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Alvarado y los amigos de mi padre

Alvarado y los amigos de mi padre
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+ Tiempos de amistad y convivencia…

+ La alegría de convivir con ellos en casa…

+ ¿Quiénes eran y dónde quedaron?…

 

                        Ruperto Portela Alvarado

         Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- La vida transcurre como el agua por su cauce sin que nos demos cuenta de lo que vamos construyendo para el futuro. Somos hojas al viento que casi nunca sabemos dónde vamos a parar. Somos juguetes del destino –como dice la canción—que nos movemos al vaivén de las circunstancias.

         Una vez repetí la vieja frase de que “el destino del hombre –y la mujer—son producto de las circunstancias”. Me criticaron los compañeros del curso en el que participaba y me dijeron: ¿entonces qué haces tú para forjar tu futuro? La verdad, nada; nunca planeé mi vida y la fui aceptando como se me fueron dando las circunstancias. Viví y dejé vivir. Digo siempre, que la fórmula infalible de ser feliz es no practicar sentimientos negativos; “ni odios, ni envidias ni rencores”.

         Por eso en el recuerdo me vienen nombres e imágenes de quienes fueron algunos de los amigos de mi padre Celedonio Portela Sánchez y con quienes convivió en aquellos tiempos de los años 60s cuando yo ya tenía conocimiento de las cosas. Quiero recordar a don “Julio Melena”, que no sé su nombre de pila completo. Me acuerdo que era quien cobraba los recibos de la Asociación “Mutualista” y “La Unión”, de la que era miembro mi señor padre.

         Las sesiones mensuales o extraordinarias se celebraban en la parte alta del edificio “Mutualista”, donde había un museo de animales disecados y vivía una familia con las que vivió un tiempo mi primo José María “Chema” Tiburcio. En la parte de abajo y en la esquina estaba la farmacia “Mutualista” que atendía de manera amable y pulcramente vestido de blanco, don Virgilio Azamar, de quien siempre creí que era el propietario de ese negocio. Enfrente, la imprenta de Bernardo Hernández, quien luego fue Presidente Municipal.

         Don “Julio Melena” era un hombre fornido, no muy alto,  que vivía en el barrio de Belén  e iba de casa en casa de los socios a cobrar las mensualidades y las cuotas extraordinarias por enfermedad o fallecimiento de alguno de ellos, que a veces eran hasta de cinco pesos. En “La Mutualista” estaba el consultorio del “Médico del Pueblo”, Antonio “Toño” Camacho, cuando todavía se le solicitaba fuera al domicilio a atender a algún enfermo. Nadie se ha de olvidar de él por aquellos cánticos de fin de año del “Pobre Viejo” que lo mencionan: “dice Camacho que tiene el ojo gacho, pero lo que tiene, pero lo que tiene, que anda bien borracho. Dice Camacho que tiene sarampión, pero lo que tiene, pero lo que tiene, ataque al corazón”.

         Otro amigo de mi papá Celedonio fue “Chebo Reyes”, un señor alto de gafas que si no me equivoco trabajaba en la oficina de correos y telégrafos; también era del barrio de Belén. Con él conseguíamos las alforjas viejas de lona para las bases de nuestros catres, cuando todavía no llegábamos a camas, como muchos alvaradeños. De alguien que me acuerdo mucho es de un señor al que le conocían como “El Negro Pituri” (quizá de apellido Molina Campos); todo un personaje que me imagino sabía de trigonometría plana y fórmulas matemáticas porque lo veía manejar números, trazar y dibujar triángulos, rectángulos, cuadrados y otras formas geométricas que utilizaba para cortar gruesas piezas de fierro o acero con soplete especial.

         No me olvido de Ricardo Lara, el que manejaba el camión cervecero de la “Casa Lara y Leal” llamado “La Maruza”, que   viajaba a Orizaba a cargar producto y aprovechaba para traerle a mi papá, material para la zapatería: suela de cuero, neolite, tacones; a veces vino de uva de la región y la cebada que mi madre Gregoria Alvarado Valerio nos ponía encima del arroz con frijoles como nutrimento.

