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Sobre la fabricación de artificios

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Carlos Álvarez

No me parece que la escritura tenga más fin que el de instruir, y a más de un crítico o filósofo le ha resultado principio si no incompleto cuando menos insuficiente decir que la poesía debe entretener tanto como instruye, y de este modo, tantas reflexiones personales se han servido de toda la ligereza que nunca podrá dejar de tener lugar en el sentido común, para considerar que más debiera conmover aquello que nos instruye, que domesticarnos aquello que no se entiende; como suele darle igual a la razón distinguir lo que ha sido fácil de creer, a aquello que sea cierto, esto mismo pasa con  quienes vindican que todo debe entenderse primeramente por el modo que se escribe, y pasa también con quienes piden que antes que nada se distinga si hay cosa alguna que valga la pena de ser entendida del modo que la razón lo hizo, que en ambos casos a duras penas se nos prueba que ni la más noble de las máximas nos puede volver personas más virtuosas, el discernimiento de nuestra experiencia seres más eficaces, el aprendizaje de axiomas menos desalmados, ni la memorización de los preceptos más decentes gente más sabia.
Que no sea suficiente hallar instrucción en el entretenimiento, ni sea de felicísimo empleo desentendernos de cosas que son vanas por complejas, nos obliga a gratificar cualquier reflexión en la que nuestros pensamientos no parezcan meras alusiones casuales a hechos y escenarios que, sin un poco de fuerza, examen y fortuna, a más de una persona le parecería algo más obsoleto que grandioso. Ineptitudes, traiciones y caprichos han sido examinados con mucha minuciosidad; no es algo sorprendente apreciar que las pasiones más grandiosas han terminado por ser sometidas por instrucciones que responden más a un capricho inteligible, y que han terminado por responder a causas que nunca han terminado por merecer la atención que la gente de las letras ha depositado en ellas. Nunca he destacado algo admirable más de lo que pudiera reprobar como algo tedioso la búsqueda de entendimientos novedosos en el interior de los hábitos; entiendo que resulte repugnante que contemplarnos signifique estar asistidos por una fuerza inventiva e interpretativa que nunca nadie debería tener manera ni motivo para terminar de indagar ni de entender; para nuestro mal, es imposible buscar en cualquier otra parte de nuestro espíritu un alimento más saludable y constante que no sea el de la sumisiva potencia que el entendimiento puede ejercer en la apreciación de cualquier obra y su azarosa relación con cualquiera de nuestras facultades.
Considero primeramente que ser indiferente al bien o al mal es un resultado tolerable del empleo de nuestra razón; segundo que la adoración que el lector posee por los dones inventivos compete tanto al descuido de las reglas más generales de la conducta, como a la mala administración que hacemos en torno a los defectos de nuestra naturaleza. Nunca me he permitido hablar de algo que no me gusta, tanto como me insto a tomar la libertad de hablar de todo tipo de empresas que no entiendo y estoy completamente seguro que no cambiaría mi opinión en torno a ellas por más que me entregue con mucha severidad a su estudio. 

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