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Camisa de fuerza / La Feria

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Sr. López

 

La guapísima tía Lucero se casó a los 16 años, contra los consejos de toda su familia y todo Autlán, nomás porque estaba muy enamorada: antes de que naciera su primer hijo ya estaba separada. Estuvo así dos años y como se volvió a enamorar, contra toda convención social de la época (tiempo del Pricámbrico clásico, años 50 del siglo pasado), se casó de nuevo aunque nomás por lo civil (ya vivía en el entonces D.F.); en ese matrimonio, en cinco años, llegó a dos hijos más y a su segunda separación. Repitió el numerito de enamorarse y casarse otras tres veces y tuvo otros dos hijos. A esas alturas y habiendo llovido tanto (cinco divorcios antes de los 40 de edad), dijo que ya no creía en el amor, y con los demás señores que vivió no se casó y ya no tuvo hijos (le dejaron de llevar la cuenta en el décimo caballero). La abuela Elena una vez comentó: -“Estaba mejor cuando se tenía que enamorar, acabó en güila que no cobra” –pues sí, de algún modo.

 

En las elecciones del 1 de julio se derrumbaron todos los partidos políticos dignos de portar esa denominación: PAN, PRI y PRD. Aparte de la moquetiza impía que les puso AMLO en la elección presidencial, en la elección de diputados federales quedaron mucho peor: AMLO, 37.24%; PAN, 18.06%; PRI, 16.37%; PRD, 5.35%; y en la de senadores, por el estilo (AMLO, 37.52%; PAN, 17.71%; PRI, 15.78%; PRD, 5.36%)… en ruinas. La inmensa mayoría de la gente, desencantados de la democracia y los partidos, ha depositado todas sus esperanzas en un solo hombre, AMLO.

 

Por tal motivo ya dio inicio la batalla carroñera al interior del PAN y del PRI, por los restos de esos partidos (en el PRD no se ha sabido nada, pero los Chuchos se encargan, no se preocupe, ellos lo revitalizan, ya ve qué bien van). En el PAN, el C.Anaya pretende quedarse con ese antes respetable partido; en el PRI hay un pleito a navaja de ambiciones y ajuste de cuentas. Está bien, por uno, que se maten.

 

La foto de este momento político no permite ninguna duda: AMLO gobernará todo el país, no Morena, no se equivoque, AMLO, que su partido no es todavía partido, en todo caso “movimiento”. Y el PAN, el PRI y el PRD, quedaron en lo que son: casi nada. Dirá usted que no le importa… bueno, está bien, pero se le recomienda que le importe: sin partidos políticos no somos viables como país democrático.

 

En principio, es de suponer que AMLO con el olfato político que tiene y lo hábil que es esa arena, gobernará de aceptablemente bien, a bien y con tantita suerte, muy bien. Eso es bueno. Pero si no se reconstituyen uno o dos partidos serios, nos andamos arriesgando a la repuesta en escena del más viejo y tradicional PRI, volver al “régimen de partido”, y eso, visto está, no le incomoda al capital.  ¡Híjole!

 

No es responsabilidad de AMLO: a él no toca vertebrar partidos (o un partido), de oposición; él tiene sobrado qué hacer y si se va a poner a pensar en partidos, lo hará por el suyo, para que realmente lo sea, que le falta formar cuadros de liderazgos responsables y de servidores públicos con ética de servicio; que su ideología esté bien definida y la conozcan las mayorías; conseguir la interlocución entre los grupos de interés, socializar la política; y de todo ello, a fin de cuentas, conseguir legitimarse como representante de un sector de la sociedad, legitimando así los triunfos electorales por venir. No es poco lo que le falta.

 

No se espante, pero más nos vale (como nación), que Morena se consolide así. En un país en el que la democracia real es todavía una aspiración, con su ciudadanía desarticulada, en situación tan desigual, tan desencantada de los partidos y la política (que es sinónimo de transa y trampa; por eso la “gente decente” no participa), la alternativa para un movimiento como Morena, es acabar en facción (del latín “factio”, a su vez del “facere”, el hacer), que facción en política tiene mal tufo, usado siempre para referirse al grupo que maniobra, manipula y monopoliza la cosa pública en su propio interés… por si le recuerda el “cuatachismo” de los otrora grandes partidos.

 

Y eso no es suficiente: más nos vale que haya más partidos políticos aparte de Morena, cuando lo sea. México no se ha desarrollado homogéneamente (el Sur sigue olvidado y del Centro hasta la Frontera Norte, son otros países), ni tiene una real tradición democrática, lo que facilita la implantación (el regreso), del régimen de partido único y la creación de una nueva clase dominante, con lo que significan ambas cosas de uniformidad ideológica casi forzada, falta de armonía entre los distintos intereses de la sociedad y que Morena, queriéndolo o no, monopolice la estructura estatal en la que se incrustaría hasta acabar siendo vía única para acceder a los cargos públicos que definen el manejo de la cosa pública (ahí léase “Partidos políticos y democracia”, de Jaime F. Cárdenas Gracia; Colección Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, núm. 8; IFE, primera edición, febrero de 1996).

 

Eso le pasó al PRI, por eso en fecha tan lejana como 1977 el gran don Jesús Reyes Heroles, siendo un muy priista secretario de Gobernación, impulsó (¿impuso?), una reforma electoral, acompañada en 1978, de una amnistía general a los guerrilleros y opositores de izquierda, y de esa manera consiguió al “sistema” algo de legitimidad, incorporando a la competencia política a los disidentes, fomentando la existencia de verdaderos partidos de oposición. Y esa apertura le regaló paz al país. Si no se aprovechó en bien de la nación, si los partidos de izquierda se canibalizaron, si los de derecha y centro le tomaron gusto a las malas mañas del viejo PRI, eso ya fue cosa de ellos, por don Jesús no quedó.

 

El peligro es real. No está en manos de AMLO. Es asunto de los políticos no morenistas, la ley es clara y está abierta a la competencia democrática. Ojalá y el desastre general que les significaron estos comicios los haga reaccionar, quedaron hechos trizas y si ni esto los hace comportarse, será que están de camisa de fuerza.

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