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Violín por correspondencia / La Feria

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Sr. López 

La hija de tío Justino -rancherote de Autlán que no necesitó estudios para tener mejor criterio que un doctor en ciencias-, se casó con un muchacho de Guadalajara que no mucho le gustaba al tío. Se fueron a vivir a la Ciudad de México y poco después se enteró que su hijita trabajaba -y en el pleistoceno mexicano, no se acostumbraba-, y que encima de mantener ella su casa, viajaba mucho por su trabajo. No dijo nada el tío, esperó a que buenamente algún día lo visitaran y cuando fueron, le dijo a su yerno: -Las vacas de este rancho comen de mi forraje y nada más aquí se ordeñan; si mi hija lo mantiene y no duerme diario con usted, no sé qué sea, pero su mujer, no -¡zaz! 

El gobierno, eso que ahora con poco tino, llamamos “Estado”, tiene solo dos atribuciones exclusivas: la exacción legal y el monopolio del uso de la violencia. El gobierno es el único que puede legalmente, quitar dinero o bienes a la gente (impuestos, derechos, expropiaciones, etc.), y el único que puede usar la violencia física (cuerpos policiacos, ejército, etc.). 

Cuando en un Estado, en un país, cualquiera quita impunemente su dinero a la gente y si cualquiera anda armado y hace valer su voluntad a tiros, el gobierno no se sabe qué sea, pero gobierno, no. Gobierno es el acto de gobernar y gobernar es regir, dirigir un país o una colectividad política, dicen el diccionario y el sentido común. 

El-gobierno-federal-mexicano, así, de corridito, sin distingos entre administración pasada o presente, ni de personas o partidos, porque el gobierno es una institución de existencia continua que no cesa sus funciones ni está exento en ningún momento de sus responsabilidades; si el gobierno federal mexicano no actúa pronto, si sigue fallando, va que vuela a ser fallido si no es que ya lo es. 

No es nuevo pero en la presente administración se han enconado delitos que usurpan las atribuciones del gobierno; bandas de delincuentes cobran por permitir las actividades comerciales y profesionales (el “derecho de piso”); por usar de las carreteras; y por ejercer el sacerdocio; en suma, han instalado una intrincada red de cobro de impuestos ilegales, compitiendo en eficacia con la Secretaría de Hacienda (bueno, es que la más bárbara auditoría no incluye como medida de apremio, mochar dedos o decapitar al causante moroso). 

Y de unos años acá, la violencia campea en buena parte del país, incontenible e incontenidamente y este gobierno, se ufana de ello e insiste en no imponer el estado de derecho, confundiendo aplicar la ley con el ejercicio de la violencia criminal. 

Aparte, sin pertenecer a la delincuencia organizada, al grupo que le viene en gana, cierra carreteras, bloquea edificios comerciales y del servicio público, sitia ciudades, marcha por las calles con la intención precisa de desquiciar la vida cotidiana de la ciudadanía, como medio de presión a la autoridad, que encuentra en las “mesas de negociación” la puerta falsa a las falsas soluciones de tanto conflicto… ¡ah! y nueve de cada 10 mexicanos ha comprado alguna vez algo “pirata” o de contrabando. Desgobierno se llama. 

Si el estado mexicano hoy, no es un “Estado fallido”, sí es un despelote generalizado. El que lo niegue miente. 

No hay definición sociopolítica del “Estado fallido”, si acaso “Estado ineficaz” se acerca a su descripción. Menos confuso es el asunto si se intercambia Estado por gobierno: un gobierno es fallido cuando mantiene solo nominalmente el control sobre el territorio nacional, cuando permite que lo desafíen grupos armados, cuando tolera la competencia en la exacción, cuando se hace creciente la participación de las fuerzas armadas en la gestión pública. Como anillo al dedo a la 4T, sin apasionamiento. 

Síntomas de un gobierno fallido son, según algunos estudiosos: disminución del control físico del territorio; existencia de grupos competidores en el uso de la fuerza; corrupción política y administrativa; ineficacia judicial; inseguridad pública generalizada; proliferación de la criminalidad organizada; desorden económico, desempleo, inflación; educación pública deficiente; débil respuesta ante desastres naturales; defectuosos servicios públicos básicos; cumplimiento deficiente de acuerdos y convenios internacionales. Revise con calma; dígase cuál no está presente en el México del 2022. Uno al menos… 

Pero lo anterior aplica al gobierno no al país. Por eso lo de “Estado fallido” no es prudente predicarlo. México, el Estado mexicano, es mucho más que su gobierno, nuestro país son 130 millones de habitantes de los que 58 millones producen, tienen empleo formal o informal; México es una sólida cultura con muy acendradas expresiones colectivas (nuestra cultura objetiva), e individualidades (nuestra cultura subjetiva), de la mayor altura y reconocimiento internacional; México es una economía con valor anual cercano al billón 380 mil millones de dólares (dice el FMI); México es una potencia exportadora de manufacturas más que de materias primas; México es un algo cuajado a lo largo de 500 años, incluyendo los 300 años de Nueva España que nos dieron nuestra actual identidad, aunque le pese a los raros especímenes de connacionales que abjuran de la mitad de su sangre. 

No, México no es un paisito y eso mismo hace más indignante la innegable ineficacia de nuestros gobiernos, su cínico administrar los problemas, su salir del paso sin resolver nada de fondo, NADA. Y esa ineptitud oficial consiguió este año bajarnos del lugar 15 entre las economías del mundo, al 17, el peor puesto desde 1988, otro retroceso, abajo de Irán y con Indonesia ya rebasándonos. 

Lo que nos urge es hacer ciudadanía, real, cumplidora de deberes, primero y exigente de sus derechos después. Una ciudadanía que entienda la responsabilidad inmensa de emitir su voto, a menos que estemos dispuestos a volver a elegir gente sin la menor idea de qué es gobernar, que confunde gobernar con tomar revancha e imponer caprichos, con la habilidad del que aprendió violín por correspondencia.

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