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Impostor con toga / La Feria

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Sr. López

En la familia materno-toluqueña, sección femenina (las católicas 100 grados ‘proof’), era venerado como santo el tío Lalo (Eulalio), sacerdote diocesano ordenado por el Santo Padre en Roma, dedicado a recorrer pueblos y rancherías celebrando bautizos, matrimonios, misas de 15 años y los demás deberes de su estado clerical. Siempre de sotana, muy ortodoxo, a los señores no les caía bien porque vivía pidiendo caridad (dinero en efectivo), para sus obras pías… y se lo daban por las miradas asesinas de sus señoras esposas. Así las cosas, en la boda de una prima, de repente se oyó un sonoro y destemplado grito de mujer, que cimbró al templo: -¡Eulalio, qué estás haciendo! –y tío Lalo, interrumpió su sermón, alzó la vista, detectó a la emisora y salió corriendo. Resultó que nunca fue cura, que era casado y que vivía (bien), de eso, de hacerle al cura. La abuela Virgen, la de los siete embarazos, tan pía, lloró semanas.

Este menda en varias ocasiones, defendió al que era ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, don Arturo Fernando Zaldívar Lelo de Larrea, en lo sucesivo, Zaldívar. Estaba equivocado.

Sin afán ninguno de buscar exculpación, un poco por cinismo y otro tanto por ser sabida la muy amplia experiencia de su texto servido en equivocarse, le menciono algunas cosas que abonaron en este caso, a caer en el error:

Primero que todo, por el enorme prestigio que consiguió como tal vez el mejor litigante del país en la muy técnica, difícil y enredada materia del juicio de amparo. Siempre contra la administración pública, el gobierno, desde su despacho protegió los derechos fundamentales de particulares y cada vez más, de adinerados clientes, bancos nacionales y extranjeros y grandes consorcios, atraídos por eso, por su gran prestigio que fue en resumidas cuentas lo que le abrió las puertas de la Suprema Corte a la que llegó como Ministro sin tener carrera dentro del Poder Judicial.

Segundo, porque habiendo sido propuesto a formar parte de la Corte por el entonces presidente Felipe Calderón, ya siendo Ministro se le enfrentó en cuando menos dos ocasiones, cuando el sonado caso de Florence Cassez y en el terrible asunto de la Guardería ABC, en el que murieron calcinados 49 niñitos. Apoyó la liberación de doña Cassez contra la opinión del Ejecutivo y promovió cuanto pudo que se procesara judicialmente a una pariente de la esposa del presidente Calderón y a altos funcionarios del gobierno. Perdió ambos asuntos (doña Cassez fue liberada después que Calderón entregó el poder con ponencia no de él sino de Olga Sánchez Cordero). Pero se enfrentó.

Tercero, porque ya siendo Ministro Presidente de la Suprema Corte, emprendió una reforma al Poder Judicial que los expertos en Derecho consideran equilibrada y adecuada. Pero debe decirse que durante su diseño, Zaldívar aguantó mucha presión del gobierno y Morena ya con López Obrador en Palacio, evitando que esa reforma permitiera la influencia y control del Poder Ejecutivo sobre el Judicial. Lo hizo.

Y cuarto: porque durante su periodo como Presidente de la Corte, no fueron pocos y muy relevantes los asuntos resueltos contra el interés de la actual presidencia de la república, entre otros, la prolongación de dos años del mandato de él mismo, Zaldívar, sobre el que mantuvo firme su postura de considerarlo contra la Constitución (aunque la prensa insinuara constantemente que era plan con maña de él con el Presidente de la república). Y antes, en mayo de 2021, la Corte resolvió también invalidándola, la prolongación de mandato del morenista Gobernador de Baja California. Si eran tiros de prueba para intentar alargar el mandato del Presidente de la república, con la Corte toparon. Con Zaldívar.

Pero… ¡ay!, siempre hay un pero… de repente don Zaldívar renunció a seguir de ministro de la Corte, sin siquiera tomarse la molestia de inventar alguna causa grave como manda la Constitución en el artículo 98, párrafo tercero: “Las renuncias de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia solamente procederán por causas graves (…)”. Y no era tan difícil encontrar una causa grave porque ni la Constitución ni ninguna ley definen qué es grave. Pudo decir que ya no aguanta los juanetes o que tenía un ataque de caspa, pero no, no dijo nada, el Presidente de la república le aceptó la renuncia, el Senado la aprobó y los del peladaje con ojeras negras, recordando lo severamente que se nos aplica el Reglamento de Tránsito nomás por ser tenochcas de nivel banqueta, no señorones de la élite nacional. Ni modo.

Y peor. Antes de que se formalizara que le aceptaban que aventara la chamba, corriendo, doña Sheinbaum publicó una foto de ella con él, muy sonrientes, porque don Zaldívar renunció diciendo “Estimo que es de la mayor importancia sumarme a la consolidación de la transformación de México (…)”.

Hasta ahí este su texto servidor, calladito. El Zaldívar tiene derecho a tener su corazoncito y si de golpe le gustó más el chaleco de Morena que la toga, pues muy su gusto. Y se incorporó al equipo de doña Sheinbaum que elabora su plan de nación (¡qué miedo!).

Pero la gota que derramó el vaso (en este caso, la cubetada que derramó el vaso), fue ayer, cuando el Zaldívar, muy fresco declaró en entrevista con el diario español El País, que la mayoría de los ministros de la Suprema Corte conforman un “grupo conservador”, aliados “a las causas conservadoras”. Y se siguió de frente como con ganas de que doña Claudita lo vea con cariño: “(…) es una Corte que claramente, si vemos sus decisiones, ha estado más vinculada o más inclinada a una visión de país y de Estado del pasado, del prianismo, de la oligarquía, de los intereses económicos y de la oposición”.

Esto, don Zaldívar, es cinismo, es desvergüenza, descaro. Por si ya se le olvidó, Usted fue Ministro de la Suprema Corte, 14 años y los últimos cinco, su Presidente, y ahora nos sale con que está más inclinada al prianismo, la oligarquía y la oposición.

Qué pena. Resultó ser un impostor con toga.

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