         Ricardo Lara vivió siempre en la esquina de Ignacio de la Llave y Calle Victoria, en una casa de calzada alta, a una cuadra del mercado, donde ahora está una tienda de frutas y verduras. Más abajito vivió don Antonio “Toño” Palacios, extraordinaria persona de oficio radiotécnico (cuando la radio estaba en su apogeo allá por los años 60s y 70s) a quien mi papá le mandaba a componer “muy seguido” un radio negro marca “Majestic”que nos duró tantos años que una vez se le calentó un bulbo y empezó a derretir la parte de atrás del aparato que era de plástico. Pero nos los dejó bien.

En ese radio que don Toño Palacios reparó tantas veces, oíamos programas como “Ensalada Popof” con Agustín Barrios Gómez; “Automovilismo” con Rodolfo Sánchez Noya; “Tres Patines”, las noticias de la XEU de Veracruz con don Ernesto Díaz Reyes y don Luis Olán y Aguilera, quienes también tuvieron un programa a las siete de la mañana llamado: “Escuche y Aprenda”. No nos perdíamos por la tarde noche, “El Risámetro” con “Mr. Kelly” y el show del “Dr. I.Q.”. Por supuesto que también las novelas: “Una Flor en el Pantano” y “El Ruiseñor del Barrio” con Silvia Derbez, entre otras bastante populares como “Kalimán”“Porfirio Cadenas, El Ojo de Vidrio”.

Amigos también fueron “Bartolito” que era peluquero y Feliciano “Chano”hermanos de doña Catana Márquez que vivían al terminar la escarraplana de la calle madero entre Aldama y Netzahualcóyotl, vecinos de doña Josefa Herrera; y hacia abajo había una casa donde vivió una señora a la que le decían “La Nana” que creo era la mamá de extraordinario pelotero alvaradeño Ramón “El Abulón” Hernández. En esa misma casa que estaba frente a la de “Lola La Chachagua” y junto a la de Javierito Tejeda, vivió y tuvo su taller de puros, un señor que no dé de donde llegó o si era de Alvarado, pero que yo lo veía como enrollaba las hojas de tabaco.

El otro peluquero cercano a  mí papá fue “El Niño Gil” que cortaba cabello en el corredor de Sindicato de Pescadores y estibadores, ubicado en Ocampo y Guerrero. Ahí también “pelaba” mi tío Cecilio Sánchez y enfrente vivía mi tía Juan Sánchez Sánchez y su madre que le decíamos “Mama Rosa”.

Entre las amistades que llegaban a la casa y a veces se tomaban un chapo con mi papá, estaban “Marejera” que era compañero en la pesquería; “La Pantera”, también pescador, de quien me quedó el recuerdo de cuando subía por la calle Madero ya a “medio chiles” de briago con sus gritos de batalla: “es muy fácil ser veracruzano; pero muy difícil ser alvaradeño” o ya en la calle Netzahualcóyotl les decía a los estudiantes: “los aguiluchos de la ESBA”. Viene a mis recuerdos, Agustín “Cardenal” Yépez Herrera, quien hizo famosa la frase: “Pa´que lo venden”, cuando le dijeron que ya dejara de tomar; o en otra ocasión, cuando atajaba la pared y recomendaba alejarse porque creía  se iba a caer, en su delirium etílico.

Fue Ricardo Tiburcio todo un personaje. No recuerdo bien si fue panadero, pero tuvo una pesquería donde participaba mi padre, Celedonio Portela Sánchez y varios de los que antes mencioné como “Marejera” y “La Pantera”. Ricardo era un tanto folclórico con sus chispazos alegres. Cuando se tomaba sus alipuses y regresaba a su casa por toda la calle Madero desde la ribera Juan Soto, venía alegremente cantando, Una vez  en las fiestas de la mojiganga se cortó el pelo como un Cherokee, dejándose sólo una raya de pelo en medio de la cabeza.

Dos de los hijos de Ricardo Tiburcio estuvieron ligados a nuestra familia como Antonio Tiburcio Enríquez, “Mamailla”, quien trabajó mucho tiempo en la estación del Ferrocarril que estaba a la entrada del barrio La Fuente y luego se quedó como patrón de la pesquería de su padre. Fue compadre de mis papás y padrino de mi hermano David. El otro fue Felipe Tiburcio Enríquez, “Felipe El Loco”, con quien tuve muy buena amistad, igual que con su hermano Ricardo “Caito” y sus hermanas: Lilia, Alicia “Licha”, Lupita y ahora con Rosy Tiburcio, hija de Licha. “Felipe El Loco” se dedicó más al ganado y la carnicería que heredó después a su hijo.

