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Rostros / Al Sur con Montalvo

Rostros / Al Sur con Montalvo
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Guillermo Ochoa-Montalvo

Querida Ana Karen:

Cuando yo ingresaba a la UNAM, nacía un poeta en el lejano y apartado ejido de Nueva Independencia, en Jaltenango, Chiapas, a quien llamaron Delman Escobar, en cuya sangre ya corría la palabra antes de aprender a hablar. Fueron los textos literarios incluidos en los libros de texto gratuito donde sembró el anhelo de convertirse en un Eterno Aprendiz de Poeta.

Los poemas, relatos y narraciones de Delmar permanecieron a la sombra durante largas décadas en algún rincón de su casa, antes de decidirse a desempolvarlos. Con esmero eligió algunos de ellos para revisarlos y corregirlos, antes de darlos a la luz en su primera obra intitulada Mitad de un Siglo, publicada en el año 2011. La buena acogida de sus lectores lo motivó a continuar su aprendizaje en los talleres de creación literaria, con la misma humildad que lo caracteriza.

De su tierra natal recoge el alma de quienes atraviesan por su camino; con palabras dibuja rostros, instantes, lugares y situaciones donde su percepción aguda se detiene para hurgar en los gestos y en la historia de esos personajes.

Así, entre poemas y narraciones, nos habla de los Cortadores de Café de Centroamérica, donde los “pasos sonoros de los hijos de la hermana patria ya no se oyen venir por las veredas en época de recolecta, y sus risas son vagas entre los cafetales. Solo el eco del silencio resuena junto a los patios de secado. No vendrán ahora que las estrellas se han convertido en cerezas… Tal vez vuelvan vivos, hartos de nostalgias y suspiros; humildes, pero con las bolsas llenas de dinero. O quizás regresen vacíos, altivos, presos del odio y del racismo, prisioneros de lujurias y vicios. Y entonces, estarán muertos”.

Le escribe a Jaltenango, a esa “…entrada al paraíso por el oriente, calzadas de recuerdos que quedaron en historias y romances que forjaron lo que eres hoy: hermoso y floreciente”. Dibuja el rostro de Thiago y José Julián, el de Paola, su abuelo, el de don Máximo Roblero Hernández. Aparecen en su obra la tía Ofe, sus caninos, Roger Castillo, Gabriela Bonifaz, Fátima, Vinicio el Venado, Abigail, Abril, Alejandra, Alma Daliaamada, Chepe, Diego y la Paloma, don Pedro, El Artista y Yo, El Mime, Hachiko, José Julián, Juan Cámaras, Lilián, Magdalena, Marco Aurelio, María del Carmen Fernández Benavente, María Victoria, Olivia, Rufina Rivera Roblero, Sócrates Galeno, Soneto a Cristina, Michelle, Nahomí, Xidaf y la Luna, Xileny, Alma Blanca, Jorge Éver González Domínguez, don Vencho, los lapidarios, la Chapina, el Hijo del Sol y un sobreviviente de la vida, entre otros.

Nombres con rostro, donde cada uno de nosotros se verá reflejado como en un espejo. Nadie como su mentor, el maestro y escritor Arbey Rivera, para desentrañar el alma de Delman Escobar, y por ello, me atrevo a tomar prestado su prólogo al libro.

Arbey Rivera

La vida cotidiana está llena de encuentros: salimos al camino y nos descubrimos en la mirada de otros seres; palpamos con nuestros sentidos las texturas, miramos con nuestros ojos las siluetas y los rostros que pasan junto a nosotros, los vemos ir y venir por la vida y pocas veces nos detenemos a mirar y a sentir con el alma ese rostro que lleva cada uno debajo de su propio rostro.  

Sirva este prólogo como un retrato de un poeta en ciernes, que se ha dado a la tarea de escribir un libro de prosas y versos donde plasma los retratos de aquellos rostros y de aquellas vidas que le han significado un punto de encuentro, una mirada de asombro, una emoción que se quedó latiendo en su pecho, desde los tiernos años de su infancia hasta estos años en que maduran los recuerdos y las vivencias son, de igual modo, una razón palpable para escribir y dejar en las palabras los bosquejos de la vida, de las vidas que se pueden retratar en un poema, en una breve historia, en un libro de rostros.

