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A la salida nos vemos / La Feria

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Sr. López

 

Tía María Luisa era libanesa. Para su mala suerte se casó con tío Alfredo, primo hermano de la abuela Virgen. Tal tío, según lo recuerda este menda, era repugnante (no de aspecto: era la viva imagen del Quijote de la Mancha).

 

Estuvo enfermo muchos años y los últimos nueve los pasó en cama, siempre grosero, malagradecido, caprichudo. Si la sopa no estaba en la temperatura exacta que le gustaba, tiraba el plato al suelo, igual lo demás; el detalle era que cambiaba la temperatura según estuviera de humor. Podía caminar, pero obligaba a sus hijos, hijas y esposa, a llevarle el ‘cómodo’, a limpiarlo, a bañarlo. Su recámara apestaba a caño (¡prohibido ventilar!). Y todas las noches, todas, alguien tenía que estar en su recámara, velándolo: se hacía el dormido y atisbaba hasta ver que vencía el sueño al que le tocaba turno y le aventaba algo, lo que fuera, casi siempre la bacinica.

 

Como no tenía un peso, ordenó que dejaran la escuela sus dos hijos varones (Lalo de once y Armando de trece), para que se pusieran a trabajar y mantuvieran la casa, pero prohibió que sus tres hijas y su esposa, trabajaran en nada, ellas no: eran mujeres y tenían que estar en su casa, como la gente decente. Penuria no describe cómo vivían.

 

Felizmente, un maravilloso día, tío Alfredo amaneció tieso. Completamente fiambre. Perfectamente muerto (¡hay un Dios!). Velorio, misas y todo lo reglamentario de entonces y la tía María Luisa -otro día le cuento detalles-, haciendo gelatinas y flanes se volvió poquito más que millonaria. Sus tres hijas hicieron carrera universitaria y a cada uno de los varones les puso negocios dirigidos por ella.

 

Este su texto servidor quiso mucho a esa tía (que cocinaba cosas que nadie sabía hacer -de chuparse los dedos- y hacía dulces únicos, deliciosos), y ya muy viejita, le preguntó que si por la religión no se había separado del tío y con esa su mirada cálida de siempre y un atisbo de sonrisa casi triste, explicó: -El día que le iba a decir que lo dejaba fue cuando cayó en cama… el doctor dijo que era grave la cosa, que no iba a durar… y ni modo de dejarlo, hijito –sí, y duró nueve tortuosos años el vejete infame, ¡qué mala pata!

 

Sin pretender aligerar la cosa: la pandemia esta del Covid 19 terminará cediendo. Sin duda. Esperemos que pronto y con los menores daños posibles. Pero, como sea, lo absolutamente seguro es que el país seguirá existiendo y aquí quedarán más de 120 millones de personas, por dura que fuera la mortandad que esperemos, no sea ni de uno más de los inevitables: ¡ni uno más!

 

Ya con tiempo bonancible, las aguas de vuelta a su cauce, el polvo aplacado… ¿qué?… todo seguirá como hasta un instante antes de la pandemia. Todo es todo:

 

El México del que podemos estar y estamos muy orgullosos, compuesto por esos millones y millones de personas que le cumplen diario a la vida. El México de nuestros empresarios que (aunque caigan gordos), son indispensables y en su mayoría muy presentables. El de nuestros muy talentosos artistas de todos los órdenes. El México que cuidan nuestros militares y policías, de los que (muy en serio), también estamos orgullosos. El de nuestras universidades y empresas. Nuestros sabios, académicos y científicos. Y el de la señora de las quesadillas, también, pero-por-supuesto.

 

 

Logicamente, los problemas ahí estarán. No igual, peor. Los delincuentes organizados y desorganizados, no se tentarán el corazón porque apenas estemos saliendo de una tragedia general. La trabazón de los servicios públicos de salud. El enredo monumental de la educación. El desempleo.

 

También seguirá ese otro México de pobres de solemnidad que nos duelen cuando nos acordamos de ellos. De nuestras mujeres que siguen ganando menos que los hombres y hacemos como que no nos acordamos de ellas. De los que  tienen empleo con sueldos que alcanzan nomás para que no caigan muertos de inanición en su puesto… sin prestaciones, claro.

 

Y sin dramatizar ni exagerar, quedaremos con la economía hecha garras. No se va a acabar el país, no, es mucho país, pero vienen tiempos duros, muy duros.

 

Es imposible pasar por alto otra cosa que no podemos ni debemos cambiar: nuestro Presidente y su gabinete. No espere una milagrosa metamorfosis. Los mediocres seguirán siéndolo; los brillantes, también; los vagos y los atingentes; los honestos y los ladrones; los de pena ajena y los de presumir. El asunto es que el Presidente no puede seguir así y así seguirá.

 

¿No puede seguir cómo?… confundiendo deseos con realidad, propósitos con acciones. No puede seguir haciendo de papá de todos nosotros. Y menos puede atribuir el vendaval financiero y económico al Covid este: con y sin eso íbamos por camino no andadero; claro, sí empeora las cosas la pandemia, ¡malo el camino y caer un chubasco!, pero tiene que afrontar la dura realidad: la desconfianza de los grandes capitales es responsabilidad exclusiva de sus decisiones; también la caída del PIB, aunque agravada por el entorno mundial, sin duda, pero no es lo mismo bajar de un 4% de crecimiento (prometido), a bajar de un -0.1% (conseguido)… y de lo del precio del petróleo, a ver cuándo le quitan la etiqueta de ‘información reservada’ a la verdad sobre las coberturas que contratamos a precio de oro para garantizar el precio del barril de petróleo, estimado en la Ley de Ingresos (pues si fuera cierto, no importaría NADA el precio pagado real: el seguro pagaría la diferencia y hasta mejor, porque compraríamos barato lo que nos falta… tan campantes).

 

El Presidente tendría que hacer cirugía mayor a su proyecto personal de él. En especial la refinería Dos Locas es un suicidio; el trenecito Maya, un absurdo, aparte de atropello a comunidades indígenas y criminal agresión ecológica; Santa Lucía un capricho que lo dejará en la historia en el ridículo más penoso.

 

… y nada hará, él va derecho y no se quita. Bueno, 2021, elecciones generales; luego 2022, consulta de revocación de mandato (que va a ganar, la cosa es el precio político)… a la salida nos vemos.

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