Carta del doctor Hernán León a Roberto Chanona referente al texto de Reflexiones al alimón

Con el doctor Hernán León en el restaurant La Casona en 2025.
Querido Roberto, te leí no con los ojos, sino con la herida.
Lo que escribiste no es solo una confesión, es un espejo: nos pone frente al alma con todas sus fracturas, pero también con la posibilidad de su reconstrucción. Escribes desde un lugar profundo, no solo de pensamiento, sino de transfiguración. Por eso, más que analizarte, me siento llamado a responderte, como quien le habla a un viejo amigo que se atrevió a poner en palabras lo que muchos callan.
Todo parte de una frase del poeta Rumi, que no es una cita al azar, sino un temblor inicial: Un alma que no esté vestida con el ropaje interno del amor, debiera avergonzarse de su existencia. Y sí, porque lo que no se ama, se olvida, se endurece o se muere. De ahí parte tu recorrido: no el de una lección aprendida, sino el de una conciencia que despierta.
Cuando hablas del perdón, no lo haces desde la superioridad moral, sino desde la intemperie del que ha sufrido y ha tenido que sentarse frente al río —como tú lo hiciste en el Doubs— a soltar el peso de su historia. Perdonar a un padre que eligió la muerte, a una madre que eligió el deber económico, no es fácil… pero tú lo hiciste no para justificar, sino para soltar. Porque entendiste que el odio es una copa de veneno que uno mismo bebe con puntualidad de relojero. Y soltar, como tú lo dices, es nacer de nuevo: no más héroe, sino más hombre; no más máscara, sino más alma.
Me conmueve cómo entrelazas tu vivencia con las voces de los grandes: Sartre, que te recuerda que ser feliz también es una elección, aun con el dolor encima. Platón, que te guía como maestro silencioso a mirar más allá del cuerpo, más allá del deseo, hacia esa belleza que no muere: la del alma, la de la justicia, la de las ideas que elevan. Esa cita del Banquete no es ornamento, es fundamento: porque tú no estás hablando de amor romántico, estás hablando de amor como vía de redención, como filosofía vivida.
Y cuando nombras la adicción, la conmiseración, el ciclo que se hereda como maldición… ahí tocas un punto clave: el alma que no se mira termina huyendo. Pero tú no huiste. Te sentaste contigo mismo, te desnudaste y volviste a habitar otro nombre. Es por eso que cuando afirmas que quien bucea en el inconsciente es un valiente, yo te creo. Porque tú lo hiciste.
Cierras con Rumi, como empezaste, y con Sabines entre líneas. Y en medio, dejas que José José también diga lo suyo: todos saben querer, pero pocos saben amar. Porque querer es tener; amar es perderse. Amar es —como tú lo escribes— poner el corazón en la mesa sabiendo que puede ser devorado. Pero el verdadero amante, el que ha renacido, no teme ser herido: ya no está huyendo, está entregado.
En resumen, tu texto no se resume. Se respira. Se camina. Es un acto de desnudez y filosofía, de cicatriz y esperanza. Es un grito silencioso que dice: Aquí estoy. He perdonado. He cambiado. He amado. Y al leerte, también uno se pregunta si es capaz de hacer lo mismo.
Gracias por este viaje de palabras. Has logrado lo que muchos no se atreven: escribir con verdad. Y cuando uno escribe con verdad, no hay análisis que no termine siendo también confesión.
Hernán León