Carlos Román García
Luego de una prolongada sesión en El Abajeño, a donde fuimos a curar las penas de una larga borrachera en El Garabato el día anterior, el poeta Joaquín Vásquez Aguilar y yo caminamos al Teatro de la Ciudad Emilio Rabasa para asistir, pese a nuestro lamentable estado, a la función correspondiente de la muestra internacional de cine: Lola, de María Novaro. Como llegamos casi a punto de empezar la función ocupamos lugares separados por dos filas. Empezó la proyección y en una escena, la protagonista dialogaba con un teporocho en una cancha callejera. Sin importarle el público, Quincho me grito desde su butaca: vos, Carlos, ¿qué ese no es el Cargapalito? Es, vos, Quincho, le contesté. El actor era Javier Molina, quien sumó ese oficio a los que ya ejercía con autoridad y talento, la poesía y el periodismo. Conocí a Javier en casa de Jorge Mandujano y ahí empecé a apreciar los rasgos de su personalidad que lo separaban de los modos afectados de la mayoría de los artistas e intelectuales, su infinita capacidad para la ironía, su absoluta falta de condescendencia con la mediocridad y su humor fino y agudo, tanto como su poesía y tan certero como las notas culturales con que vistió durante largos años periódicos y revistas. Hace unos días Carlos Miranda me preguntó si Javier seguía vivo. Le contesté que sí y le conté cómo, debido a la acusación de unos malos vecinos, la policía municipal que había llegado a su casa a detenerlo por narcomenudeo, rompió la puerta y no se llevó mayor cosa porque los “elementos” no encontraron más que libros y cuadros. Vino una disculpa pública del ayuntamiento y la reparación del daño. Lo recordaré menudo, con las manos en los bolsillos del pantalón, libros o periódicos bajo el brazo y una indefensión aparente que desaparecía con sus primeras palabras. “En la noche la música me dice que los astros giran / y la hierba es alta como la serenidad del campo”, escribió Javier, estupendo poeta cuya breve obra, ajena a la publicidad mediática, prevalecerá entre las más importantes de su generación.
Ladera del Cañón del Sumidero,