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Propósito de enmienda / La Feria

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Sr. López 

En un cumpleaños de la abuela Elena, la de Autlán de la Grana, llegó a su casa en la Ciudad de México, un señor que nadie conocíamos y se presentó como sobrino bisnieto de ella. Por la estatura, pelaje y color de ojos, podía serlo. Lo recibió seria y lo dejó pedir silencio a todos, para oírlo decir que “a nombre de su familia le pedía perdón por las tierras que su bisabuelo quitó al de ella”. La abuela con cara divertida le dijo que no le perdonaba nada porque a ella no habían hecho nada, que eso había sido asunto de los viejos, pero que si era sincero, dijera cuánto le iban a pagar; de patitas en la calle lo puso y remató: -¡Payaso! 

Lunes 3 de mayo, muy presente tenga usted: es el día del inicio de la “gira del perdón” en este “año de la reconciliación”, por decisión y decreto oral del Presidente de todos nosotros. 

¡Sí señor!, el Presidente de la república, desde Chan Santa Cruz (hoy Carrillo Puerto), pidió perdón al pueblo maya por el genocidio y dominación que ha sufrido, “y por la invasión a sus pueblos en la Guerra de Castas del siglo XIX”… luego, a mediados de este mes, pedirá perdón a los chinos, perseguidos durante las primeras décadas del siglo pasado y en septiembre al pueblo yaqui o minorías étnicas. 

El Presidente predica con el ejemplo: pide perdón como pidió al Rey de España y al Papa Francisco que pidieran disculpas por las “atrocidades y abusos de la conquista” que este 13 de agosto cumple 500 años. Con España, dijo el Presidente López Obrador, “es la única forma posible de lograr una reconciliación plena entre ambos países”. ¡Zaz! 

Respecto de los perdones que el Presidente pedirá este año, solo los conservadores se permiten la ligereza de recordar que lo de la “guerra de castas” (1847-1901), fue un conflicto iniciado por los mayas que habitaban el sector oriental de la península de Yucatán (organizados por Jacinto Pat hacendado y cacique, y por otros dos caciques, Manuel Antonio Ay y Cecilio Chi), contra mestizos, mulatos e indígenas que vivían al poniente y al sur de la península, en “territorio enemigo”; que la intención inicial era independizar esa región oriental, financiados y armados por la Pérfida Albión, Inglaterra, muy interesada en explotar en su beneficio el ‘palo de tinte’ (importantísimo entonces para producir tintes azules, rojos y negros). 

Y por cierto, nadie parece recordar que viéndose perdidos los yucatecos de la parte occidental, contrataron mercenarios del ejército de los EUA, que por un pelito no se quedaron como conquistadores de la península: no hubo “invasión a sus pueblos”, hubo expulsión de extranjeros que se estaban encariñando con ese trozo de nuestro país. 

Eso fue la “guerra de castas”, no fue lo que ayer dijo el Presidente (“una segunda conquista”), y tampoco fue un levantamiento para acabar con el infame trato de esclavitud que recibían los mayas que en esa condición siguieron hasta que la Revolución Mexicana arrasó a balazo limpio con semejante aberración. Si el Presidente quiso pedirles perdón es muy su asunto, pero el Estado mexicano desde 1917 limpió su papeleta. 

De la persecución y genocidio de chinos ojalá alguien le platique el Presidente que ese asunto entre China y México se arregló mediante las negociaciones que sostuvo el representante del emperador Pu Yi -el de la película-, con Francisco I. Madero, quien pagó la indemnización acordada el 1 de julio de 1912 (3 millones de pesos oro), que los abusos siguieron hasta 1944 pero empezaron a atenuar desde 1934 gracias a la vigorosa intervención de un tal Lázaro Cárdenas, por cierto. De nuevo: si el Presidente quiere pedirles perdón, no hay problema, pero a nombre del país, no, eso ya se zanjó. 

De cualquier manera, a nadie hace daño que el Presidente recorra el país como penitente, pero extraña que a España le ande pidiendo lo que ya quedó resuelto desde el 28 de diciembre de 1836, cuando se firmó el “Tratado de paz y amistad entre México y España” (en la Cancillería tienen copia, por si le interesa al señor de Palacio), en el que España reconoció la independencia de México y se acordó “(…) olvidar para siempre las pasadas diferencias y disensiones (entre ambos pueblos) llamados naturalmente a mirarse como hermanos (…)”. ¿Sí?, ¡pues no!, dice Andrés Manuel que nos pidan disculpas… ¿o qué? 

De lo del Vaticano, sobra decir cualquier cosa… a menos que el Presidente suponga que fue un atropello acabar con los sacrificios humanos, por ejemplo. En fin. 

Sin embargo llama la atención que nuestro Ejecutivo no exija disculpas a Francia por la ‘Guerra de los pasteles” (y por lo de don Max y Carlotita), o a los Estados Unidos, digo, que nos han invadido varias veces y nos robaron más de la mitad del territorio… Presidente ¡anímese! 

Como sea, en lo doméstico no debe uno despreciar la buena intención del Presidente. Claro que si siente arrepentimiento por actos ajenos y de siglos anteriores, indudablemente, por los de él pronto atestiguará la nación su petición de perdón a los niños con cáncer; a las mujeres abusadas sin refugios; a los millones de asegurados del Seguro Popular que se los birlaron sin considerar derechos adquiridos; a los campesinos sin programas de apoyo; a los enfermos sin medicinas; a las familias de los muertos evitables por la pandemia; a los campesinos que les arrebataron sus tierras sin indemnización para hacer el aeropuerto de Santa Lucía; a los indígenas a los que se destruyen sus selvas para el Tren Maya; a los habitantes de Paraíso, Tabasco, por la destrucción de su ecología para construir la refinería de Dos Bocas; a las viudas y huérfanos que produce a miles la delincuencia organizada; al pueblo de Sinaloa por dejarlo en manos de los Guzmán; al pueblo de Tamaulipas por intentar quitarle el Gobernador que eligieron; y a todo México por intentar prorrogar el mandato del Ministro Zaldívar. Sí, pero no será perdonado porque para que valga se debe tener algo de lo que obviamente carece: firme propósito de enmienda.

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