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La Feria / Cuando estábamos peor

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Sr. López

Derechos humanos… derechos humanos, ¿quién podría oponerse a que los humanos tenemos derechos?

El 26 de junio de 1945, acabandito la Segunda Guerra Mundial en Europa (Alemania se rindió el 7 de mayo de 1945), se formalizó la ‘Carta de las Naciones Unidas’ en San Francisco, California (en el Pacífico seguían los sombrerazos: Japón aguantó hasta el 15 de agosto de 1945, porque se enteraron que el ‘Acuerdo de Potsdam’ -una ciudad a las afueras de Berlín-, firmado por los aliados y publicado el 26 de julio de 1945, decía que si no se rendían incondicionalmente, Japón sería sometido a una ‘pronta y total destrucción’ y después de las dos bombas atómicas que les echaron los yanquis el 6 y el 9 de agosto de ese año, les creyeron que iba en serio la cosa… digo, con esos modos cualquiera no se rinde).

Creada así la ONU por los vencedores de la guerra, sobre más de 62 millones de cadáveres, entre el aroma de la pólvora y bronceados por la radiación nuclear, el 10 de diciembre de 1948, su Asamblea General reunida en París, emitió la ‘Declaración universal de los derechos humanos’ -Resolución 217 A (III)-, sin real fundamento jurídico ni filosófico, compuesta por una lista de 30 buenos propósitos -artículos-, que plantean la igualdad de todas las personas, el respeto a sus derechos y a su dignidad, aunque todo quede sujeto a lo que cada Estado miembro quiera entender por derechos humanos,  colgando de lo que dicten las leyes -el derecho positivo-, de cada país.

Esa ‘Declaración Universal’, fue todo menos ‘universal’, se firmó en ausencia de Honduras y Yemen y no la aceptó medio planeta (Arabia Saudita, Bielorrusia, Checoslovaquia, Polonia, Sudáfrica, URSS, Ucrania, el Vaticano, Yugoslavia… ¡y China!, Taiwán firmó como ‘China’, siendo una provincia de ese país, que luego la ONU echó a patadas en  1971).

Los países que no la firmaron no son perversos, tienen objeciones muy sólidas, de derecho divino (su derecho divino… o sea), y de derecho positivo; aparte de que el ‘derecho natural’ sigue en discusión (es ‘derecho natural’ en algunos países, tener varias esposas, esclavos, o azotar a los homosexuales… hay de ‘tutti fruti’ en asuntos que a algunos parecen muy obvios).

(Estará usted pensando que el del teclado ya anda consumiendo hierbita vaciladora, no, ya verá por dónde van los tiros).

Los derechos humanos o fundamentales, se concibieron en 1789 por la Asamblea Nacional de Francia al empezar su revolución. ‘Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos’, dice el primer artículo de la ‘Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano’ (que no incluyó a las mujeres -¡nomás faltaba!-, ni a los esclavos, igual que la declaración de independencia yanqui de 1776, que fue su inspiración).

Esa ‘Declaración’ francesa fue condenada en 1791 por el papa Pío VI (Breve ‘Quod aliquantum’), por considerar que le pisaban la sombra pues esas cosas solo las podía tratar el representante de Dios (él); pero los franceses, haciendo tantito de lado los derechos humanos del Papa, fueron a sacarlo a cañonazos del Vaticano y se lo llevaron preso hasta su muerte.

Luego, en 1878, el papa León XIII (¡vuelve la burra al trigo!), condenó en la encíclica ‘Quod Apostolici’, que la ‘Declaración de los derechos del hombre’ planteara que ‘todos los hombres son por naturaleza iguales’. Y el papa Pío XII, el 24 de diciembre de 1948, a los 14 días de la proclamación de la ‘Declaración universal de los derechos humanos’, lamentó ‘las insidias y peligros’ que afectaban a todos los pueblos, refiriéndose sin decirlo, a la ‘Declaración’ de la ONU. Ya luego, en los años 60 del siglo pasado, en el Concilio Vaticano II, empezaron a alabar los derechos humanos… sin suscribir nunca ni la ‘Declaración universal’, ni los dos Pactos Internacionales, que comprometen a los Estados a aplicarla, a cumplirla. A la fecha.

Todo esto, para que no se ande creyendo que los derechos humanos son aceptados y defendidos por tooodo mundo. En muchos países se conforman con tener leyes que respeten los derechos de las personas sin andar aceptando las reglas que hipócritamente imponen al mundo los ganadores de la guerra mundial, siendo los primeros en no respetarlos cuando les conviene (ahora mismo, en los EUA es legal la tortura, la detención sin orden del juez, el encarcelamiento sin defensor… y estarse así, sin juicio, todos los años que le pegue la gana al Sistema Nacional de Seguridad yanqui, porque están en guerra contra el ‘terrorismo’, que ellos definen como les va acomodando).

En México, antes no teníamos derechos humanos, sino garantías constitucionales. Desde el 10 de junio de 2011, se reconocen nuestros derechos humanos (¡padre!), y desde el 18 de junio de 2016, ya nadie es culpable sino hasta que le prueben lo contrario (nuevo sistema penal acusatorio). Muy bien.

La lástima es que ahora, no pocos malandrines salen libres porque efectivamente se violaron sus derechos al detenerlos, sí, pero aun siendo evidentemente culpables, prevalecen sus derechos por encima de los de sus víctimas.

Un ejemplo muy serio es lo de Nochixtlán: el 19 de junio de 2016, la autoridad estatal pidió el apoyo de la fuerza federal para despejar la carretera que bloqueaban unos en protesta contra la reforma educativa.

Aquello se salió de control. Hubo ocho muertos. Grave.

Pero también es muy grave que el presidente de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca, un Arturo Peimbert Calvo, en Washington, ante la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos y relatores de la ONU, acuse al  exgobernador Gabino Cué (que le dio el cargo), de ordenar la matanza.

Imagine a un gobernador dando orden de ir a hacer públicamente una matanza: ¡y que lo obedezcan!

Si algún o algunos policías abusaron, que los juzguen, pero que no se cape a la autoridad, pues, ahora resulta que tratar de impedir que se viole la ley, viola los derechos de los que están violando el derecho de todos.

No vaya a ser que estábamos mejor cuando estábamos peor.

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