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Dios mediante / La Feria

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Sr. López

Para platicar con tía Beatriz era muy recomendable tener el pañuelo a la mano: el que no lloraba oyéndola, estaba muerto o era insensible como una piedra. Todo en ella era tragedia, El Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, era un carnaval brasileño ante sus desgracias: su vida era una cabalgata de males, derrotas y penas. Su primer marido era más bueno que el pan y se le murió de una pulmonía fulminante al mes de casados (cualquiera es bueno el primer mes); el segundo le salió más fuerte que un roble pero malo de espantar a Trump; la llenó de hijos (así decía, como si los hubiera ido llevando a su casa de quién sabe dónde), y lejos de abandonarla la hizo trabajar como mula para mantenerlo a él y al carro de hijos. Ella, que se sacrificó por sus hijos más que Juana de Arco por Francia, recibió en pago el abandono de todos, que se fueron casando y huyendo y otros nomás huyeron. El abuelo Armando, que la conocía desde cuando Porfirio Díaz era joven, decía: -Beatriz, de niña, rompía sus muñecas para llorar, que es lo que le gusta –… y ya grande este López entendió que sí, que a ella le gustaba sufrir.

 

Las noticias nacionales son un desfile esperpéntico: matazones, incendios, gobernadores pillos, alcaldes narcos; quiebra de Pemex, recortes de presupuesto; caída vertical del precio del petróleo, alza del dólar; epidemias, escases de medicamentos; funcionarios ineptos, policías delincuentes, delincuentes invencibles; pobreza, hambre, sequías, inundaciones; corrupción rampante, despilfarro del erario. El gobierno miente, la iglesia miente, el ejército miente, las procuradurías mienten, la prensa miente, la verdad es coto exclusivo de clubes de mentirosos. Y el pueblo… el buen pueblo mexicano, ajeno del todo, víctima químicamente pura: una tía Beatriz colectiva.

 

Si las cosas son como parecen ser según las noticias que recibimos, entonces las generaciones futuras verán por primera vez en la historia universal, la canonización por martirio de una nacionalidad y habrá doctorado en Sociología sobre el “síndrome colectivo de la fatalidad, la autovictimización de la sociedad; el caso mexicano, siglos XVI al XXI”.

 

Si por menos que eso en otras partes arde Troya y hacen de carne humana la estatua de Robespierre… ¿qué nos pasa?

 

Por lo pronto que las cosas no son tan negras y los medios de comunicación en una lucha impía por “raiting” y anunciantes, cargan las tintas (la nota roja sigue siendo la campeona de prensa en México: la cinta, “La forma del agua” de Guillermo del Toro, está nominada a 13 premios Oscar, el mundo se revienta las manos aplaudiendo… en México, la noticia que roba la atención del respetable, es la mujer asesinada por su exesposo y cocinada por su mamá. Marcador Corona: del Toro y sus 13 nominaciones, 195 mil lectores; la señora en pipián, 7 millones 645 mil 327 y contando.

 

Al tenochca simplex, a nosotros los del peladaje nacional, se nos ha educado en la desgracia. Nacimos para que nos lleve el diablo, para que nos llueva sobre mojado, para macetas y no pasar del pasillo. Desde nuestra más tierna infancia se nos entrena para aguantar y aceptar el mal fario, desde los dichos populares: “¡pobre del pobre que al Cielo no va!, lo friegan aquí y lo friegan allá”.

 

Hasta nuestros más preclaros hombres han aportado en afianzar la derrota como parte de la mentalidad mexicana. Recuerde el “Suave Patria” de López Velarde, donde dice: “El niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo el diablo…”; pues si resulta que tener petróleo es un diabólico mal y lo más que pudo Dios fue escriturarnos un establo, ya nada tiene esperanza; igual, Octavio Paz se aventó la puntada de escribir el “Laberinto de la soledad”, para describir la esencia del mexicano sosteniendo que cargamos generación tras generación, con el hecho de ser “un pueblo surgido de una violación”; y así, si resulta de leer a don Octavio que nuestra “historia tiene la realidad atroz de una pesadilla” (Enrique Serna “dixit”), pues ya quedamos listos para ser apáticos y resignados, o sea: muy aguantadores. Y no escapó a ese fatalismo idiota ni el macho de machos, el hombre del espadón, el dictador de calzones de fierro colado, don Porfirio Díaz, quien acuñó la frase imbécil de: “Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Sí, pobrecitos de nosotros.

 

Hay de otros que también contribuyen a esa psicología de la voluntad anémica, nomás repase lo que algunas de nuestras canciones populares meten en el cerebro al ciudadano de bigotito:

 

Para abrir boca, “Cucurrucucú paloma”: “Dicen que por las noches/ nomás se le iba en puro llorar/ dicen que no dormía, nomás se le iba en puro tomar… échame a mí la culpa de lo que pase” (o sea, chillón, borrachín y dejado). O esa oda a la imprudencia del “Qué manera de perder”: “Pero si yo ya sabía que todo esto pasaría/ ¿cómo diablos fui a caer?”… pues por bruto. Sin pasar por alto la fe en Dios como coartada a la falta de carácter de la infaltable canción de toda borrachera que se respete, “Paloma negra”: “Quiero ser libre/ vivir mi vida con quien yo quiera/ Dios dame fuerzas…”, o sea, depende de Dios, del Hado, no de él, que quiere pero  falta que Diosito le haga el milagro de darle fuerzas. Y no se le vaya a olvidar que usted se creyó el rey de todo el mundo, pero hoy su buena suerte la espalda le ha volteado.

 

Con esa mentalidad acá inventamos al Chapulín Colorado y en otras latitudes a Superman… digo, puestos a inventar.

 

Todo esto por los actuales acontecimientos en Chiapas. En el altiplano, donde anida el Poder Grandote, la premisa es que en “provincia” (¿provincia?: en México no hay provincias), todo político se somete a las decisiones de allá… y de repente, sale uno que dice sin aspavientos ni majaderías: -“No” -y junto con él, decenas de miles que dicen: -“No, acá, decidimos lo de acá…” -y da gusto. Ese el cambio: y ya no educar a nuestros niños en la sumisión y la derrota, sino como dueños de su destino, como triunfadores.

 

Bueno… Dios mediante.

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