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Don de lenguas

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Carlos Román García

Ladera del Cañón del Sumidero

23 de noviembre de 2022

No hay más dios que Allah y Mohamed es su profeta, leí en voz alta, con plena seguridad, en ,القرآن la página a la vista del volumen facsimilar de El Corán, en hermosa caligrafía árabe exhibido en la exposición que una empresa española, experta en la reproducción de libros antiguos con una calidad capaz de devolver a la vida volúmenes –manuscritos e impresos– cuyos originales estaban parcial o completamente destruidos.

Se imprimieron en esos días ejemplares de una edición, también facsímil, de La relación de Michoacán, para cuya presentación se montó aquella muestra exquisita. Unos momentos después se escuchaban cuchicheos en los corrillos que recorrían la llamada Sala de Banderas del Palacio de Lecumberri, ese habla árabe, lee con fluidez. Parado junto a Jayito, sirio mexicano cuya presencia confería verosimilitud a la escena, frente a otro ejemplar de al Qur’an, volví a leer otra sura imaginaria: los libros que repiten las enseñanzas de El Corán son inútiles porque ya están contenidas en él, los que las contradicen son perversos. Jayito meneaba la cabeza y de la bolsa de su saco extrajo una taqiyah, se la colocó en la testa e hizo una genuflexión dirigida a una Meca invisible. Eso y dos latinajos que espeto con gesto juliano me han hecho dueño de un prestigio de políglota alejado de la realidad de mi monolingüismo.

Escuchen y aprendan, malditos monolingües, gritaba en alta voz Carlo Antonio Castro frente a las cabañas, adjuntas, de Rosario Castellanos y Carlos Jurado, sus jóvenes subordinados en el Centro Coordinador Indigenista del INI en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, en la década de los 50, luego de cerciorarse de haberlos despertado con la recitación, a gritos, de fragmentos de Shakespeare en perfecto inglés isabelino, lengua que dominaba junto con unas cuantas decenas más, que fue aprendiendo desde su infancia santaneca en El Salvador hasta su vejez –el hubiera preferido senectud– xalapeña. Su entorno fue una especie de escuela de traductores de Toledo ambulante, pues en esos años de trabajo se hicieron traducciones del himno nacional, de la Constitución, de pequeñas obras para el teatro Petul, por lo menos al tsotsil y el tseltal.

He imaginado una nueva escuela de Toledo, para aprender la paciencia, la tolerancia y la apertura al conocimiento de aquellos árabes de Al Andalús, en ciudades donde había mezquitas, sinagogas e iglesias, en la tarea de verter obras de unas a otras lenguas, para mejor comprensión del ancho mundo. Los maestros que enseñan a leer en lenguas indígenas, por lo menos en Chiapas, no tienen mucho más que ofrecer a los potenciales lectores que la Biblia, la Constitución y algún otro libro más, lo que vuelve nugatorios los esfuerzos de alfabetización donde los libros son escasos.

Entre las más de 200 expresiones cristianas que dominan el universo religioso chiapaneco, donde apenas 57% de la población prevalece en la creencia católica y hay incluso comunidades islámicas en Los Altos, se identifican, valoran y practican los nueve dones que enuncia el libro bíblico de Corintios 12:7-10: 7, del aterrador de profecía a los muy interesantes dones de lenguas y de interpretación de lenguas, un traductor de Google del espíritu, cosa de ver y de escuchar.

El espíritu de la Malinche, traductora ad hoc, prevalece en los mestizos que hacen de intérpretes entre los mundos indígena y ladino, en cada uno de los cuales posan un pie tras otro en un andar titubeante donde pululan los nacionalismos, los localismos y el desarraigo perpetuo en busca de una identidad que se fuga. Esa no pertenencia hace que el mestizo esté acostumbrado a dar gato por liebre, a usar un racismo inverso y compensatorio diciéndole güera, pásele, a la clienta idénticamente prieta.

La designación despectiva de los pueblos salvajes e incivilizados empieza por la descalificación lingüística, bárbaro y berebere significan lo mismo: el que ladra como perro. Chichimeca es linaje de perros. Los idiomas tienen slangs, variantes dialectales, lenguajes privados, formas de construir el diccionario del barrio, de la ciudad, de la región, pero también de la amistad, de la familia.

¡Cámara, banda, ya se la saben! Es una construcción verbal efímera que revela el origen del atracador que grita en la puerta del transporte público mientras completa su mensaje con el brazo extendido, la mano girada sosteniendo la pistola real o hechiza, el desarmador o el cebollero. No ha menester la traducción simultánea cuando el idioma es uno y múltiple y los hablantes de todas latitudes lo aceptan en su amplitud, extensión y variedad.

En nuestro tiempo el orbe tiene también una lingua franca, el mal inglés, dice Enrique Ampudia, quien ha viajado para comprobar como cada quien pronuncia y entiende lo que quiere en los aeropuertos, los hoteles y los restaurantes del mundo al hablar la lengua de Shakespeare, como reza el lugar común. A mí no me eche inglés, decía mi padre, cuyo nacionalismo le hacía repelente cualquier música con letras en ese idioma; de los gringos sólo escuchaba swing, ritmo de Los agachados, rola cantada por Tin Tan, hablante de spanglish, acompañado por su carnal Marcelo.

Chántaras baratijas hebras de la baraña, aguanta la burda, que se acaba el Abelardo, decía un amigo afanado en aprender tatacha fu, dialecto ratero con formas propias en la Guerrero, La Merced, Tepito, Ixtapalapa, Ecatepec y Nezahualcóyotl, los epigramas de Marcial, la germanía de Quevedo, el lunfardo porteño de Buenos Aires, palabras como disfraces. Don de lenguas. Como tradujo el maestro Juan José Quiroz: Vecordes omnes qui me viderent. Todos los que me ven son ojos.

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