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Se van a mojar / La Feria

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Sr. López 

En 1986 tío Daniel tenía un Chevrolet del 47 que daba lástima, con remiendos en toda la carrocería, pintado a brocha por él mismo, los asientos forrados con tela para cortinas, el parabrisas de vidrio para ventanas pegado con mastique y un motor que cuando funcionaba, ahumaba el barrio. Más avaro que pobretón, decía: -Con lo caro que está todo y este todavía sirve, es cosa de darle una arregladita -languideció el coche estacionado frente a su casa, cayéndose a pedazos. Cuando el tío murió, tía Cata, su viuda, antes de llamar a la funeraria, pidió una grúa que se llevara el coche. 

Desde hace décadas, nuestra clase política insiste en reformar la Constitución, hacer nuevas leyes y modificar las existentes, que es como repintar una carcacha. La estructura que constituye la nación (por eso se llama Constitución), requiere ser rehecha, no retocada, no reformada: rehecha, recreada. Así de tosco. 

La mayoría de la población, mayoría tan grande que es casi unanimidad, es ajena al asunto, por esa nuestra indiferencia ante la política y los políticos, sin ver que afecta la vida individual de cada uno, pues no puede funcionar razonablemente el país con el manual de instrucciones que se redactó en 1917, nuestra actual Constitución, hecha para un México que ya no existe, en plena guerra civil, sin partidos políticos, con otros problemas, en otro contexto doméstico e internacional, con casi la décima parte de la población actual pues al término de la Revolución se estima había en el país 14.3 millones de habitantes y hoy andamos en 130 millones sin contar la masa inmensa que ya huyó del país (certificado indiscutible del fracaso de una nación, cuando sus habitantes emigran por millones buscando lo que su patria no les ofrece, no les garantiza). 

Hubo un ambicioso intento de reformar integralmente al país durante el salinato (1988-1994), con profundas reformas en los campos económico, laboral, energético, agrario, educativo y de salud, junto con un nuevo modelo comercial que fue la inserción formal de México a la economía de los EUA (el TLC, hoy T-MEC). 

Cuentan los que dicen que saben, que en lo político ese proyecto preveía la creación de un nuevo partido hegemónico (con su propia clase política y su nueva clase empresarial), para el que hasta nombre tenían: Solidaridad. Y que también incluía una modificación radical de la Constitución que permitiría la reelección presidencial, lo que requería de más tiempo, razón de la imposición del salinista incondicional Colosio, primero, luego Serra Puche y después, algún otro leal relevo (de los del ‘carro compacto’ del que se hablaba entonces), para preparar el retorno triunfal de un Salinas apenas sesentón (pero habiendo mangoneado él y los suyos, toda una vida al país). 

Eso explicaría que pasó lo que pasó: el asesinato de Colosio, el estallamiento de la “guerra” del EZLN y el ascenso de Ernesto Zedillo, encargado de terminar del demoler el salinismo. Y como al Salinas le tenían respeto (y miedo), se tomó como rehén a su hermano Raúl, teniéndolo preso 10 años, se amagó a su hermana Adriana con cárcel, se persiguió y aprehendió a uno de sus principales financieros (Espinoza Villarreal). Nada para cuidar el himen patrio, sino como reacción de la oligarquía del país para conservar el “status quo” a su favor. Como fue. 

Lo que no calculó ninguno fue que el Zedillo se iba a tomar muy a pecho la tarea y arrasó no solo con el salinismo sino con el priismo… y llegó don Fox, luego Calderón, 

seguido de Peña Nieto, que de priista tenía lo que el Papa Francisco de bailarín de flamenco. 

Y esa manía contra el PRI del Zedillo, bendito sea el Dios en que cada quien crea, consolidó al entonces Instituto Federal Electoral, hoy INE, gracias al que llegó a la presidencia de la república quien hoy vive y despacha en Palacio Nacional. Si usted es de los que no entiende el rencor del Presidente contra el INE, es ese, saberse beneficiario de un instituto ciudadano que custodia y otorga el triunfo a quien lo obtiene, cuando su deseo es pregonar a los cuatro vientos que él solo consiguió la victoria, a pesar de todo y especialmente del INE; es un Sigfrido que forjó su propia espada y con ella mató al dragón, él solito; todo lo que se diga de un INE sólido y eficiente, que garantiza nuestros comicios, lo ofende. 

Como sea, tenemos en el Ejecutivo federal a quien tenemos y para sorpresa de los que se toman la molestia de informarse, no llegó al cargo para cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan, sino a lo que tanto repite: a transformar al país y hacer una revolución de las conciencias, todo a nombre del pueblo, del que él es el único portavoz. 

Ese su hablar del pueblo y hablar por el pueblo, haría recomendable definir por su parte qué entiende por ‘pueblo’, porque cualquiera piensa que todos somos pueblo, pero no, al menos los de la clase media, no; tampoco los intelectuales, los científicos ni los universitarios con post grados; cuantimenos son pueblo ni lo representan los partidos que se le oponen, esos son traidores a la patria. Parece que nuestro Presidente concibe al pueblo como el resultado de sumar a unos cuantos empresarios muy petacones, la comalada de pobres del país. Pero, quién sabe. 

Y así, ya estamos sin resultados en el cuarto año de gobierno, con dos bíblicos fiascos: la inseguridad pública y los desatinos en el sector salud. Lo que queda de sexenio no alcanza para resolver, empezar a resolver, ambos desastres. El IMSS sustituye al Insabi que sustituyó al Seguro Popular y no será la institución garante de la salud de los mexicanos, sino el argumento para encubrir en el discurso y solo con palabras, el desamparo nacional. Mal asunto. 

Sería deseable que el próximo Presidente asumiera un papel transicional de su gobierno, convocando a una asamblea nacional constituyente, con todos, para cambiar el modelo y reencontrar el rumbo: el mapa de 1917 ya no sirve para nada. Eso o el Diluvio… y el cielo se está nublando, se van a mojar.

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