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Sobre el Quijote de Avellaneda

Sobre el Quijote de Avellaneda
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Carlos Álvarez

Que la vida no posee ningún valor elevado si no está subordinada a la instrucción de nuestras obstinaciones y de nuestras obsesiones no es una máxima que pueda convencer en cualquier sentido, salvo a quienes confían ciegamente en los procedimientos racionales porque consideran que la naturaleza humana es inconstante. Hay dos métodos fiables para considerar que ninguna de nuestras ambiciones tiene sentido: una es que apreciar la poca ventaja moral que nuestros pensamientos podría tener en el destino de alguien más; la otra es apreciar que para entender la parte más sólida de la constitución moral debemos renunciar siempre a nuestra conducta, por más que esté exenta de faltas.
Menéndez y Pelayo consideró que el Quijote de Avellaneda es una obra de mal gusto donde todo está sabrosamente dicho y escrito por haber un rodeo tras otro que vuelve indigestible; más tiene, a su razón, idiotismos y pedanterías propias del naturalismo, que de consistente realismo. A mi juicio no podemos emplear el término superior cuando hablamos de mal gusto; en el sentido que más prefiramos alguien con mal gusto puede ser dueño de un entendimiento desgraciadamente elevado; alguien con limitadas facultades de lo que podemos entender por “inteligencia” puede haber heredado o aprendido la habilidad para evitar peripecias y actuar con suficiente discreción para no poner en duda su virtud. El crítico español considera que el Quijote Apócrifo es género de recreación y de pasatiempo, pero si consideramos que cualquier sensibilidad que podamos nombrar poética, está más emparentada a las reservas del pasatiempo que al reconocimiento de los perpetuos bienes, podríamos considerar que es mucho más vergonzoso tratar con seriedad una obra pretensiosa, que considerar pretensiosa una obra libertina.
El Quijote de Avellaneda defiende la parte menos sensiblera del empleo libertino de la razón como es el sentido común: hay un sentido lamentable para considerar que una obra literaria tiene más de artificio que de verdad; esto es que la gloria literatura se ha perpetuado mucho más por fraudes interpretativos que por correcciones del entendimiento. Está mucho más allá de la saludable condición de mi censurada imaginación, y de la negligencia que puede tener lugar sin motivos dañinos en mi esfuerzo, examinar los esfuerzos generales que un autor necesita para elaborar una obra con mucho sentido; afortunadamente muy poco y casi indefinido es lo que podemos calcular con nuestros poderes mentales, y para nuestro bien más completo podemos decir sin ningún tipo de fraude que la mayoría de las obras no tienen sentido del todo.

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