
Manuel Ruiseñor Liévano
Desde que en 1821 con la consumación del México independiente fue creada la Secretaría de Relaciones Exteriores, la diplomacia mexicana ha tenido varios momentos capitales a lo largo de su historia, en los cuales nuestros representantes acreditados en embajadas, consulados o ante organismos internacionales, han tenido un desempeño generalmente satisfactorio en su cometido, en virtud de su andamiaje profesional, experiencia, estatura intelectual , lo cual los ha hecho estar a la altura de los retos del tiempo que les tocó vivir.
Ya sea en la defensa de la soberanía, la promoción de la paz mundial, la promoción ó la difusión de la cultura nacional, entre los episodios más destacados se cuenta la defensa de la integridad territorial ante las invasiones extranjeras, la promoción del desarme nuclear y la participación activa en organismos globales encargados de la salud, la educación y la cultura, la agricultura y la alimentación., la economía, el desarrollo y los derechos humanos, sólo por mencionar algunos tópicos.
Así, vimos vimos brillar las figuras del propio presidente Benito Juárez y Matías Romero durante la intervención francesa. O la del diplomático Alfonso García Robles como activo defensor del desarme nuclear con la creación del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina.
Antes, habría que subrayar el proceso de institucionalización de la Cancillería, efectuado durante el gobierno de Porfirio Díaz, cuando la Secretaría de Relaciones Exteriores se consolidó como un despacho con mayor capacidad de gestión y preparación de sus funcionarios, sentando las bases para una diplomacia más profesional.
Lamentablemente, al convertir los sucesivos gobiernos federales a la representación de México en el exterior en una suerte de destierro o recompensa para cierta “clase” política y según fuera el personaje en cuestión, el servicio diplomático de carrera fue sepultado por esa tómbola de castigo o beneficio.
Recuérdense aquí los “destierros voluntarios” de los ex presidentes Echeverría, Díaz Ordaz ó el del banquero Cabal Peniche. Así también y ya entrados en el presente siglo, los premios para los gobernadores priistas aliados a Morena de cara a la elección del 2018, a efecto de que fueran a parar a embajadas en el exterior.
Con esos antecedentes, la construcción de las relaciones internacionales de México no siempre ha salido avante en la creación y fortalecimiento de los lazos de cooperación con diversos países.
Por otro lado, la diplomacia cultural posrevolucionaria ha jugado un papel importante en las relaciones con el mundo con personajes como Jaime Torres Bodet, quien al término de la Segunda Guerra Mundial y para honra de la nación, fue el primer director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la ciencia y la Cultura (UNESCO) de 1948 a 1952.
Un cargo para el que la presidenta de la república designó a un tal Juan Ferrer Aguilar, de triste y cuestionable paso por el Instituto Nacional de Antropología (INAH), como responsable administrativo del sitio arqueológico de Palenque.
Ferrer Aguilar fue además titular del desaparecido INSABI, al cual la Auditoría Superior de la Federación (ASF) practicó auditoría aún en suspenso, indiciado por la compra a sobreprecio de pruebas, mascarillas y ventiladores durante la atención de la pandemia del COVID-19.
A diferencia del ensayista y poeta Torres Bodet, premio nacional de Ciencias y Artes, premio Mazatlán de Literatura y Medalla Belisario Domínguez, así como miembro de El Colegio Nacional, la Academia Mexicana de la Lengua y de la correspondiente a Bellas Artes, Juan Ferrer no es más que un burócrata de segundo nivel al cual acaso se le está compensando su lealtad a toda prueba al pasado gobierno federal.
Un caso similar, en razón de los igualmente oprobiosos y lamentables precedentes en su carrera en el servicio público, es el que encarna Hugo López Gatell, ex subsecretario de Salud en el sexenio anterior y quien también a propuesta del gobierno federal, es el nuevo representante de Mexico ante la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Vaya forma de fortalecer la presencia de la nación en el orbe. La mayoría de los mexicanos recuerda con indignación el papel del científico López Gatell en el manejo de la pandemia, y que por esas “virtudes” entre las que se encuentra su lealtad al proyecto de la Cuarta Transformación, ahora es recompensado con su designación ante la OMS.
¿Surrealismo político? Evidentemente no. Es otro atropello más en contra de la dignidad y el mérito que requiere llevar sobre los hombros el ser representante de una nación de la profundidad y el relieve históricos que tiene México y que no merecen ser dilapidados.
Tampoco se puede reducir a la Secretaría de Relaciones Exteriores al mero papel de agencia de colocaciones del gobierno en turno, a efecto de premiar a sus correligionarios del pasado ciclo sexenal de gobierno. Así lo hicieron los priistas del antiguo régimen.
Destaca en esa dirección el ex gobernador de Chiapas, Rutilio Escandón Cadenas, desde el año pasado “flamante” Cónsul General de México en Miami. Lo subrayamos, porque recientemente fue visto en visita a tierras chiapanecas exhibiendo no sólo lujo y derroche, sino confirmando que la política mexicana no tiene remedio al emplear esos espacios de representación ante el mundo como meros destinos para hacer turismo y acaso nada más.
Recapitulando, Escandón Cadenas hundió a Chiapas en la violencia, la inseguridad, el miedo, el rezago educativo y una pobreza galopante que dejó a centenares de miles de chiapanecos sin acceso a la salud. ¿Usted cree que es válido emplear ese sistema de lealtad-subordinación / premio-recompensas?
López Gatell, por su parte, dejó como legado en Salud casi 800 mil muertes de mexicanos y personal del sector durante la pandemia del COVID. Juan Antonio Ferrer Aguilar sólo tuvo bajo la manga ó en su currículo el hecho de ser tabasqueño y paisano de ya saben quién. Todo parece indicar. Tal y como reza un conocido adagio: “ amor con amor se paga”.
Acaso no resulte exagerado decir que para la 4T lo esencial no son los resultados, la capacidad, la inteligencia o la calidad moral, sino la sumisión y la obediencia, en esa perversa cuanto abyecta tarea de designar representantes del gobierno mexicano en el exterior, cual si se tratara de un asunto —insistimos— de premio y complicidad.
Si alguna cuestión han tenido en la historia las representaciones mexicanas en el exterior, ésta ha sido la calidad de los ungidos y la contribución de su legado al prestigio de México.
Nada más pensemos en Alfonso Reyes, embajador de México en Brasil y Argentina, junto a una destacada pléyade de grandes mujeres y hombres como Octavio Paz en la India, Carlos Fuentes en Francia y la inolvidable Rosario Castellanos, acreditada en Israel.
A nuestro parecer, el Estado mexicano no está para otorgar consolaciones ni salidas decorosas y menos para realzar lealtades a quienes incumplieron su responsabilidad pública.
No se vale ni ética ni moralmente, porque eso degrada a la nación, somete a las representaciones en el exterior a la mediocridad en un mundo tan complejo y conflictivo como el actual, donde las trincheras mexicanas deben nutrirse con los más aptos.