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En defensa del nucú

En defensa del nucú
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Edgar Hernández Ramírez

Oí hablar de ellas por primera vez en la infancia, en junio. Y qué otro mes podía ser sino ese, el único del año en el que dejan sus nidos terrestres animadas por las primeras lluvias. Mi papá dijo, no sin cierto gesto de repulsión, que le gustaba comerlas pero que dejó de hacerlo hasta que un día en el panteón las vio salir debajo de las tumbas.
Yo las he probado, me gustan, pero en insectos comestibles prefiero el chapulín. De la primera vez que comí hormiga nucú o chicatana, recuerdo su sabor ahumado y de cómo tronaba su pancita entre mis dientes. Ahora no las busco, no como otr@s que conozco. Si acaso alguien me invita, lo degusto con frugalidad.
Es tan popular la hormiga alada que hace una semana hubo en Tuxtla un Festival Gastronómico del Nucú. Iba ir a tomar fotos y a hacer video –y tal vez a probar algún platillo exótico– pero otros compromisos me lo impidieron. Me gusta observar este tipo de costumbres donde la gente se congrega en torno a una festiva y excéntrica celebración culinaria.
Sin embargo, después me quedé pensando que si este tipo de eventos que exaltan nuestra cultura gastronómica, no estaban también contribuyendo a poner en peligro de extinción a esa especie de insectos que esta temporada no fue abundante como en otros años.
Investigué sobre el tema y mi empatía ecológica embarneció. Descubrí que no es en sí la lluvia la que saca a las hormigas de su monótona vida subterránea, sino que salen a escenificar un vuelo nupcial masivo: las reinas y machos dejan los nidos para reproducirse en el aire. Tras el apareamiento, los machos mueren, y las hembras fecundadas pierden las alas y buscan formar un nuevo hormiguero.
Una vez establecida, la nueva reina inicia una colonia subterránea donde las hormigas obreras cultivan con materia vegetal un hongo que sirve de alimento para las crías. La colonia tarda varios años en alcanzar una madurez plena, momento en que puede producir nuevas reinas.
Quedé maravillado. Además, las hormigas que nos comemos asadas, tienen una importante función ecológica. Son ingenieras del ecosistema: remueven y airean el suelo con sus túneles, lo cual favorece la fertilidad y la circulación de nutrientes; descomponen y reciclan materia vegetal, regulando la vegetación local; alimentan a muchas otras especies, incluyendo aves, reptiles, y mamíferos. Y su relación simbiótica con un hongo las hace clave en procesos evolutivos y ecológicos complejos.
Aunque el nucú no está oficialmente clasificado como especie en peligro, existen alertas locales sobre el disminuido avistamiento en varias regiones del sur del país. Lo cual se debe a su sobreexplotación comercial, con capturas masivas para venderlas a precios elevados; a la deforestación y el uso de pesticidas, que destruyen su hábitat y desequilibran las colonias; y al cambio climático, que altera el calendario de lluvias y podría afectar su reproducción.
Sí, son ricas las hormigas en tamales, en salsa, en mole o asadas, y tienen alto valor nutricional en proteínas. Pero, por lo que ya les mencioné arriba, deben recolectarse de forma responsable, para no afectar la continuidad de la colonia.
Por eso, de ahora en adelante, no voy a comprar afocador ni me desmañanaré para juntarlas; y seguiré consumiendo el nucú si me lo invitan, y sólo un taquito.

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