Aunque poco llegaban a la casa, recuerdo a Toto y su burro color café con el que cargaba y hacía mandados. Era muy común que alguna persona –como mi papá—que se quedaba en la ribera a tomarse unas “chelas” y mandaban el encargo a sus domicilios con Toto. También “Chano Pucho” el de la carreta, quien nos llevaba a domicilio las naranjas o el hielo para los raspados o Tello que vivía en la calle Galeana al lado de doña Matilde y Nelón Sánchez, quien también hacía encargos con su carreta jalada por un caballo. De esa generación de carretoneros solo quedó Tachito, que ya nunca supe más de él ni de ellos. A lo lejos me acuerdo de un señor al que le decían “Caseca”, que no sé si era apodo o su apellido.

No me puedo olvidar de “Chano El Jefe”, que vivió junto a la casa de don “Pepe Cachimbo” Ferrer, al lado de doña Rosaura “Chaura” Rojas, hermana de Marino, Marinay Mario, en la calle Madero, frente a la de “Los Chiruchos”. “El Jefe”, como le decían a Chano –hermano de Rosa, Lupe y Esperanza— le gustaba libar y de vez en cuando darse un toque, pero como todos en esa época, era muy tranquilo y respetuoso.

Recuerdo a “Chano El Jefe” porque un día avisaron de su muerte a causa del tétano que le había producido una herida en el pie por una clavada con un hueso de puerco, que le paralizó la quijada y el cuerpo. Se murió, pero como a la hora revivió para narrar su paso al otro mundo y regresar cuando todo se le hizo obscuro y se fue por un túnel hasta llegar a un lugar iluminado que lo trajo de vuelta. Es del primero y último que sé de su muerte y que regresa a la vida. Ese es “Chano El Jefe”.

Puedo acordarme de mi primo “Pancho Polín” que era un excelente trompetista que algunos dicen que lo enseñó a tocar mi padrino Felipe Zamudio Mora, “Felipete” y quien tocó en casi todos los grupos, sonoras y conjuntos que hubieron en aquellos tiempos, como el “Puerto Rico” y “Los Tigres del Jazz”.

Quiero anotar también que “Felipete” fue un personaje importante en la historia mundana de Alvarado y los alvaradeños. Se desempeñó con destacado nivel en la actividad de ganadero, como músico tocando la trompeta que le enseñó a ejercer a varios jóvenes de la época, pero, especialmente se hizo torero, que sin lugar a dudas ha sido el único alvaradeños en este deporte, que además, tuvo la oportunidad de alternar con el Curro Rivera en la plaza improvisada en el Parque Deportivo “Miguel Alemán Valdez”.

Aunque fueron muchos los amigos de mi padre, he mencionado algunos y seguramente quedarán otros solo en el recuerdo. Uno de ellos es “Angelito Cuzú”, un jovencito de “gustos diferentes” que vivía contra patio de nuestra casa en la calle Galeana. Se le oía cantar como un verdadero ruiseñor, con aquella voz de oro que imitaba al niño cantante español “Joselito”, sin esfuerzo alguno. Llegaba a visitarnos y se ponía a cantar con mucho garbo de artista en ciernes. Ya no supe qué sucedió de él.

Era visitante de la casa, un señor que se decía nuestro tío al que le conocían como “La Ricardona”. Persona de mucha educación y un excelente cocinero, como también “Procopito” que decían se dedicaba a la brujería. Una anécdota cuenta que un día estaba comiendo y en la radio se oyó; “don Procopio, cómo come Usted”, lo que lo encabritó y azotó la radio en el piso.

En  fin, ya me acordaré de otros y los iré incluyendo en este espacio de “Los Amigos de mi Papá”…

Saludos desde la Ciudad del Caos, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, la tierra del pozol, el nucú, la papausa y la chincuya…

Para contactarme: rupertoportela@gmail.com.

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