Coincidimos hace tiempo con Delman Escobar en un taller literario en Jaltenango, el “Taller Flor Blanca del Sur”, pero antes ya habíamos coincidido en la vida, en los años de infancia, y aunque solo teníamos vagos recuerdos de nuestros rostros de niños, sabernos hijos de un mismo pueblo, sabernos contemporáneos de un camino entre las milpas y los cafetales, los recuerdos del agua y del sol de nuestro pueblo fueron una razón inconfundible para estrechar amistad y, sobre todo, sabernos partícipes de una misma mirada a las cosas y a la vida, con el sentido y el deseo de apreciar la poesía del paisaje y de los seres que pueblan nuestros pueblos del sur. Fue una razón para estrechar lazos fraternos.

Puedo atreverme a decir que Delman vive la poesía a cada instante, que vibra con ella desde su ser; y en esta conjunción con la naturaleza, en esa comunión con su vida de campesino y su deseo de ser escritor, revolotean en su mente las palabras como los colibríes en una tarde de llovizna junto a los platanares. Hay en su búsqueda un interés genuino por alcanzar a descifrar el lenguaje de las aves y retener para siempre en su mirada los colores del paisaje que se mira frente al cerro del Tunco. En su camino al rancho, cuando sube al chaporro o a la cosecha, en un recodo del camino se detiene sin pensarlo mientras sube la cuesta y voltea a ver las nubes en el horizonte. Sé que el poeta mira ese valle y sueña, y estoy casi seguro de que ha derramado lágrimas cuando, emocionado, al anochecer observa las estrellas en el firmamento.

Pero Delman Escobar es también un ser humano que observa y disfruta de la poesía cotidiana al saludar a las personas y al escuchar una buena plática en cualquier calle, junto a los fogones de las casas sencillas, ya que la vida le ha dado el don de ser humilde en su forma de actuar y fraterno en su escucha con las demás personas. De todo ello se deriva este libro que ahora tenemos frente a nosotros: de esa afinidad e interés por dejar en sus letras un boceto de las personas que ha conocido en este su viaje por la vida.

Rostros es un libro en el que su autor pone al alcance de sus lectores un esbozo de la vida y la esencia de algunas personalidades de la región que habita. En ellos pueden encontrarse siluetas campesinas, rostros de muchachas, retratos de niños, abuelos y abuelas. El autor no escatima en plasmar en sus páginas todo lo que sus recuerdos y emociones le advierten como elementos para hacer literatura. A manera de homenaje, lo mismo plasma textos, ya sea en prosa o en verso, para rememorar los alcances de la vida, de personas idas como de personas que aún viven y que, seguro, leerán este libro en su momento: desde personajes con actividad en la política del municipio, hasta profesores y habitantes del pueblo de Nueva Independencia.

En esta sintonía, el autor también nos comparte a sus amadas mascotas, que han formado parte importante en la familia del poeta. Inclusive en algunas otras páginas se logra descifrar el rostro de Dios, sin dejar de mirar ese rostro de los campos y caminos que forman el paisaje. Es, por lo tanto, un libro abierto a la vida de las comunidades aledañas al Chiquinillal, residencia actual del autor, desde donde se ha dado tiempo para plasmar en estas páginas una línea del tiempo y de la vida.

Delman Escobar se atreve, en este libro, a retratar con palabras la vida de las personas, y corre ese riesgo. En el breve tiempo que compartió con nosotros en el taller literario puso de manifiesto su espíritu de poeta y también su rebeldía, que lo ha llevado a buscar nuevos caminos. Porque es bien sabido que todo artista debe ser un buscador, y Delman Escobar va encontrando en ella, en su búsqueda de la poesía, la veta luminosa que —estoy seguro— llegará a darle, en la medida de su entrega al oficio, grandes satisfacciones, como esta que se consuma hoy en un libro que mira, observa y oye desde estas páginas donde se construyen muchos rostros y, en todos ellos, uno solo: el de su escritura.

Comitán de Domínguez, Chiapas, noviembre de 2022
Arbey Rivera

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