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La Concordia y sus expectativas

La Concordia y sus expectativas
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Antonio Cruz Coutiño
[En memoria de don Raúl Coutiño Ristori]

Hace tiempo que no menciono a La Concordia en estos textos. Será porque la memoria se resiste a reblandecer recuerdos lejanos, cuando aún sus portadores se empeñan en concretar proyectos y ambiciones, transitar caminos nuevos, desconocidos, inventar experiencias novedosas. O quizá se deba a la carencia de interlocutores calificados, o a la inexistencia de movimientos vinculados a verdaderas iniciativas culturales, o a la ausencia de autoridades municipales capaces, comprensivas, dispuestas a escuchar e impulsar las ideas de otros… No sé. Lo cierto es que hoy debo dejar el trabajo, las clases, la academia. Para pensar, reflexionar sobre mi pueblo lindo, mi Concordia querida, los Cuxtepeques. Eso dice el compa Pedro Ramírez Álvarez y voy a tomarle la palabra.
Voy en primer lugar a ponderar la elección reciente de Gustavo García Macías, un joven abogado, juicioso y temerario, ambicioso, aunque precavido. Tan sólo por un hecho: estar emparentado con miembros de la familia. Primos, hermanas, tíos, amigos; razón por la que ha sido adoptado, incluso por mi propia madre, y porque —según las noticias que tengo disponibles— logra ahora mismo abrirse cancha, al margen de los rancios cacicazgos viejos, conocidos. Me refiero al nuevo, aunque más bien próximo edil, a uno de los más jóvenes alcaldes de La Concordia. En segundo término, intentaré aportar algunas ideas respecto de la necesaria planeación del desarrollo municipal, y en particular sobre la planificación del crecimiento urbano de la cabecera municipal, hasta hoy inercial, desordenado y carente de miras.


Desde hace treinta años he invocado una y otra vez, la misma historia: que, con la inundación de sus mejores tierras, recursos, caminos e historia, La Concordia fue condenada por la Federación y por la complicidad del gobierno al nivel local, a padecer el más atroz abandono. El aislamiento de sus antiguos vecinos (Carranza, Socoltenango, Tzimol, Comitán y Chicomuselo), la desarticulación de su vida económica, y el empobrecimiento de sus familias. De modo que el restablecimiento de su red de relaciones y comunicaciones debería ubicarse en el centro del debate, en el centro de las preocupaciones del nuevo Ayuntamiento, pero también en el foco de las demandas de las organizaciones sociales, instituciones municipales y sociedad en general. Esto, más su antigua tradición ganadera, agrícola y cafetalera, y sus dos “nuevas vocaciones”: la pesca ribereña y el turismo doméstico y regional.
Hoy, el lago artificial de la presa La Angostura de 60,400 hectáreas —la mayor parte de ellas en el municipio de La Concordia— constituye uno de sus nuevos recursos, al igual que las antiguas tierras agrícolas del distrito de riego Cuxtepeques, su porción de sierra cafetalera, la Reserva de la Biosfera El Triunfo (RBET), el corredor de bosques y montañas que va desde los cerros la Señorita y Cantagallo, Monte Redondo y la llamada Área Natural Típica Concordeña (ANTC), incluyendo la Isla del Coyolar y otras áreas forestales adyacentes, ubicadas entre los ejidos Zaragoza y Rizo de Oro, sobre la margen meridional del embalse. La ANTC comprende el perímetro de las montañas y cerros Pando y Bolita, rumbo a San Rafael, incluyendo a Reforma y el río Jaltenango.
Estos son nuestros principales recursos productivos y a ellos debemos enfocar cualquier propuesta de desarrollo, si bien para todos es evidente la prioridad número uno: mover cielo, mar y tierra, o poner de cabeza a cuantos santos sean necesarios, a fin de conseguir, la definitiva y verdadera pavimentación de la carretera que facilite nuestra comunicación con Tuxtla Gutiérrez.
Tras eliminar esta maldición, entonces podríamos pensar otros proyectos… 1. Construcción de los puentes que restablezcan nuestra comunicación con Chicomuselo. 2. Construcción de la carretera La Concordia-Paraíso del Grijalva (vía El Chachalaquero y servicio de transbordo). 3. Construcción de una carretera desde el panteón de la cabecera municipal, para comunicar toda la montaña de la Meseta y restituir nuestra conexión con Jericó, mediante el servicio de pangas. 4. Restablecer y de una vez por todas optimizar el uso del distrito de riego mencionado. 5. Convertir la Isla del Coyolar —hoy patrimonio ejidal—, en el pulmón de La Concordia, sitio vacacional, de paseo, recreo y esparcimiento. Naturalmente, previa declaratoria de expropiación por causa de interés público.
Pero, sobre todo, hace falta una acción contundente, imprescindible: meter orden en el embarcadero del pueblo. No más basura, vísceras, aguas negras y desperdicios. No más lavado de autos, desorden de lanchas, pescadores, fondas y cantinas. Sino… convertir esa tierra-de-nadie, en un verdadero puerto provisto de cuatro áreas sustantivas: a) Zona de embarque, desembarque y maquila de pescadores, b) Zona de observación, recreo, embarque y desembarque turístico, c) Zona de estacionamiento, bares y restaurantes y, la más importante: d) Zona de areneras artificiales, balneario y lavado de ropa.


