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Mucho pedir / La Feria

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Sr. López

El problema de hacerse tarugo es que se vuelve uno tarugo, ¿o se es tarugo primero para poder hacerle al tarugo?… difícil cuestión que no trata Tomás de Aquino en su “De Veritate” (que no dice mentiras), ni en su “Sententia super libros de generatione et corruptione”, de cuya lectura se concluye que cualquier tenochca simplex lecciones le daba a don Tomás porque la “corruptione” es nuestro mero mole. Así, sin esperanza de encontrar respuesta a esta duda (cartesianos, absténganse), solo nos quede claro que no es recomendable hacerse tarugo. Sí, mire usted:

Había una vez un país que era un despelote. Después de perder poco más de la mitad de su territorio por andar en la parranda, disfrutó 30 años del orden que impuso un dictador a cubetadas de sangre; y luego de una guerra civil con un millón 400 mil fiambres, resignado, aceptó lo que llamó “régimen revolucionario”, consistente en hacer todos la vista gorda.

Con ese peculiar régimen, al principio las cosas mejoraron porque estaba todo tan mal que lucía mucho lo poco que se conseguía; después sí mejoró mucho, todo; pero los que conducían los asuntos nacionales, pensaron que tenían derecho a disponer en su provecho de las rentas nacionales. Chin.

A los habitantes de ese país, decirles que tenían democracia, partidos políticos, división de poderes, libertad de expresión y elecciones, era lo de menos si a cambio de tales mentirijillas, se progresaba, así fuera despacito, y la gente vivía razonablemente bien, aunque la verdad, parece que nada más se daban por bien servidos teniendo seguridad, raras matazones y que el patrón no les diera las órdenes a latigazos.

Pero a esa clase gobernante le pasó lo que a tía Concha con sus perritos, que a fuerza de reproducirse entre ellos, nacían cada vez más feítos y luego hasta defectuosos; sí, los políticos y los perritos, necesitan sangre fresca, pero en ese país que le cuento, los políticos se reciclaban, acaparaban todo, presidencia, congreso, juzgados, partidos, sindicatos y luego, empresas: no compartían nada con nadie que no fuera parte de su selecto grupo. Y cuando se morían de viejos, entraban los hijos y nietos a sustituirlos.

Así, ese país de cuento que le cuento, acabó gobernado por  una cleptocracia, cuya razón principal en la búsqueda del poder, era mandar, mandar para robar, antes poquito (había poquito); después, regular (les daba como pudor); y al fin, en escala industrial, ya muy refinados los métodos y sistemas para mejor saquear (algo se aprende en 200 años de prueba-error).

Luego y para sepultar la cleptocracia, en ese país se inventó con gran éxito un nuevo sistema de gobierno, la tarugocracia, variante cínica del sistema anterior, porque consiste en predicar a voz en cuello que son honestos, que no son iguales a los anteriores, manteniendo un peor, mucho peor, dispendio del erario en el despilfarro en obras a capricho, inmensas e inmensamente inútiles; el derroche en sospechosamente desordenados programas sociales; la rapiña en compras y contrataciones a dedo, descaradamente ilegales; misteriosos recortes presupuestales que no disminuyen el gasto público; y con la opacidad oficializada decretando que se tira dinero en procura de seguridad nacional; acompañado todo eso por el consabido hurto para beneficio personal, que eso es sagrado y ni soñar en erradicarlo, que es el cementante de la estructura de la más alta burocracia.    

Todo esto sucede en México (sí, no se haga tarugo, estamos hablando de nuestra idílica patria), gracias a su novísimo régimen tarugocrático, en el que todos se hacen tarugos, bueno, no todos pero sí los políticos de altos vuelos, los funcionarios de primer nivel y los burócratas de toda ralea, necesarios para que la maquinaria oficial opere. Los funcionaros de hasta arriba, diciendo mentiras que ruborizarían a un marcial Legionario; los burócratas haciendo como que creen todo tratando de acomodarse a la circunstancia… y sacar provecho; pero auditores, funcionarios, jueces, legisladores, líderes sociales y sindicales, todos se hacen tarugos para, sin nadie jalando la cobija, seguir en el “ménage atroz” con que se teje el esperpéntico tapiz, telón de fondo de nuestra vida nacional.

La tarugocracia, sin embargo, tiene como requisito para mantener su circo andando, que la opinión pública y la publicada, estén en vilo, siempre distraídas con anuncios constantes de todo tipo, mantenerlas de asombro en asombro con declaraciones que impidan fijar la atención en lo sustantivo, recurriendo sin pudor, al absurdo, el escándalo, la estupidez, la necedad, el despropósito, la torpeza o el disparate, que todo vale para el tarugócrata si le permite continuar gobernando a capricho y por sobre todas las cosas: reafirmándolo en la imagen que de sí mismo tiene.

Para muestra, el anuncio de antier sobre el programa piloto del próximo año lectivo a fin de probar un nuevo modelo educativo, de preescolar a Secundaria, cuyas características, por lo dicho, son más ideológicas que pedagógicas, sin tocar el modelo sindical que ahoga en fango la educación nacional; eso sí sería transformar algo, algo importante.

No pocos, alarmados, buscan la manera legal de impedir lo que luce como un -otro- despropósito, fruto de ansias de revancha y lecturas no asimiladas de idearios de la más añeja izquierda, probadamente fallida, siempre estéril.

Se recomienda calma: en el sexenio pasado se implantó un nuevo modelo educativo que el actual gobierno mandó al cesto de la basura. Nada asegura la trascendencia a este modelo educativo tipo chancla pata de gallo. 

Lo cierto es que el modelo educativo lo aprobó el Congreso en abril de 2019 (356 votos a favor, 61 en contra y 2 abstenciones), y para iniciar apenas el ‘programa piloto’ se tardaron hasta agosto de este año, ya para empezar el quinto año de gobierno, en mil escuelas de un total de 196 mil 524… se les fue el tiempo y el amor en celos.

Lo dicho, el que se hace tarugo, tarugo se vuelve; para estos, que hagan algo bien es mucho pedir.

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