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Involución democrática

Involución democrática
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José Antonio Molina Farro

“No pregunto al herido lo que siente…Me convierto en el herido”. Walt Whitman

Allá por 1992 asistí como comentarista emergente -ante la ausencia de último momento del intelectual Carlos Castillo Peraza- a la conferencia magistral del ideólogo José Francisco Ruíz Massieu, q.e.p.d. “El proceso democrático de México como ingeniería política”. El otro comentarista, Carlos Sirvent, a la sazón Dr. de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Moderaba Andrés Fábregas, en el patio central del Palacio de Gobierno de Chiapas. El conferenciante era un torbellino impresionante de ideas fecundas y visionarias. Llamó mi atención la dialéctica evolución-involución democrática y su prístina visión de lo que sería la Unión Europea, con países que delegaron parte de su soberanía en 1993 a instituciones comunes, para tomar democráticamente decisiones también de interés común.

Los procesos democráticos, dijo, son movimientos evolutivos cuyo ritmo es variable, pero admiten involuciones, regresiones abiertas y otras disfrazadas de vanguardia progresista. Abundo en esta idea. La consolidación democrática demanda una ciudadanía de alta intensidad, crítica, exigente, informada, solidaria y con capacidad de indignación para atajar injusticias, derivas autoritarias y atropellos de cualquier signo; ciudadanos capaces de denunciar desviaciones del poder y el oportunismo y entreguismo de legisladores que traicionan la confianza de los electores y estrangulan, con mucho esmero, el avance democrático de sus regiones o países. Una función sustantiva de la representación popular es la de servir de contrapeso y levantar la voz. Recurrentemente advertimos la premura conque se aprueban reformas, el poco cuidado de las formas y los posicionamientos de algunos legisladores de “oposición”, muchos de los cuáles apuestan a la desmemoria y el clientelismo que dan los recursos financieros abundantes. Y, por supuesto, la falta de una cultura política de alta intensidad.

La adhesión a las causas políticas debe ser razonada y ponderada, jamás de una incondicionalidad indignante y desbordante. En un artículo publicado en este diario destaqué en su momento la muy digna, plausible y valiente defensa del IEPC el Consejero Presidente Oswaldo Chacón Rojas, quien por cierto publicó un artículo que no tiene desperdicio en el Universal. Ahí, con toda oportunidad subrayó la importancia de leyes que sean suficientemente discutidas y deliberadas para darles legitimidad, y que no constituyan un retroceso en términos de la confiabilidad, autonomía y derechos políticos alcanzados por distintos sectores de la sociedad.

Hay que decirlo, muchas iniciativas de reforma se hacen conforme a derecho. Lo censurable es el proceder de las mayorías legislativas en diferentes gobiernos, refractarias a los principios de equidad que fortalezcan legitimidad. Hoy con Eduardo Ramírez Aguilar, me comentan legisladores, las cosas han cambiado, se discute, se analiza a profundidad, y las reformas se aprueban por sus méritos. No se inhibe la discusión en aras de una disciplina lacayuna y perversa.

Una definición mínima de democracia es la adhesión a un conjunto de reglas formales que garantizan que todos los antagonismos se diriman en el juego agonista. Todos los agentes políticos respetarán, sin condiciones, los resultados. Sin embargo, de ello, este respeto se sustenta en principios básicos de legalidad y equidad. Reglas que, por lo mismo, no pueden cambiarse a conveniencia para obtener triunfos contundentes, pues viéndolo así, las elecciones mismas se conciben bajo el guion de la compra de una mercancía: el poder. Las elecciones devienen en competencia entre distintos partidos mercancía, donde el voto es como dinero para comprar el gobierno que queremos. La política se mercantiliza. Al reformar a conveniencia instituciones y reglas básicas del juego democrático, lo político languidece, se desnaturaliza, fallece en los pantanos de la lucha electoral. Lo dijo José Gorostiza, “La política es un torpe andar a ciegas por el lodo, monólogo de islas sin eco”.

Ruíz Massieu me dijo semanas después de su conferencia magistral, degustando un desayuno al que amablemente me invitó en el hotel Casablanca de la Cd. de México, y sin disimulado pragmatismo, “El camino no son las interpretaciones letristas de la ley, tampoco las supuestas salidas políticas que vulneren el orden jurídico, la ley y la política son el camino”.

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