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Primera parte del Gabán Pensante. De una imitación del Sartor Resartus

Primera parte del Gabán Pensante. De una imitación del Sartor Resartus
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De todos los objetos poco virtuosos por los que el ejercicio de la traducción es condenado, el hecho de señalarla por entorpecer y afear obras, que sin duda alguna fueron feas mucho antes de gozar cierto reparo en las manos de alguien más, significa que el tema de la traducción corresponde a un debate en el que cualquier tipo de actividad turbulenta y digna del espíritu está subordinada a un concepto bastante aburrido y desgastado como la originalidad. Traducir es un pretexto para la curiosidad; cuando esta facultad se emparenta con razones que por no querer señalar las mías como bien cuidadas, y tampoco afirmar que han sido cuando menos no del todo mal empleadas, son capaces de producir obras de una prosperidad considerable. Ofrezco al amable lector de este Diario una imitación bastante libre del Sartor Resartus de Carlyle, del mismo modo que el muy rico y bello Espejo de Caballerías fue sacado del rudimentario argumento del bien conocido Orlando enamorado de Boyardo.

Felicísimas las eras nuestras donde la mucha misericordia que tiene la sabiduría con nuestros casi siempre innobles más no por eso ingratos pensamientos; que de ver como en los tiempos tan antiguos como oscuros no tuvo la cultura el embarazo de señalar las cosas superfluas y ahora que tiene el discurso para declarar las que son elevadas y de buen efecto para nuestros mortificados corazones y nuestros ardientes pensamientos, a los mismos cielos le pareció suficiente que poco más que cinco mil años sufriera las partes principales del humano espíritu como para que aun permaneciera alguna industria sin estar sabrosamente comprendida, pues tan así quiso la fortuna que los modernos tiempos gocen de ver que nada anda tan fuera de sí como la grandísima experiencia que muchas veces lo declara al rebajar a todo lo que se entiende a cosa mera, pues por hoy tan viva está la llama de los saberes que en todas partes del mundo y de la vida, incluyendo aquellas inacabadas de forma, tiene un poco de azufre reflexivo para iluminar todo tipo de morada y de castillo de cuya oscuridad a la razón convenga cuidarse; poco menos que nada le sorprendería al ser pensante que nada producido por las accidentadas Ciencias, ni loado por las inconsistentes Artes, pudiera librarse de arder en las honestas brasas que a todos provee a la opinión que más le conviene, por más que no les guste y todo les pueda; tan proféticas son estas gratas llamas que por no menor virtud dijo el Fray Luís que los insufribles tormentos que padece el alma por vivir la vida del modo que siempre lo hace se llaman calinas, porque así cuando el estío se espesa, oscurece con vapores gruesos el aire, y trastorna la vida en horno de madera donde respiran los seres nada más que fuego y sin que haya modo de padecer algo que no fuesen desgracias. Tan emparentada se haya la ruina y la virtud humana a cuestiones tan ajenas del ilusorio repositorio que dice llamarse cuerpo, que resulta rarísima cuestión que ningún cuidado reflexivo y ninguna potencia racional haya considerado que en las ropas no se haya una parte del hombre sino el hombre mismo.
Tan acabadas son las formas de la gravitación, que si no fuera cierto que es muy vano todo y que por ello siempre al todo mismo le hace falta porción alguna para ser del mismo modo tan perfecto, diríamos que los esquemas planetarios son perfectísimos porque hubo razón que supo decir de qué modo giran, y ya no hay alguna que pudiese juzgar que de otro modo lo hacen; tal parece que los astros han girado de ese modo, que no es vanidad decir que han de durar para siempre estos sistemas del modo que la Ciencia lo ha dicho, y pareciera que empezaron a hacerlo así cuando apreciamos que nunca hubo razón para no lo hicieran como siempre lo han hecho. Ya no parece haber forma de estar desterrados de la ignorancia que antes sufrimos, pues muy devotamente han actuado nuestras Geologías y nuestras Psicologías, para refrigerar los ardores de aquella sed tan cruel de conocimiento que nunca sufrimos más de lo que supimos que teníamos, y que probaron como los secretísimos procedimientos de la Naturaleza se entremeten con el fin humano de forma saludable y provechosa y no tan solo sutil y curiosa como Fray de Granada decía de la Doctrina Santa; pues como no es pequeña ni ingrata idea que ha sido perfecto el mundo desde su principio y ha de seguir siendo hasta que su fin encuentre, resulta que las materias más elevadas dependen de algunas que no hay modo de saberles ni vale la pena interpretarles, pues todo se halla tan bien compuesto que hasta la caída de una manzana pudo demostrar que todas las cosas pueden ser más de lo que son; aunque no deja de ser cosa digna de atención que la Creación de todas las cosas antes era materia y fuente de muy sabrosas teologías, pero ahora se ha visto reducida a una dificultad mucho menos interesante como saber que un Mundo puede ser creado cociendo una bola de masa.

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