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Voluntarios / LA FERIA

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Sr. López

Contaba la abuela Elena que allá a principios del siglo XX en Autlán, murió un tal don Nacho que no se sabía bien cuántos hijos tuvo pero no menos de 60 (con su esposa unos 14, los demás en colaboración con otras damas), y que heredó parejo a todas y todos su extenso rancho, lo que se tradujo en una matadera que no paraba. También decía que algunos vecinos fueron a decirle al Alcalde que pusiera remedio y que contestó: -Lo estoy poniendo, se resuelve todo cuando quede uno vivo -y sí, así se arregló, decía la abuela.

Saber historia es bueno… bueno, depende. Si se estudia historia con visión contemporánea, no, porque da por pensar que a nuestra especie más le valiera desaparecer de la faz de la Tierra, porque nos hemos dedicado a lo largo de los milenios a cometer atrocidades.

Y sí, pero así y todo, la humanidad al mismo tiempo, produce artes, ciencias, filosofía, religiones mejor que regulares, derecho, tecnología, medicina en serio y pensadores que escriben cosas estupendas que, de a poquitos, nos mejoran a todos: no es lo mismo una persona común y corriente de hoy que una de hace mil años y en México, de hace 500, cuando en la dieta se incluía carne humana; un día que no tenga nada mejor que hacer, busque en San Google ‘El pozole y su origen tétrico (…)’, de Laura Almaraz o el Códice Florentino -que no se llama así sino ‘La Historia General de las Cosas de Nueva España’, escrito de 1545 a 1590 por Bernardino de Sahagún-, en el que se consigna la receta náhuatl de lo que hoy llamamos pozole y ellos llamaban “tlacatlaolli”, que significa “maíz de hombre”… y solo comían piernas y brazos, la cabeza se usaba para exhibir el cráneo y el tronco, ya sin corazón, se desechaba por ser donde va el triperío, muy delicados ellos).

Así, saber la historia del pueblo judío, desde sus remotos orígenes, de poco sirve si se mira con ojos de hoy, porque las han pasado canutas aunque también han dado mucho qué hacer, porque no hay pueblos ni razas, buenas o malas, todos los grupos humanos, todas las culturas y civilizaciones tienen sus cosas magníficas y otras de pena ajena (nosotros también, no olvidar la persecución y matanza de chinos, no se le pase).

En estos días el mundo entero se encuentra muy atento a la guerra de Israel contra Hamás, organización terrorista y política que se declara a sí misma, yihadista (yihad significa para ellos ‘guerra santa’), nacionalista e islamista, asentada mayormente en Gaza que es territorio palestino. No son pocas las organizaciones yihadistas, una es Al Qaeda, y una gran mayoría de ellas firmaron en febrero de 1998 un pacto estratégico llamado “Declaración de guerra contra judíos y cruzados”. Para ahorrarnos explicaciones. 

Le he comentado antes que el problema de Israel no tiene solución, al menos mientras islamitas y judíos sigan trepados en su macho.

Unos, los judíos dando por buena la Biblia como escritura pública de propiedad de los territorios de la antigua Canaán, bautizada como Palestina por los romanos desde el año 135 d.C.; y Canaán se llamó así, desde el año 3,000 a.C., digo, si a historia vamos… y ya en estas, Oseas, alias Josué, líder de los israelitas elegido por Yahveh-Dios (¡fíjate qué suave!), por ahí del año 1,220 a.C. conquistó -fíjese: conquistó-, las tierras de Canaán que llamaron ‘Tierra prometida’, y las distribuyó entre las 12 tribus de Israel… sí, si a historia vamos, los judíos, igual que tantísimos otros pueblos, se asentó en tierras que le robó a los que se encontró (como los aztecas por estos rumbos, nada nuevo), pero el gusto les duró 200 años porque los echó de ahí Salmanasar V, rey de Asiria y Babilonia.

Los otros, interpretando a modo el Corán, olvidando que convivieron en santa paz con los judíos poco más de 1,300 años, de mediados del siglo VII a principios del XX, cuando comenzó esa necedad de odiarlos, gratis, aunque siguieron juntos en Palestina hasta mediados del XX.

El inmenso problema actual, ha quedado dicho, lo provocó la ONU cuando sin derecho, ley ni razón, partió Palestina, a lo puro maje, en 1948, a propuesta de Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Holanda, Perú, Suecia y Uruguay (¿a honras de qué?), sin hacer caso a la propuesta de otros países que defendían dejar a Palestina sin dividir y que ahí siguieran viviendo, como durante siglos habían hecho, judíos y árabes, todos palestinos.

Nada, se impuso la necedad, las ganas de quedar bien con el sionismo y la necesidad de reparar de alguna manera (la peor manera) al pueblo judío, los sufrimientos y horrores que padecieron en la Segunda Guerra Mundial (y Alemania, silbando bajito y viendo para otro lado, ¡padre!). Y como dato curioso, se opuso a esa partición el aguerrido judío Menájem Beguin quien tachó a la partición como ilegal y vaticinó que habría guerra.  

La ONU de ninguna manera nunca lo va a reconocer ni va a ni siquiera intentar deshacer el nudo gordiano que amarraron, atropellando el derecho de los árabes-palestinos y los judíos-palestinos, que los dos eran dueños y señores de ese territorio. Y pagan esa cuenta personas que deberían estar dedicadas a vivir sus vidas, de ambos lados, hoy, tristemente, bandos.  

Curiosamente son los judíos los que más críticas reciben por su respuesta demoledora contra Hamás en Gaza, que causa la muerte de personas ajenas al conflicto, como dando por sentado que lo propio de los terroristas islamitas es matar civiles, sin decir que está bien pero poniéndolo en la bandeja de los asuntos pendientes. Mal. Y todo hay que decirlo, Hamás lo organizó Israel, que no se nos olvide, y tampoco dejemos de mencionar que Hamás ganó las elecciones parlamentarias de 2006, fueron elegidos por los gazatíes que consintieron que Hamás, un año después, quitara el control del territorio al gobierno legal, la Autoridad Palestina que tiene el reconocimiento internacional.

¿Deben los judíos respetar a los gazatíes de la población civil?, claro que sí. ¿Los palestinos deberían meter al aro a los Hamás?, sí, también. Se solicitan voluntarios.

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