisa: “no me importa el qué dirán”. Mientras su casa refulgiera de limpia, no le alteraba el pulso “el qué dirán” y lo que decían era que tío Ernesto, su esposo, era un gran cornudo, ella una gran güila y que sus dos hijas -Pepina chica y Susana-, eran como la mamá, nada más que solteras. Toda su vida siguió igual de limpia y de lo otro. La dejó el tío, sus hijitas la obsequiaron con tres nietos con padre indeterminado, y ella, sola y vejancona, trapeando sus pisos y repitiendo: -¡Qué digan misa! -y decían. 

Usted está enterado: ogaño, oponerse a alguna iniciativa de reforma constitucional del Presidente, equivale a ser traidor a la patria, él lo dice con insistencia. 

Ojalá nadie vaya a Palacio Nacional con el chisme de que la traición a la patria se menciona en la Constitución una sola vez (artículo 108, párrafo segundo, referido en exclusiva al Presidente de la República, quien “podrá ser imputado y juzgado por traición a la patria”), por lo que no necesita reformarla y con su sola mayoría simple en el Congreso, podría modificar el Código Penal Federal, para adicionar en alguno de los artículos que tratan de los delitos contra la Seguridad de la Nación y la Traición a la Patria -123, 124, 125 y 126-, algo así como: 

“Se impondrá pena de prisión de treinta y nueve a cuarenta años y multa de no menos de cien millones de pesos, al mexicano que cometa traición a la patria al oponerse oralmente o por escrito a cualquier iniciativa de reforma legal presentada por el Ejecutivo Federal; y para el caso de legisladores del Congreso de la Unión o los congresos locales, las penas se aplicarán además de por oponerse, por criticar o no aprobar por aclamación y con dispensa de trámite la iniciativa de que se trate”. 

Mientras no se haga esa reformita tan sencilla, queda en intento de agravio, llamar traidores a la patria a los legisladores que con razón o sin ella, se opongan a las iniciativas presidenciales. 

Por cierto, hay quienes consideran que ya en este plan, bien podría algún aguerrido legislador entusiasta de la cuarta transformación, proponer al Congreso emitir una ‘Ley para Aliviar las Penurias del Pueblo y de la Patria’, una ‘Ley Habilitante’ como se conoce a este instrumento, que permita -legalito-, que el Presidente asuma las facultades del Congreso federal y los estatales en todo lo referido a los decretos necesarios para realizar la cuarta transformación de México y al bienestar de los mexicanos sin las limitaciones que pudiera imponer la Constitución. Se ha hecho antes y funcionó… bueno, funcionó para los patrióticos objetivos de un tal Adolfo Hitler, que así le hizo para ser el dictador de Alemania, con la aprobación de su Congreso. Lástima que esto necesitaría también el voto de dos terceras partes del Legislativo… a qué tanto remilgo… qué tanto es tantito… ¿o no confían en nuestro Presidente? 

El otro camino es dejar las cosas como están y asumir con decoro las molestias que significa respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan, sin considerar que es un cuento eso de que la ley es la ley. Más nos vale. 

Y lo de ‘más nos vale’ es porque mientras se consumó la heroica gesta de reservar para el Estado la explotación del litio (que no tenemos dinero ni tecnología para explotarlo); mientras algunos legisladores morenistas amagan con publicar los nombres de los diputados que se opusieron a la reforma eléctrica; mientras el Ejecutivo encuentra la manera de instalar al INE bajo su ala protectora; mientras se las ingenia para que la Guardia Nacional sea parte del ejército; mientras termina de festejar la inauguración del aeropuerto Felipe Ángeles; mientras se nos olvida que el avión presidencial no se vendió… mientras, México va de bajada en temas tantito importantes. Mire usted: 

A fines de marzo pasado, publicó El Financiero los resultados de una encuesta en la que el 54% de los mexicanos considera que el poder se ha centralizado en el Presidente y una tercera parte no cree que México sea una democracia. 

Se puede dudar de ello, pero resulta que hay indicadores de entidades internacionales en las que salimos mal calificados. El Bertelsmann Transformation Index, de Alemania, cataloga a nuestro país como una “democracia altamente defectuosa” y afirma que el mayor deterioro “en los últimos años”, se da “muy notoriamente la libertad de expresión y la separación de poderes”. El Democracy Index 2021, de la revista inglesa The Economist, dice que “la democracia en México está en descomposición”. Y la muy importante ONG yanqui Freedom House, en su reporte de 2021, nos clasificó como un país “parcialmente libre” y nos califica muy mal en libertad de prensa, tomando en cuenta la violencia contra periodistas. Es interesante que algunas de estas entidades consideran que lo que sí funciona muy bien en México, es el INE. ¡Vaya! 

Uno, especializado en ser mexicano, de veras no ve tales deterioros, considerando lo que fue nuestra democracia todo el siglo pasado (y la libertad de prensa de entonces que era un chiste). Pero en el exterior son otros los estándares y es triste que ni veamos cómo andamos de mal. 

Otra cosa que de verdad debe decirse, es que tal vez influya en la imagen del país ante el mundo, la locuacidad presidencial. Declarar diario y de todo, sería un reto insuperable hasta para Aristóteles, los resbalones son inevitables. Y más cuando machaca con unos cuantos lemas -que no temas-, como su asegurar contra toda evidencia que ya no hay corrupción en México o que ya es “un hecho irreversible la revolución de las conciencias”… por lo que ya transformó a México y que digan lo que digan los que dicen, él ni los ve ni los oye y para eso tiene sus otros datos. Sí. 

La única medicina para estos casos es el simple paso del tiempo y que la realidad como siempre, tenga la última palabra.

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