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Sobre unos versos de William Morris

Sobre unos versos de William Morris
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George Moore decía en una epístola llamada “Reminiscencias de los pintores impresionistas”,  que por ser dueño de un solo cerebro para pensar, que lo disculparan por no tener otro modo para escribir; imploraba que sus lectores tuvieran la seguridad que los descaros de sus ligerezas no le impedían admirar un artista como un hombre; alegaba que ningún ser exento de religión y de moral podía preocuparse lo suficiente para sentir satisfacción de las cosas por el mero hecho que acontecieran; deberíamos ser menos quisquillosos y mucho más negligentes con el cuidado de nuestra parte educada para declarar para nadie más que nuestra propia constitución, que solamente un crédulo podría prestar suficiente atención a los engañosos hechos del presente. Los rudimentarios mecanismos de la memoria los permiten considerar que todo lo que ha pasado hace poco más de una hora es más una falsedad que motivo de conocimiento. 
Hay un poema de William Morris que señala la inconsistencia de cualquier idea de prosperidad elevada; ofrezco una versión adulterada e incompleta al castellano:

De firmes brazos, Amor, tus fines
y de duros fines los anhelos;
ya por loas, causas, y dolores,
Corazón, razones son tus celos.

Esté la deshonrada esperanza
de mal y porfía alimentada,
serán los tiempos de alivio estanza,
y penas por olvido vindicada.


Moore señaló en su mismo ensayo que el objeto y el triunfo del naturalismo era competir con el pintor; desafortunadamente ninguna obra en ningún tiempo ha estado tan falta de magnanimidad como para representar algo aburrido como la realidad; el triunfo -dice Moore- del simbolista, era elaborar arduos y severos pasajes en los que ninguna idea corresponde a las nociones y los sentimientos comunes que han encantado a la humanidad por mucho más tiempo del que un solo pueril y desquiciado ingenio podría encargarse de entender; la prosperidad se las ha ideado para que las pasiones más prósperas del sentido público tengan elementos para apreciar que el simbolismo y el naturalismo reparan en el inconsistente vicio de considerar que lo ordinario es algo extraordinario porque es algo complejo.
Borges juzgó fría la poesía de Morris; Reyes prescindió de ella como algo valioso; en otro pasaje valdrá la pena hacer un esbozo más elaborado de algunos de sus versos; en general, diría que en la obra del inglés se encuentran severos pasajes que vindican los elementos más pueriles de la inocencia, del desdén, la ambición, de la esperanza, del error y del destino, que ninguna elaboración simbólica o naturalista se ha visto atraída de representar.
Para elaborar un enunciado ingenioso una persona debería prestar mucha atención a sus propios detrimentos con suficiente moderación e intolerancia. Más de una persona estaría de acuerdo en considerar que nuestros propios sentimientos son los objetos más adecuados para ser vindicados; una parte más considerable del mundo consideraría que quien esté insatisfecho por cualquier composición alegre de sus pasiones y de sus afectos está más cerca de ser repudiado que tolerado; muy pocos poetas como Morris son capaces de declarar que lo obvio es mucho más oscuro de lo que la mejor labrada de nuestras opiniones sobre nuestro propio conocimiento podría tolerar.

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