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Estudiantes y científicos: Verdad / Galimatías

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Ernesto Gómez Pananá

  1. La universidad, la educación superior pública ea sinónimo de crítica deseo de cambio: desde La Plaza de las Tres Culturas en 1968, hasta las marejadas violetas de los años recientes.

Hace siete años, un acontecimiento trágico vino a sumarse a la larga lista de Aguas Blancas, Halconazos, Tlatelolcos, Salvacares o tantos en la larguísima lista. Me refiero desde luego a los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos desde el 26 de septiembre del 2014.

Mientras la autoridad no cierre el caso, no es posible dar oficialmente por fallecidos a los 43 jóvenes normalistas hoy desaparecidos. Sus familiares, con razón, exigen encontrarlos con vida o “cuando menos” localizar sus restos y dar una explicación convincente de lo sucedido aquella noche de lluvia en Guerrero. Son siete años de pesar en los corazones de las familias. En el fondo, más allá de la fe y la esperanza, subyace la certeza de que están muertos. Quieren saber la verdad.

Según el Diccionario Webster, la verdad es la coincidencia entre una afirmación y los hechos. El camino a la verdad requiere conocimiento y ciencia, -conocimiento científico se le llama- y estos a su vez, convergen en la universidad. Es en la universidad donde se crea el conocimiento para llegar a la verdad, y es también la universidad, el sitio en el que convergen los jóvenes para buscar la verdad, para aprender, para criticar, crecer y al salir, ser capaces de construir. Los hechos son poco claros y el dolor de las familias sólo se equipara a su cansancio. Los padres de los 43 merecen la verdad y nuestro país tendría que guardar en su memoria la vergüenza de lo que estamos haciendo a las actuales generaciones de jóvenes.

  1. De igual forma urge conocer otra verdad también relacionada con la universidad y la ciencia.
    Me refiero al caso de los treinta y un investigadores universitarios a quienes el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología demandó por peculado y a quienes incluso podrían girárseles órdenes de aprehensión. Por dónde se le vea, un escándalo.

El resumen es el siguiente: en administraciones anteriores, el Conacyt canalizó una buena cantidad de recursos a una asociación civil correctamente constituida, integrada por investigadores universitarios reconocidos por el mismo consejo.

En la actual administración, el marco normativo del Conacyt se modificó y convenios como el existente con el llamado Foro Consultivo Científico y Tecnológico ya no operarán más. Hasta ahí todo suena lógico: las afirmaciones son congruentes con los hechos. Pero en el camino a la verdad se entrecruzan dos elementos disonantes que alteran la ecuación:
Los 31 académicos denunciados son personas con alto reconocimiento y sin ninguna clase de antecedente delictivo y la única “falta” reciente de algunos de ellos, es haberse opuesto abiertamente a aprobar-validación de pares- la incorporación del Fiscal Gertz Manero como investigador, si, del mismo Conacyt. Un claro conflicto de interés.

Por otro lado, la prensa ha documentado afirmaciones y hechos congruentes -verdades- que dan cuenta de las pifias en las que, sea por desconocimiento o viscera, la directora general del Conacyt ha metido a la institución a su cargo, esta pareciera una más. Alguien en esta ecuación actúa sin congruencia, alguien falta a la verdad.

Oximoronas. El servicio público es cosa seria y de alta responsabilidad. No bastan la convicción o la pasión. Hacen falta conocimiento y profesionalismo. Mucho bien le hacen a este gobierno funcionarios como Alejandro Encinas abonando a la verdad en Ayotzinapa. Poco bien le hace Álvarez Buylla vendiendo al ejecutivo verdades no científicas y escandaletes cada tercer día.

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