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La Feria / Nos vemos en el 2018

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Sr. López

 

Dicen, los que dicen que saben de política, que si le va mal al Presidente, le va mal a México (y al revés: si le va bien, nos va bien). ¿De veras?

 

Si la afirmación se refiere a que cuando, por ejemplo, un Presidente hace bien su trabajo genera un clima de prosperidad con sus aciertos, es cierto; o al revés, cuando mete la pata hasta la ingle, puede causar un despelote general (recuerde usted a López Portillo expropiando la banca; o el ‘error de diciembre’ de Ernesto Zedillo, que descuadró la economía de todo el país), entonces también es cierto: sí puede un Presidente causar un quebradero de cabeza colectivo.

 

Pero si la afirmación se refiere a la popularidad presidencial, al aprecio o repudio que el común de las personas sienta por él, no es cierto: el Presidente puede sufrir el mayor rechazo de la sociedad sin que eso afecte el destino de la nación, sin que eso debiera influir en sus actos.

 

La imagen del Presidente ante el pueblo, resulta de su comportamiento, de su eficacia, de sus prendas personales, de su desempeño, y no es tan injusto achacarle los errores de su gabinete, de todo lo que compone el gobierno federal, pues de su voluntad depende tolerar o no conductas o pifias de sus subordinados.

 

El Presidente de México es Jefe de Gobierno, Jefe de Estado y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, es un Poder unipersonal, así dice la Constitución y así es. Y aunque sea indirectamente, el Presidente también responde por los pecados de los gobernadores, porque cuenta con todos los elementos para mantenerse informado y todos los instrumentos políticos, legales y económicos para pararles el alto y hasta echar a andar el mecanismo jurídico ante el Senado para quitarlos del cargo y luego someterlos a proceso, legalito.

 

El gobierno de este presidente, Enrique Peña Nieto, goza de muy mala percepción pública y una desaprobación casi inusitada (tal vez esté peor visto que Gustavo Díaz Ordaz, tal vez).

 

Muchos factores influyen es esa mala imagen, en esa impopularidad (y no poco ha hecho en ese sentido la prensa extranjera, que le ha colocado golpes que ni Chávez Jr. aguanta), pero ni él ni su equipo han sabido responder con acierto y agilidad ante cosas como lo de la blanca casa de su esposa (con todo y su tufo a calumnia), o el asunto de Ayotzinapa que ya es una comedia (tragedia) de equivocaciones (atendido inicialmente con una inexplicable indiferencia, siendo algo en lo que bien pudo actuar ágil y muy enérgicamente, siendo del todo ajeno los hechos). Eso por un lado, pero por el otro, ha sido tolerante hasta aparentar complicidad, con gobernadores que han exprimido y exprimen las entidades bajo su responsabilidad sin que Hacienda, Gobernación ni nadie se los impida, sabiendo todo.

 

El Presidente sabe que su gobierno no va tan mal (y es cierto: no vamos al voladero), y de plano no entiende a qué obedece su poquísima aceptación, su gran impopularidad. El asombro presidencial ante el rechazo innegable de la inmensa mayoría, se refleja en la pestífera campaña de propaganda masiva de que ‘Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho’ (voy a vomitar y regreso, perdone usted)… ya:

 

No es raro que a fuerza de ver una mancha en la pared de la recámara, deje uno de verla. Lo llaman ‘ceguera de taller’. Don Peña Nieto o ya no ve, o niega por estrategia lo más grave de su gobierno (que no es la corrupción).

 

El martes pasado, 2 de mayo, en Londres, un tal John Chipman, director general del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, presentó su Encuesta de Conflictos Armados correspondiente a 2016: México es el segundo país más violento del mundo, solo Siria está peor que nosotros. Fíjese bien don Peña Nieto: es esto, la inseguridad pública lo que tiene trinando al país. Parece por lo que dice la prensa internacional, que este Instituto es de lo más serio en la materia. Ha de ser.

 

Dice el reporte que el 80% de las muertes violentas en el mundo, el año pasado, se concentró en diez conflictos armados (de peor a menos peor): Siria, México, Irak, Afganistán, Yemen, Somalia, Sudán, Turquía, Sudán del Sur y Nigeria.

 

Siria con 60 mil fiambres, México con 23 mil. En Siria y los demás, hay tanques, misiles, enfrentamientos de tropas, bombazos a domicilio… en México, no. Y así, estamos en el segundo lugar peor del mundo. La guerra contra la delincuencia organizada en México está muy lejos de terminar y sus resultados son catastróficos. Ya no se puede seguir tratando de ahogar en propaganda un conflicto que ya es materia de reportes de guerra: el mundo se escandaliza por lo que está pasando acá, ¿cuándo se escandalizarán nuestros gobernantes?, ¿cuándo entenderán que la gente sabe lo que está pasando?… y no se los perdona.

 

El Presidente logró impulsar reformas estructurales casi de fantasía en el Poder Legislativo federal… nada explica que no consiga las reformas que legalicen las acciones de nuestras fuerzas armadas. Peña Nieto llegó al cargo sabiendo esto, sabiendo quién lo empezó; es obvio que él no es jurídica ni legalmente, el responsable del pasado, pero hoy sí y políticamente, también. Aparte de la ciudadanía que es la principal afectada, aparte de la gente que llora muertos y desaparecidos, las fuerzas armadas son, señor Presidente, su principal víctima (y muchos, muchos buenos policías también).

 

Fracasó este sexenio en su primera y principal responsabilidad: la seguridad pública. Un investigador asociado del ese Instituto -Antonio Sampaio-, comentó el informe diciendo que en nuestro país la delincuencia organizada es ‘(…) una amenaza para las actividades empresariales, socioeconómicas y de gobierno para realizar un sano desarrollo de las instituciones y aplicar de manera correcta el estado de derecho en todo el país’.

 

Bueno, señor Peña Nieto, esto es lo que pasa: México es el segundo país más peligroso del mundo y cada vez son más los funcionarios exhibidos en la robadera, en la vida loca de sus lujos y privilegios. Eso es lo que pasa: nos vemos en el 2018.

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