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Socorro Trejo, Premio Chiapas 2018 / Código Nucú

Socorro Trejo, Premio Chiapas 2018 / Código Nucú
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César Trujillo

 

Conocí a la poeta Socorro Trejo Sirvent en 1999, cuando impartía (ella) un taller en el edificio Maciel, en la esquina de la avenida central y 2ª poniente que ahora alberga a la librería Porrúa. Yo acaba de llegar a la capital: era estudiante del primer semestre de la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericana, de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach), y buscaba un espacio donde pudiese tallerear mis textos. Llegué en el momento que se hablaba de la Suave patria de Ramón López Velarde, que se leían Las hormigas y que se hacía un recorrido por la poesía mexicana. Escuché la participación de todos y posteriormente la armoniosa lectura que la poeta hizo del texto.

Fue ahí cuando supe quién era Socorro Trejo Sirvent, la maestra, poeta y promotora cultural, la mujer que, posteriormente, tras saber que yo escribía mis primeros versos, me invitó a leer en la Casa de la Cultura municipal (frente al parque Santo Domingo) a mis 20 años y donde topé, sin saber que posteriormente seríamos amigos y hermanos en letras, al poeta Fernando Trejo con sus 15 años (hay una foto que nos muestra jóvenes e irreverentes, con el cabello intonso y las ropas holgadas). Desde esa fecha siempre he correspondido a la amistad que la maestra ha tenido hacia mi persona: acompañándome en las lecturas, invitándome a sus eventos, asesorándome, dando espacio a mis versos y apoyándome en las veces que se lo he requerido.

En lo que a mí corresponde, siempre he encontrado respaldo a mi quehacer poético y comentarios positivos de ella hacia todo lo que se hace en la capital y en el estado. La he visto tenderle la mano a quienes se lo solicitan, la he visto acuerpar y apoyar todo proyecto que lo requiera siendo funcionaria o como promotora. La he visto preocuparse por los problemas de los otros y siempre sonriendo, aunque en ocasiones tenga un cúmulo de tristezas golpeándole el pecho al saber que no todos corresponden a ese buen corazón que ella tiene.

Quizá por eso escribo hoy estas líneas y la evoco en la premura de esta tarde; quizá por eso la nombro: por la amistad que nos une desde hace casi 20 años cuando llegué a su taller y donde sólo encontré puertas abiertas a mis sueños de comenzar a escribir poesía, de seguir construyendo lo que hoy he logrado con el paso de los años y a través de mucho esfuerzo, donde hoy podemos saludarnos sabiendo que ella puede contar con mi amistad y yo con la de ella.

Y quizá, también lo digo, lo hago porque he visto a muchos de aquellos que se dicen amigos, a muchos de los que ha apoyado y que han encontrado respaldo a lo que hacen, manejarse de forma hipócrita y denostar el reconocimiento que acaba de recibir con el Premio Chiapas en Artes 2018: un reconocimiento a su trayectoria y quehacer dentro de la cultura y que, cabe señalar, fue de manera legítima, con un jurado que deliberó durante tres horas ante las 11 propuestas que llegaron por convocatoria.

Curioso que algunos hablen de legitimar al gobierno velasquista por aceptar un “reconocimiento”, pero que no tuvieron empacho en extender la mano cuando a ellos les tocó el turno. Curioso que se critique y se tiren ladrillos en las redes sociales (buscan curarse en salud), pero que, seguro estoy, se desgarrarían las vestiduras por ser ellos los elegidos, los premiados, los reconocidos y ahí la historia que contaran seguro fuese otra.

En lo personal celebro que el Premio Chiapas, en una de sus líneas, se le haya dado a una mujer que ha trabajado duro desde hace muchos años, que ha sito tenaz y que pese a las adversidades no tira la toalla y siempre está dispuesta a tenderle la mano a quien se lo pida. Por eso, desde estas líneas, celebro que sea a una mujer con una trayectoria amplia a quien se le haya entregado ese premio y más que fuese a la poeta Socorro Trejo Sirvent. Enhorabuena, maestra. Merecido el premio.

 

Manjar

Un día como hoy, hace ya varios años, el abuelo partió. Fue la abuela quien logró sentir la última caricia de su mano antes de que el sol saliera: justo después del canto de los gallos. Se fue como siempre contaba que se iría: durmiendo y en silencio, sin hacer tanta bulla. Muchas noches caminamos juntos (del parque central a la casa) en Yajalón y siempre tenía una puñado de palabras en las que me sembraba la confianza de seguir mis sueños, de luchar por lo que me gustaba y de ser una buena persona. Caminábamos (en ese tiempo yo gustaba de fumar Delicados y él Alas Extra) y pese la enfisema que le apretaba el pecho, siempre pactamos en secreto no decirle a nadie que fumábamos a escondidas mientras nuestros pasos avanzaban en la pendiente que nos llevaba al barrio Linda Vista. “Tu mamá nos jalaría las orejas a los dos si nos viera. Más a ti por solapar mi vicio, hijito. Deberías considerar dejarlo. Mírame en qué me ha convertido”, decía con un esbozo de sonrisa. Yo le preguntaba del amor, de la vida, de la forma tan brusca que tenía papá con su trato y siempre estuvo ahí para explicarme, con una gran paciencia, lo que yo quería saber. Hoy, a mis 39 años cumplidos, sigo pensándolo con la ternura de aquel niño que tuvo la fortuna de tener a un abuelo que fue más que su padre: el hombre que me enseñó que el trabajo dignifica, que nunca se debe olvidar donde nos sepultaron el ombligo, el que siempre creyó en mí y al que le debo mucho de esto que soy ahora. #QEPD // “Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo.” Abraham Lincoln. #LaFrase // La recomendación de hoy es el libro El arte de sobrevivir de Arthur Schopenhauer y el disco La Sexorcisto: Devil Music Volume One de White Zombie. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.

 

* Miembro de la Asociación de Columnistas Chiapanecos.

 

Contacto directo al 961-167-8136

 

Twitter: @C_T1

 

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