Reflexionar sobre esto nos lleva a algo en verdad central: a la preservación y promoción de nuestra historia, nuestro patrimonio histórico y nuestra identidad cultural. Voltear la vista a lo que tenemos en las inmediaciones de nuestra pequeña ciudad… los varios hitos geográficos grabados en la memoria de los más viejos: caminos, cerros, grutas, arroyos, mojones, pequeñas construcciones antiguas, aunque por el momento tan sólo citemos dos:

  1. La antigua “peaña” o pedestal de mampostería del Ojo de Agua, que indicaba el primer mojón del original ejido del pueblo, proveído por el gobierno, tras su fundación en 1849, y 2. El Zapotal, antiquísimo “sesteadero”, lugar de descanso para transeúntes y acémilas, cuando las recuas de mulas iban o venían de Carranza (la antigua San Bartolomé), rumbo a las haciendas coloniales de San Pedro Cuxtepeques y Jaltenango. Las mulas y transeúntes descansaban aquí, punto en el que se bifurcaba el camino: hacia el Sureste San Pedro y hacia el Suroeste Jaltenango.
    El primer sitio, ubicado hacia el Noreste de la mancha urbana, antes de la fundación del pueblo, formaba parte de la finca agropecuaria La Unión. Toma su nombre del manantial u “ojo de agua” que aún existe ahí aunque disminuido. Estaba integrado por el manantial mismo, una toma o fuente, un estanque y un abrevadero para el ganado, naturalmente, propiedad de la o las fincas antecesoras, a lo que se agrega la mojonera o pedestal aludido. El segundo abarcaba la fronda o pie del cerro el Raspado, incluyendo la actual Casa Seglar: un bosque de chicozapotes, zapotes negros “y quizá algunas variedades más”, provisto de algún manantial hoy desaparecido; sitio de aproximadamente cuatro hectáreas.
    En ambos sitios, urge, en primer lugar, expropiar de cinco a diez hectáreas, para cuanto antes cerrar y reforestar intensamente el perímetro, con especies arbóreas nativas. Luego, en el caso del Ojo de Agua, reconstruir los objetos arquitectónicos aludidos y fijar ahí sendas placas de bronce, una conmemorativa y otra explicativa, al igual que en el Zapotal. Acto seguido —ahora sí— debería proceder el diseño de vastos proyectos de dimensión futura, para fundar ahí verdaderos parques históricos, naturales, recreativos, al estilo del Jardín Botánico de Tuxtla, el campo Grutas de Rancho Nuevo en San Cristóbal, o el Central Park de Nueva York. Para nada y nunca, los símiles del Parque de Convivencia Infantil en Tuxtla, o la Alameda Central y el “bosque” de Chapultepec, en la ciudad de México.
    Otros lugares hermosos, históricos, pero en especial próximos, son Iglesiepiedra y Cueva del Chachalaquero, pero de ellos ojalá pueda ocuparme muy pronto. Hoy quiero cerrar tan sólo, con la posibilidad de una acción urbanista urgente: ampliar a sus lados el tramo de calle comprendido entre el original límite occidental de la traza urbana y el incipiente boulevard. Acción, inversión y desperdicio que lejos estaríamos de imaginar, si desde la fecha de nuestra última emigración (1973), el municipio hubiese contado con Ayuntamientos sabios, educados o al menos profesionales y solidarios. El arquitecto Pedro Ramírez, el nuevo edil Tavo García y algún arquitecto o planificador del desarrollo urbano concordeño (inexistente o desconocido), saben perfectamente de lo que estoy hablando. Perdón, refiriendo.

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