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Raphael Tunesi / A Estribor

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Juan Carlos Cal y Mayor

La muerte del empresario hotelero italiano, Raphael Tunesi, es una herida profunda para quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo. En mi caso hace unos 13 años. En mis reuniones con los prestadores de servicios turísticos en todo el estado visite a mis viejos amigos hoteleros de Palenque, Miguel Sanchez, Diógenes y Luis Estrada.

Ellos me llevaron al hotel boutique de “el italiano”. Ahí me recibió Raphael que hizo de la visita toda una aventura arqueológica emulando a Indiana Jones. Unas siete suites con estándares de calidad y una decoración tapizada de glifos mayas tallados en piedra caliza. Un lugar mágico. Me sorprendió la profunda admiración y el conocimiento de un extranjero sobre la cosmogonía maya palencana. No es de extrañar.

Fueron extranjeros los que descubrieron Palenque para el mundo. La primera visita de un europeo a Palenque fue la de fray Pedro Lorenzo de la Nada en 1567. En aquel entonces la región era conocida por el pueblo chol como Otolum o ‘Tierra de Casas Fuertes’, por lo cual lo tradujo como “Palenque” (palabra proveniente del catalán palenc) que significa ‘fortificación’.

En 1807, el dibujante Luciano Castañeda hizo planos de la ciudad. Con la información de los reportes de las últimas expediciones, y conteniendo grabados basados en los documentos de Bernasconi y Castañeda, el primer libro sobre Palenque fue publicado en Londres en 1822, con el título Descriptions of the Ruins of an Ancient City, discovered near Palenque (Descripción de las ruinas antiguas descubiertas cerca de Palenque).

Désiré Charnay fue un explorador, arqueólogo y fotógrafo francés, famoso por sus fotografías de las antiguas ruinas. De hecho, se le considera el pionero de la fotografía arqueológica. En 1863 publicó “Ciudades y ruinas americanas: Mitla, palenque, Izamal, Chichén-Itzá, Uxmal”. De Chiapas, el aventurero afirmó que además de la falta de bestias, los equinos “no pueden franquear los senderos a pico”, razón por la cual, y él mismo lo comprobó, “en toda la montaña, los indios hacen el oficio de bestias de carga”.

Fue en el año de 1840, cuando John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood un explorador, dibujante, arquitecto y fotógrafo inglés, llegan a la impactante ciudad que, en 1730, había sido descubierta por el licenciado Antonio Solís, encargado del curato de Tumbalá, quien residía con su familia en el poblado de Santo Domingo de Palenque. Juntos publicaron el libro “Incidentes de viajes a Centroamérica, Chiapas y Yucatán”, en 1841, con textos de Stephens e ilustraciones basadas en los dibujos de Catherwood.

Frans Blom, de origen danés, realizó su primer viaje a Palenque en abril de 1922, cuando todavía trabajaba como líder explorador en la compañía petrolera “El Águila”. Blom escribió un ensayo que sería publicado por el INAH hasta 1982, con el título “Las ruinas de Palenque, Xupá y El Encanto”. Dedicó su vida a tratar de preservar la selva lacandona junto a su esposa la fotógrafa suiza Gertrude Duby.

Entre 1949 y 1952, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), envió a un equipo de excavación e investigación, encabezado por el arqueólogo mexicano Alberto Ruz. El Howard Carter mexicano descubrió bajo el Templo de las Inscripciones, la tumba de Pakal el Grande (K’inich Janaab Pakal), considerada la más importante hallada en toda el área mesoamericana.

Palenque prosperó en El Clásico Tardío entre los años 600 y 800 dC. Después de su abandono se había hundido en siglos de naturaleza tropical al grado que para entonces se desconocía quiénes habían sido sus habitantes, en qué y cómo habían aparecido y desaparecido.

De entre todos los vestigios del mundo maya incluyendo a Mesoamérica, Palenque no solo es espectacular, sino testigo de una cultura fascinante cuyo legado se preserva gracias a quienes han dedicado su vida a investigar y documentar su historia. El famoso Rey Pakal -y ahora la reina roja o madre- es el equivalente al Tutankamón del mundo Maya.

Todo eso atrapó a Raphael Tunesi quien conocía como muy pocos la dimensión e importancia de Palenque. Publicó interesantes textos en revistas especializadas con dibujos suyos sobre los glifos mayas que conocía a la perfección, al igual que la lengua chol de origen mayense que hablaba con fluidez. Tenía un baño de Temascal y un perro azteca, el xoloitzcuintle que se paseaba entre nosotros. En un pequeño lago atrás del hotel había un cocodrilo que un día sin más, devoró a su pequeña mascota a la que adoraba. Desde entonces Raphael le declaró la guerra durante semanas hasta que terminó cazándolo.

A cada uno de sus amigos, visitantes y huéspedes los hacía sumergirse en el inframundo maya de tal manera que su experiencia fuera un aprendizaje y no solo una selfie con el templo de las inscripciones a sus espaldas. Amaba en serio la cultura maya. Su esposa, hoy viuda, no era europea, sino una mujer como él quería con ascendiente maya de la región. Con ella procreó a sus hijas mestizas a las que, por cierto, unos días antes de su fatídica muerte llevó a conocer el mundo jurásico en Disney.

Hizo una pequeña edificación con forma de pirámide a un costado de la entrada de su hotel. No sé si en broma o en serio, al menos a mí me comentó que sería algún día su morada eterna. Leí sin embargo que lo sepultaron en el panteón de Palenque. Espero algún día pasar a visitarlo y brindar con él allá donde se encuentra. Quizás algo como la cámara funeraria de Pakal quien edificó su propia tumba sobre un sistema de canales que representan el camino del difunto gobernante hacia el inframundo. Descansa en paz fratello italomaya. Te recordaremos siempre…

PD. Al momento de concluir estas líneas líneas me entero de que ya detuvieron a sus presuntos asesinos. Que se haga justicia, aunque eso no nos lo va a traer de vuelta.

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