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¡Hagan ese muro! / La Feria

¡Hagan ese muro! / La Feria
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Sr. López

 

La hija mayor, Elisa, tenía dos hijitos (lindos), de papá por determinar. El hijo mayor, Tencho, tenía más amigos en las celdas de la Delegación de Policía, que en la calle. El de en medio, Luisito, tenía un salón de belleza y le iba muy bien, las señoras le decían Luisa. Una tarde cualquiera, siendo este menda apenas púber, supo de esa rama de la familia y dijo que los quería conocer, pero la abuela Elena (que no era fácil que la espantara algo), dijo que no y como este López preguntó por qué, dijo lo clásico de la época (“porque no”), y agregó bajito, como pensando en voz alta; -“Algo anda mal en esa casa”. Pues sí.

 

Algo anda mal en los EUA, país fundado por gente de estricta moral (cuáqueros, puritanos y anglicanos), que a pesar de algunos detalles que nos resultan un tanto incómodos a los Latinoamericanos (para no mencionar su tendencia a estar perpetuamente en guerra en donde sea y contra quien sea), sigue siendo una nación en la que el 79.8% de la población se declara seguidor de alguna religión cristiana, en la que palabras como “Dios” y “religión” son de uso casi obligatorio para sus políticos y no solo aceptadas sino muy bien vistas por el ciudadano común, el de tenis y “hot dog”… pero algo anda mal, algo apesta en la tierra de los libres.

 

Mire usted: el “Sueño americano”, era real, sí creían en la democracia, en las virtudes y en el trabajo, pero algo -seguramente relacionado con haberse transformado en la hegemonía de occidente y partes del resto del planeta-, los fue pudriendo y ahora su clase política, aquella que antes paría personajes como Franklin D. Roosevelt o Harry S. Truman, ahora es los Bush, los Clinton ¡y Trump! (sin que esto signifique que sostenga el del teclado que los primeros eran santos, no, no lo eran, pero tenían principios y la gente, su gente, les dolía).

 

Los primeros y más serios síntomas de que algo anda mal en un país no tienen que ver con la economía o la honestidad de sus gobernantes, sino con la desvalorización de la cultura nacional… pero, se apresura a explicar el del teclado, que no se refiere a la “cultura” entendida como leer mucho, ir a conciertos, bibliotecas, galerías de arte o presentaciones de libros, no, sino a la cultura objetiva, la que constituye el ambiente vital de la nación: el respeto propio y mutuo, la laboriosidad como única pauta para el desarrollo personal, la ley como norma, las costumbres como apreciables, la temperancia general. Por eso es algo a tomar en consideración cuando se generaliza el despelote, cuando la norma es el “todo se vale”, el termómetro del éxito es tener dinero y se considera aceptable cualquier disparate mientras no esté prohibido en la ley positiva; esto es: cuando se generaliza entre los que componen una sociedad el desinterés en el bien común, cuando la satisfacción personal desplaza a los demás, a la razón y a las virtudes: si lo quiero, si lo puedo pagar, si no está prohibido (y si está, pero no me atrapa la policía), lo tengo, me lo doy, lo disfruto… el consumo constante de placeres y gozos, sin freno. 

 

Así, los EUA, sin mucho darse cuenta, se fueron deslizando por la suave pendiente de la autocomplacencia, sin percatarse del creciente número de individuos francamente disfuncionales (algunos por ser “desechos de guerra”), de personas insatisfechas por no poder tener las cosas y gustos que se predican como indispensables, de personas que ante su situación real de desventaja, empollan rencores contra su propia comunidad.

 

Algo anda mal en los EUA. Ya son decenios de declive colectivo. Nada es depravado si es entre adultos y por consenso. No se le mueve el copete a nadie porque se vendan en subasta pública los calzones de Hitler (sí, de Adolf Hitler: catálogo de este septiembre de la casa de subastas Alexander Historical Auctions, Chesapeake City, Maryland; postura mínima 4 mil dólares); su Presidente puede decir cualquier barbaridad; y como innegables pruebas de que algo anda mal en ese país; primero: el increíble dato de que son el país con más presos en el mundo: el 25% de la población carcelaria del planeta está en los EUA (2.1 millones frente a menos de 11 millones en todo la Tierra, dato de World Prison Brief, presentado el pasado día 12 por el International Centre for Prison Studies); y segundo: el uso cada vez más generalizado de drogas (campeón mundial en consumo de cocaína -dice la ONU-, el mayor mercado de drogas ilícitas del planeta).

 

Los gobernantes yanquis han manejado este no novedoso problema social de la drogadicción masiva de sus ciudadanos, de varias malas maneras (aparte del probadamente estúpido prohibicionismo), especialmente, señalar como causa de ello a los productores y traficantes de drogas, en cuyos países promueven constantes baños de sangre, sin hacer mayor cosa en su territorio en el cual (maravillas hace el Buen Dios), no hay ni un Escobar Gaviria, Chapo Guzmán, ni bandas de Zetas: no señor, es todo culpa de los perversos extranjeros, delincuentes de lo peor, que le venden semejantes cochinadas a sus cándidos conciudadanos. Pobrecitos.

 

Sin embargo, ayer, ya no hubo remedio, el delirante Presidente Trump tuvo que firmar la declaración  de emergencia de salud pública por consumo de opioides pues, nada más el año pasado, murieron en los EUA 60 mil personas por sobredosis de opiáceos… por obra y gracia del OxyContin (y otras marcas comerciales), producido y vendido legalmente en su país, por la respetabilísima  familia Sackler, más rica que los Rockefeller, poderosa, discreta y famosa por su filantropía, a la par que durante decenios ha sobornado con miles de millones de dólares al cuerpo médico de su país para que prescriba su producto, que se vende más que el Viagra (en 2012, según la BBC, se emitieron en los EUA 282 millones de recetas, que alcanzan para casi un frasco completo por cada habitante de los EUA). Y lo peor: de esa droga altamente adictiva se pasan a otras aún peores. Y van en 60 mil muertos al año.

 

Ahora nos cumplen: ¡hagan ese muro!

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