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La Feria / Muchos prietitos

La Feria / Muchos prietitos
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Sr. López

 

Tía Eloína era grandota, guapa, inteligente y muy brava. Con esos antecedentes, su marido, tío Efraín, debió pensar mejor cuando, sorprendido en flagrante infidelidad, adujo en su defensa que había sido una debilidad del cuerpo, que no se enojara, que su corazón era de ella y eso era lo importante… y tía Eloína le dijo: -¡Ah!, pues haberlo dicho antes… entonces tú tampoco te enojes, viejo, mi corazón también es nomás tuyo –ojeras negras le salieron al tío.

 

Las palabras importan. No parece necesario defender eso: con palabras nos comunicamos, aprendemos, nos comprometemos, nos peleamos y contentamos. Sí, las palabras importan.

 

Algunas palabras suenan igual que otras pero no nos hacemos bolas al platicar, porque el sentido de lo dicho lo impide; nadie oye “hasta que llegó” y se imagina una asta bandera llegando; y si el médico dice que alguien tiene un “bacilo”, no piensa en “vacilo”, que los médicos no suelen vacilar. Sí, nadie confunde “hatajo” con “atajo”; “bello” con “vello”; ni “hola” con “ola”. Y esto aunque no se sepa cómo escribir las palabras, que mucha gente no atina con la ortografía de “has”, “haz” y “as”, y platicando no duda de lo que oye, ya sea de “haber” (has ido), de “hacer” (haz la tarea), de ser el mejor (el as del equipo), o tener de mano el naipe ganador.

 

Lo mismo pasa con la palabra escrita: la frase misma impide los equívocos y no hay que tupir los documentos con notas a pie de página, explicando la acepción en que se usa cada palabra, como si el lector fuera un tontito que va a confundir “amo” de amar con “amo” de dueño; “banco” de sentarse con el de guardar el dinero; ni “armar” de repartir fusiles, con el de acomodar un rompecabezas.

 

Es prudente advertir que los lenguajes, las lenguas, tienen vida, vida propia, la que le dan los que la usan; y nos guste o no, el uso equivocado pero generalizado de los términos, siempre se impone y por ejemplo, si antes “contemplar” era solo mirar con atención o complacer (“contemplar” un atardecer o andarse con “contemplaciones”, con un niño desobediente), ahora también es “incluir” o “considerar” y ya se dice y se entiende bien, cuando nos dicen que un presupuesto no “contempla” tal o cual cosa, o si un contrato no “contempla” alguna condición (¡aaagh!)

 

Como sea, es claro que las palabras importan y saber su preciso significado importa. Por supuesto.

 

No se lo comento por las amenazas de la FIFA en caso de que los porristas mexicanos sigan gritando ‘esa’ palabra que no es políticamente correcto usar, cuando despeja el portero contrario, sino porque el presidente Peña Nieto ha dicho muchas veces que es pragmático… y todos, tan tranquilos. Muchas cosas que hace y dispone, se le critican, pero él lo dijo: es pragmático y sobre advertencia no hay engaño.

 

La cuestión es que alguna gente (a lo mejor él también), entiende que al decir que es pragmático, está diciendo que busca resultados sin andarse por las ramas, que es diestro en lo suyo y consigue resultados de la manera más práctica, menos complicada, aunque pragmático sea realmente el que prefiere lo útil, que es la idea central del “Pragmatismo”, esa corriente filosófica iniciada a fines del siglo XIX en los EEUU, que niega la existencia de verdades absolutas, lo que en no pocos casos lleva a sujetar la ética a criterios de utilidad, confundiendo el bien, lo bueno, con lo que da resultados, sin importar los medios (y no tener mapa moral en la cosa pública, es muy peligroso).

 

Para que no haya dudas, don Peña Nieto lo advirtió cuando en su discurso de clausura de XXI Asamblea General del PRI, celebró el cambio de todos sus documentos e ideología, hasta hacerlo otro partido, diciendo: “Así, con pragmatismo y sin dogmas, el PRI se transforma para poder transformar a México”. Bueno, no mintió.

 

Como es pragmático y no está sujeto a ideales (que ‘dogma’ es otra cosa… las palabras importan), no tiene lealtades, que suelen estorbar a la hora de tomar decisiones. Y tan no tiene lealtades que cuando era Gobernador del Estado de México y no paraba de crecer el escándalo por la muerte de la niña Paulette, lo resolvió corriendo al Procurador estatal, su amigo, Alberto Bazbaz y se olvidó de él por años (luego, ya siendo Presidente, le dio una chamba secundaria como titular de una Unidad de Hacienda).

 

También, como buen pragmático, a quien llamaba su “maestro”, Humberto Benítez, lo echó de la Profeco por el escandalito de la hija del señor que se portó muy lépera en un restaurante, pero como don Peña estaba enamorando a La Patria y se armó la tremolina en ‘las redes’, lo corrió sin consideraciones. ¿Lealtad?… ¿a qué, por qué, para qué…?

 

Igual, por su pragmatismo, Elba Esther Gordillo pasó de “amiga del Estado de México” a presa. (Lo de “amiga” lo dijo en 2008 cuando cocinaban juntos la recuperación del Congreso local, como hicieron).

 

Por lo mismo, porque él es pragmático, se han ido a la cárcel, andan huyendo de la ley o son investigados, otros con los que compartió comal y metate, amigos o nada más compañeros de partido, como los exgobernadores Javier Duarte, de Veracruz; César Duarte, de Chihuahua; Roberto Borge, de Quintana Roo; Fausto Vallejo y Jesús Reyna, de Michoacán; Jorge Herrera, de Durango; Mario Anguiano, de Colima… sin piedad, a lo práctico, que se rasquen con sus uñas.

 

Y como las palabras importan, es preciso apurarle a aclarar: no es el fin de la impunidad, sino el fin de la lealtad que en política a veces es complicidad, sí, pero a fin de cuentas, era ya lo único que cohesionaba un sistema político que en lo general se fue deslizando por el suave tobogán de lo práctico, lo útil, lo que acomoda según cada momento y circunstancia.

 

El Presidente no engañó a nadie, él lo dijo, es pragmático y ahora toca acomodar todo al gusto del tío Sam, librar el 2018… y salvarse. Es lo práctico. Y los demás, a su suerte.

 

Y no sea ingenuo: no es problema de un partido, que en los demás tienen sus prietitos en el arroz, sí señor y no pocos sino más bien muchos, muchos prietitos.

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