
Carlos Álvarez
La crítica más reciente se ha inclinado a creer que no hay nada nuevo en las artes, y la crítica aún más vieja no se cansó de decir que no era posible que algo fuera propiamente arte. En esta diferencia que en las artes se promueve de lo nuevo y lo viejo existe una insatisfacción soportable hacia cualquier lado que una escuela de crítica se incline; por el lado de lo que es viejo, hay una necedad intolerable de considerar que es insuperable, lo cual nos orilla al descuido más insoportable de creer que lo nuevo alguna vez ha servido de algo; por el lado de lo nuevo, hay una idea indigerible que va en torno a la poca satisfacción que nos puede ofrecer un objeto que no figura en nuestro sentidos más inmediatos del día; esta idea es hacedora del prejuicio que recrimina la existencia de las generalidades y ha terminado por destruir todo tipo de contento que solo podemos recibir en nuestra cavilaciones más irresponsable de nuestro sentido. Cada quien tiene el derecho a complacerse como mejor le aventaje el sentido sobre los otros, y posee cierta obligación a no consultar en vano el daño que ha ejercido sobre quienes poseen sentidos más engañososy no gozan de las mismas oportunidades que quienes mantenemos nuestra malicia en forma.
Lo anterior parte de la idea de que me resulta tan nueva la crítica de Boswell y Lamp, como vieja la de Pound y Wilde; considero que algo viejo sea anticuado, y no considero que lo anticuado sea precisamente negativo; Pound se encuentra tan cercano a los griegos como Boswell de nosotros; de hecho, considero que el rasgo más negativo de Pound es que se anticuado, mientras que por la única virtud por la que puedo mancharme las manos y el nombre en defender a alguien como Boswell, es precisamente el hecho de ser anticuado. No puede parecerme más inoportuna la declaración que un cínico puede hacer de un abuso, de lo que me resulta obstinado que un ser pretenda no decepcionar a nadie. Todos los lectores tienen la libertad de leer lo que quieran, y el hecho de que muchos de ellos no tengan la oportunidad de entender que lo que quieren es casi siempre lo que pueden, significa que nuestras elecciones menos engañosas son, o bien una esclavitud muy decente, o un hecho que prueba cuán intrascendente es nuestro albedrío. Pound escribe en el comienzo de “How To Read” que las instituciones del entendimiento de su siglo fueron engorrosas e ineficientes; para alguien que consideró al hombre algo lo suficientemente serio como para perder la cabeza en busca de un verso que pudiera vindicar la idea de que el hombre es además algo admirable, se podría entender que si alguna pasión le repugnaba no era precisamente porque fuera repugnante, sino que de hecho era agradable. En alguno de sus pasajes llamado “El artista serio” podemos encontrar ideas como estas: “Nada peor para un hombre que saber que es un canalla, y saber que alguien más lo sabe.” “El artista serio es el que está, o suele estar lejos del vulgo agreste como el científico serio.” “La mejor arte debe ser forzosamente parte del buen arte.” Entiendo que para convencer a un lector, porque no hay otro motivo de escribir si no es para vangloriarse de convencer a los demás de lo que pensamos, debemos hacer el uso de juicio sencillos para conmover, exaltar y manipular.
Creo que hay una diferencia para nada secreta entre razonar de manera sencilla y hablar de forma simple. Hasta donde yo creo, todo autor tiene la libertad de elegir hablar de los temas en los cuales se sienta más capacitado de herir y hacer sangrar a un mayor número de gentes sin que el sistema de entendimiento en turno le haga sufrir alguna dificultad civil o moral. Yo no diría que ninguno de estos es el caso de Pound; como poeta no me atrevería a creer que no sabía elegir los temas en los cuales estaba plenamente dotado con las mejores de las imágenes mentales; tampoco me queda una sola duda sobre su capacidad insuperable como poeta, precisamente porque no he leído jamás uno de solo de sus versos. Mis escrúpulos no obedecen el pudor y la decencia de quienes podrían declarar lo que sea de cualquier persona sin que le hayan ofendido; de hecho, las estructuras de mi razón suelen obedecer los engranes del orgullo y la desidia; lo único que los salva es que en mi persona no existe la fatal necesidad de los estoicos de rebajar todos los agravios a un favor tolerable, ni figura en mí razón la capacidad de los cínicos para descreer mis propios entendimientos; estas condiciones me orillan a despropósitos que me complacen mientras mantienen mi imaginación entretenida, y a su vez me priva de la vanidad que los autores usan para sacar provecho de ideas que no entienden para hacerse de méritos no saben disfrutar, y me colocan en cierta posición en la que ninguna acción del público, por más heroica o malévola que sea, pueden deteriorar mis intereses si no son algo que pueda estudiar en mi propia persona y comer mis pasiones con más éxito.
Si algo puedo juzgar de Pound no es el hecho de que entienda muchas cosas, porque esto en realidad es un vicio condenable; y para el bien de sus críticos la virtud más esencial de Pound radica en que suele ignorar las industrias más relevantes para el entendimiento; si algo puede reprochársele es que las pocas cosas en las que su entendimiento puede ofrecernos un progreso considerable en el conocimiento de la naturaleza de nuestras emociones, sean las que menos le interesan. Escribe que un clásico no se define por obedecer una serie de preceptos, sino por ser fresco; hasta dónde sé cualquier autor obedece una serie de preceptos; muchas veces estos preceptos no son del todo claros, y generalmente estos preceptos no significan una amplitud en el contento que estamos acostumbrados a recibir de las artes.
La idea de creer que el lector es capaz de entender cualquier cosa que pase por nuestra mente antes de llevarla al papel, combinada con la idea de que la defensa de preceptos está enemistada con las creaciones de la imaginación, fabrican lo que podemos entender como un culto a la solemnidad. La crítica que podemos apreciar de Pound en el “ABC of Reading” es la impresión de un niño que ha encontrado en cualquier tema el propósito suficiente para emplear su ingenio en la construcción de todo tipo de versos. Todos los poetas, sobre todo los más grandes, tienen que ser suficientemente infantiles para observar con ternura las partes más estúpidas de la existencia; todos los escritores, sobre todo los más serios, tienen que ser lo necesariamente optimistas para no observar con alevosía las sensaciones humanas más negativas. Si algo puede salvar a un escritor que no le interesa mucho la seriedad de los temas que aborda, es la honestidad con la que someta sus pensamientos a los aspectos más generales de los comportamientos públicos; si algo puede restar mérito a un escritor serio es su incapacidad para admitir que la mayoría de nuestros juicios son eventualmente estúpidos.
Es un hecho que muchas de las obras más loadas por la humanidad tienen el rasgo de ser solemnes; es una cuestión aún más obvia que muchas de las obras que la humanidad ha olvidado con más facilidad han sido solemnes antes que cualquier cosa. La solemnidad tiende más a la angustia y la insensibilidad que al contento; afortunadamente no está en mi oficio, ni en mis posibilidades racionales, estudiar cuáles son las pasiones más útiles para la sociedad, ni ha estado en mi deseo entender qué tan práctica es la virtud del reparo y la decencia. No estoy a favor de defender cualquier actividad que participe en la creación de alegrías más inmediatas, pero en el caso de las artes nada puede impedir más el divertimento, que es uno de los requisitos universales, si no es la devoción a lo solemne.