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La tragedia y el ridículo / La Feria

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Sr. López 

Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, dijo a sus papás que fueran a pedir la mano de su novia y los dos insistieron mucho en si estaba seguro. Él les aseguró que sí, que nomás era cumplir la formalidad. Y allá fueron para recibir un portazo histórico en las narices, después que el papá de la doncella vociferó: -¡No tienen vergüenza! –la mamá no dijo nada, ahogada en llanto. Algunas pagó Pepe. 

Espera este menda que no sea necesario insistir en el repudio que le tiene a Francisco Franco, 39 años dictador de España, del 1 de octubre de 1936 al 20 de noviembre de 1975, cuando murió en su cama. Tampoco hace la defensa del gobierno de la Segunda República que sus muy graves pecados tuvo, igual que los ‘nacionales’ (el franquismo), que los cometieron con el agravante de los abusos que por decenios impusieron a los derrotados y a otros que nada que ver y cargaron las consecuencias de una guerra civil infame por ambos bandos. 

Como sea, Franco fue lo que usted diga pero tonto, no, que para montarse sobre España y gobernarla a su entero gusto 39 años, no basta con durísimo sino además, hay que ser vivísimo porque en la madre patria se tejen bufandas con alambre de púas. 

Dicho lo anterior, le comento la entrevista que el Pancho ese concedió a Serge Groussard del diario francés ‘Le Figaro’, el 12 de junio de 1958, en las partes en que se refirió a Adolfo Hitler, concretamente a lo que según él, llevó a la derrota al Tercer Reich que Hitler fundó para que durara mil años (poquita cosa) y se extinguió entre bombardeos y luchas callejeras en Berlín, a los 12 (duró de 1933 a 1945), poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa (Japón le siguió dos meses más, hasta julio de 1945, después de dar acuse de recibo de las dos bombas atómicas con que le obsequió el tío Sam, así cualquiera se rinde). 

Pancho Franco atribuyó la brutal derrota de la Alemania nazi al espíritu de seguridad absoluta de Hitler en la victoria, dijo: “(…) toda guerra es una aventura sin ninguna garantía (…) en cada combate hay que contar con buena parte de azar”; y agregó: “(…) el mayor fallo de Hitler fue el mismo que condenó a Napoleón Bonaparte dos siglos antes: creer que la contienda sería breve y que Europa se postraría ante él en apenas unos meses (…) no tuvo en cuenta la realidad (…) la extrema confianza de Adolf Hitler en el ejército alemán le llevó a la derrota en la Segunda Guerra Mundial”. 

Remató don Pancho, diciendo lo que le pareció Hitler después de entrevistarse personalmente con él (en la estación de ferrocarril de Hendaya, frontera hispano-francesa, el 23 de octubre de 1940): “(…) era un hombre afectado (al que) le faltaba naturalidad (y que) interpretaba una comedia”. ¡Zaz! 

Se preguntará usted el por qué su tecladista de confianza desempolva un asunto tan viejo. Y sí parece que no tiene nada que ver con la actualidad. Pero sí porque aplica a cualquier Jefe de Estado que al acometer la realización de un plan de gobierno debe tener muy bien plantados los pies en el suelo; es grave que se desconecte de la realidad pero también muy malo, el exceso de confianza en el triunfo… y peor si se interpreta una comedia. 

Insiste su texto servidor en el repudio que tiene por Pancho Franco, pero eso no quita que el tipo se las traía consigo, capoteó a Hitler, quien quería que España entrara en la Segunda Guerra Mundial del lado de Alemania; supo evitar compromisos con Mussolini; logró darle la vuelta al bloqueo mundial que contra su régimen decretó la ONU (el 9 de febrero de 1946); supo mover sus fichas muy bien para conseguir el reconocimiento y apoyo de los EUA y que la ONU se echara para atrás en 1950 para en 1955, darle un sitio en la ONU, dictadura o no dictadura. Tonto no era y por eso se murió en su cama, de viejo. No es ejemplo de ninguna virtud democrática, pero de astucia política y del arte de salirse con la suya, daba lecciones. 

Un querido amigo de este menda, trabajó para él. Contaba que al recibir en acuerdo a sus ministros, no abría la boca, los miraba, los escuchaba, tomaba alguna nota, recibía los documentos que le llevaran… y al regresar a sus oficinas, ya estaban las respuestas de Franco, y a veces su despido del cargo. Si algún secreto tenía Franco, decía ese amigo, era hablar lo menos posible, siempre. Un ejemplo: cuando toda España estaba que se comía las uñas porque no se sabía si ‘el Generalísimo’ se iba a quedar con el poder, en un discursito por radio, dijo: “Mi gobierno… de carácter vitalicio…”, y ya, así se enteraron los españoles que no solo se quedaba en el poder sino para toda su vida. Lo cumplió. 

Mantenerse en la realidad y hablar poco parecen buenos consejos. Ahí usted aplíquele el cuento a quien mejor le parezca. 

Otra afirmación del Pancho este: “(…) la democracia no tiene nada que ver con el régimen de las asambleas parlamentarias y la multiplicidad de los partidos políticos rivales. La democracia consiste en averiguar cuál es la voluntad del pueblo y en servir dicha voluntad”. 

Este personaje parece el menos indicado para hablar de democracia y resulta cínica su descalificación de parlamentos y partidos (era dictador, sería por eso), pero algo de razón tenía al ligar democracia con la voluntad del pueblo y servirlo. Sí, tiene su lógica. Y en democracia la voluntad del pueblo se expresa en elecciones libres, confiables, auténticas… elecciones de verdad, para no bordar sobre el tema. 

De verdad, ojalá alguien pudiera hacer que nuestro Presidente abra los ojos, cuando menos a los trompetazos de aviso que le están echando desde la Casa Blanca. Nada más ayer advirtieron desde Washington sobre la existencia de “problemas significativos” en México en materia de derechos humanos, incluyendo ejecuciones extrajudiciales, desaparición forzada, tortura, restricciones a la libertad de expresión y los medios de comunicación, así como insuficiente investigación de casos de violencia de género. 

En política la certeza en el triunfo conduce a la tragedia y el ridículo.

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