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Sufrimiento inútil / La Feria

Sufrimiento inútil / La Feria
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Sr. López

 

Los abuelos, doña Virgen (la de los siete embarazos) y don Armando (el militar), estuvieron casados 57 años. No se hablaron los últimos 50. Jamás nadie oyó una discusión entre ellos, ni vio un mal modo. Cada uno tenía su recámara. “Gracias” y “por favor”, era lo más que se decían. Uno estaba acostumbrado y veía normal que fueran, el uno para el otro, transparentes, ingrávidos y gentiles. Él, un caballero, un señor de aquellos que ya no se estilan, guapo de dejar paradas a media banqueta a las señoras que con ojos de plato y boquiabiertas, lo veían con envidia por la calle. Ella, punto menos que santa y medio punto menos que tonta de sanatorio, de joven fue “la belleza” de Toluca: dedicó su vida a rezar, cocinar e ignorar a su esposo. Su hijo mayor, tío Armando, muy inteligente y por lo mismo con gran sentido del humor, dijo en el funeral laico de su papá, el querido abuelo, que su mamá era la primera mujer a la que se le moría el marido y no era viuda, y sonreía tristón. Sí quién sabe que fue eso, huracán sin viento, guerra sin hostilidades, algo, pero no un matrimonio. Cuando mucho después, murió la abuela ya cerca de los cien de edad, alguien dijo: -¡Qué desperdicio de vidas! –eso sí fue, un desperdicio.

 

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (evangelio según Mateo -5,9-, aunque vaya usted a saber quién lo escribió). Sin sorna podemos suponer que nuestro Presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, bien podría quedar en la historia como “El Bienaventurado”: este 31 de enero ha declarado el fin de la guerra contra la delincuencia organizada. O sea, diría Gironella, ha estallado la paz.

 

La guerra, esta absurda guerra que oficialmente ya ha terminado, empezó el 11 de diciembre de 2006. Guerra que colocó a México como el país más violento del mundo (BBC Mundo, Juan Paullier, Ciudad de México; 10 de mayo 2017), con excepción de Siria (que está en guerra civil desde 2011).

 

Ha terminado esta guerra que al mes de mayo del año pasado, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública y el Inegi, causó un total de 250,547 de muertos. Guerra que al día de antier, nos costó, solo del lado de nuestros agentes del orden, cerca de 2,500 policías muertos, 500 militares (más 200 desaparecidos), 175 marinos, 8 suicidios, 305 afectados mentalmente por “stress postraumático”. Y del lado de los delincuentes, cerca de 80 mil fiambres. Los demás difuntos no se sabe qué eran, pero la mayoría, población civil inocente. Habría que sumar los miles de cadáveres no contados, los miles de desaparecidos de los que no se sabe nada, ni la cantidad, ni si tienen que ver con la guerra o no.

 

Si el movimiento perpetuo es imposible, como prueba la física, lo que sí es posible es el desorden perpetuo, como prueba nuestra historia. México, un gran país, no lo dude, y al mismo tiempo, apoteosis del despelote. Y la guerra contra la delincuencia organizada no iba a ser la excepción. No lo fue. De lo poco que está claro es que el gobierno, nuestro gobierno, fue madre y padre de esta tromba de sangre.

 

Esta guerra era imposible de ganar, sin frentes ni combatientes formales del lado de la delincuencia. Nadie lo puede dudar, esto tenía que terminar. Ya terminó, las declaraciones de ayer del Presidente de la república, fueron muy claras:

 

“No hay guerra. Oficialmente ya no hay guerra, nosotros queremos la paz, vamos a conseguir la paz (…) No se han -sic- detenido a capos, porque no es esa nuestra función principal. La función principal del gobierno es garantizar la seguridad pública. Ya no es la estrategia de los operativos para detener a capos (…) lo que me importa, el bajar el número de homicidios, de robos, el que no haya secuestros, eso es lo fundamental, no lo espectacular. Se perdió mucho tiempo en eso, y no se resolvió nada (…) Yo llamo a la población de Guanajuato, a toda la gente, y a la población del país para que no se proteja a la delincuencia, que no se toleren estos actos, no debemos ser cómplices”.

 

Partes de esas declaraciones se podrían discutir y se discutirán. Lo que importa es aceptar que eso no iba a ningún lado.

 

Pero… al terminar una guerra, uno gana, otro pierde. Si solo se suspenden las hostilidades la guerra no terminó: se declaró una tregua o se acordó un cese al fuego para negociar la paz.

 

En México no sabemos qué ha sucedido para poder decir que la guerra ha terminado, pero terminó, del lado del gobierno, terminó. Ya era hora, ahora es hora de… ¿de qué?… ¿desperdiciamos la vida de miles y miles de agentes del orden, de militares, marinos e inocentes?… ¿las torturas inimaginables -inimaginables- que sufrieron nuestros policías y militares fueron inútiles?… ¿los mares de llanto de sus deudos se evaporarán, quedarán en sus mejillas como rastro seco de sal, y simplemente se olvidarán?… ¿los miles, cientos de miles de huérfanos de policías, militares e inocentes, qué?… ¿vamos a reconocer oficialmente el sufrimiento y valentía de nuestras fuerzas del orden?… ¿se hará el monumento nacional que merecen?…¿prevalecerá lo corrección política de denostar a los que enfrentaron las balas?… ¿aquí no ha pasado nada?

 

Seriamente, esta es la única salida aunque no salgamos de nada, porque suspender la persecución de capos no se traduce automáticamente en disminución de la violencia, eso depende de ellos, de que dejen de competir por territorios y mercados; porque suspender la aprehensión de capos, no detiene como por ensalmo sus otras actividades productivas: secuestros, extorsiones, cobro de piso, control de municipios… Por eso, lo más probable es que ahora sí haya estallado la paz.

 

Queda esperar la reacción del tío Sam, al que hay que explicarle que haremos del Plan Mérida. Queda pendiente de ver el efecto que tendrá entre los capos. Queda pendiente saber a qué se va a dedicar la Guardia Nacional. Declarar unilateralmente que la guerra ha terminado no es un conjuro que exorcice los demonios que andan sueltos.

 

Cuánto sufrimiento inútil.

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