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Sobre la fanfarronería de la crítica

Sobre la fanfarronería de la crítica
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Carlos Álvarez

Todos los juicios que pueden ser emitidos con la mayor decencia que la probidad permite, y le menor calumnia que la discreción nos enseña, son extremadamente inciertos, y que nada que no sea nuestra propia persona sea el mejor testigo para resolver cualquier disputa de la razón nos prueba que las características más distinguibles, -según declarado por Boswell,[1] entre uno y otro ser son las mismas que siempre tienen lugar en los destinos de todos los individuos, y por esta misma razón mantenernos firmes en nuestras impresiones no podría alejarnos de los letargos apáticos que sufrimos a través de la ociosidad o la ignorancia, ni de impedirnos caer en súbitas desgracias.

En las Lecciones solemnes, Pellicer, apoyado en los siguientes versos de Góngora, “Era del año la estación florida”, dijo que deseaba por encima de todo dar un paso del que nadie oído que podía ser hecho, y no teniendo en cuenta que algunos juicios son novedosos por hablar de objetos nunca antes referidos, y que esta razón es más que suficiente para considerar que lo novedoso está más allegado al ornamento que a lo verdadero, que a su razón computó siete calificaciones para considerar que el año de la Encarnación fue el 285, y que el de la Creación fue el 4255; expondré brevemente sus razones sin perder la oportunidad de compartir las mías:

-Que sumados los 284 círculos pascuales por Dionisio el con los 248 enumerados por Diocleciano, suman 532.

-Que Eusebio refiere el año antioqueno 331 con el 19 de Diocleciano, y que es “argumento irrefragable” dudar que los 48 que precedieron al nacimiento de Cristo no resultaran en el año primero de la era diocleciana y el 285 de la era cristiana.

-Que en la epístola ochenta y tres del décimo libro de San Ambrosio se considera que el año 93 diocleciano es el 377 de la resurrección.

-Que San Epifanio confronta el año 90 de Diocleciano con el décimo de Valentiniano, y que este corresponde al año cristiano 374.

-Que Evagrio en el libro tercero de su historia narra que murió Zenón en el año 207 de Diocleciano y corresponde al 491 de Cristo.

-Que Sócrates en el primer libro de su Historia dice que el inicio del Imperio de Constantino el Grande corresponde al año cuarto de la persecución cristiana y corresponde al año 285 de la resurrección. 

-Que en el Cronicón se computa con la muerte de Carino y Numeriano que se alcanzó el año 284 de la era cristiana.

Gibbon describe a Diocleciano como poseedor de un espíritu más generoso que indecente; que persiguió el peligro y la fama a un punto que las contemplaciones sobre la humanidad lo dotaron de la facultad para desafiar la lealtad de sus allegados, y que la espléndida fricción de una liberalidad para tratar con disimulo sus propios fines, y de franqueza para cortejar con equidad la confianza que un pueblo acostumbrado a aplaudir más represiones que clemencias le podían dar, sería el inicio de un nuevo imperio, y de los propósitos de la edad cristiana tal y como la mansedumbre nos la da a entender.

Es escrito en el Teatro crítico universal de Feijoo, que en el transcurso de los cuerpos celestes, que es alegoría de los años, y no al revés como al sentido común le ha servido, la observación no puede ser suficiente para computar las variaciones de los siglos, y que el nombre y la cifra de cualquier cosa es vanísima prueba; hay una tesis más motivada por Coleridge en su Biographia, y esta es que a nada pueden responder ni servir los movimientos de los astros que no sea a fin de cuentas a la fabricación de modales más diminutos que cualquier cosa que sea los átomos. Alguien juzgó, y de poco empleo resulta recordar quién fue, que toda la felicidad que procede de la prisa que tiene que emplear la corteza cerebral para que nuestro espíritu abandone el provecho de un pensamiento para ser recibido por la incompletitud de otro, y que esta puede ser considerada la única fuerza capaz de relacionar los estallidos momentáneos de los afectos con los conceptos más inmediatos.

De Quincey menciona en el inicio de sus “Tres asesinatos memorables” que el exceso de extravagancia empleado para sugerir al lector que especule mucho más de lo que las ilimitadas perspectivas ofrecen en un sentido saludable para el juicio, es el medio más eficaz para apoderarse de los horrores motivados por los propósitos que el entendimiento posee sobre el género humano. Me parece desconsiderado juzgar la historia como algo más indecente que aburrido; en la historia podemos hallar largas llanuras de precipitaciones y agitaciones que las mentes más fantasiosas y más geniales no podrían emplear de forma más provechosa de lo que pudieran hacer con alguno de sus accidentes fabricados por pasiones incipientes. Instaría al lector medir todo sentido a modo que siendo memorizado pudiera apartarle de algún vicio común o pudiera ofrecer excusas mejor elaboradas para evitar los propósitos que la posteridad tenga guardado para él.

Solamente quienes elogian con honestidad son capaces de emitir censuras que estén exentas de crueldad y de fingimientos. “No es vergüenza –dice Quevedo- quedar inferior en fuerza a quien es superior de naturaleza; antes sería gloria el perder, si no fuese temeridad el combatir quedando siempre acerca del más flaco la victoria de más atrevido.” Mi razón no ha sufrido de alguna dolencia por alterar mi destino al adherirme a máximas que por ser fáciles de creer, a más de uno le parecería que no es del tipo de propósito que ha esparcido el nombre y la memoria de personas más ilustres. Más relevante es para casi todo el mundo el molde que se le dan a los pensamientos que lo que puede o no ser pensado, que no podría añadir algo más que no fuera sugerir al lector que ninguna reputación puede ser alimentada más por los artificios de la memoria que por las inmediatas estratagemas de la manipulación.

Poca falta me ha hecho no admitir que una cosa puede ser revelada por causas que no son las que generalmente las estrictas reglas de la experiencia reparan, que el serme razón suficiente el no saber sufrir lo que no entiendo para hacer de esta misma ignorancia la más indispensable de mis propósitos, me ha traído más de un pensamiento para desear saber más olvidar que entender.

No creo haber hallado otro motivo en la laboriosa exposición de Pellicer que no sea la vindicación de una sola palabra de un verso de Góngora; mucho mayor valor tendría decir que nada se le entiende a quien no quiere que así sea. El oficio de empatizar adolece de causas indispensables y goza de una reputación que bajo un examen menos extravagante nos sugiere que, así como miles de hechos ilustres no han gozado de registro alguno, y otros tantos ejemplos que gozaron la suerte de vindicar sabias máximas han pasado al olvido sin duración alguna, las defensas que puedan ser fabricadas en favor de nuestro no pueden impedir que nuestras persona no sea vituperada en nuestra ausencia; no hay mejor que no escatimar en elaborar defensas


[1] The Life of Dr. Johnson – 1709-1727 – Early Years

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