Sr. López
En aquél Autlán de principios del siglo pasado,contaba la abuela Elena, que un tío suyo dijo a su hijo mayor que se entregara o él lo entregaba, por una fea fechoría que había cometido y andaba averiguando el Tomasón, alcalde de huarache que a tiros impartía justicia pronta y expedita. Y el hijo le contestó que no sabía que su padre era traidor, pero él lo atajó: -El traidor eres tú, lo que hiciste traicionó a toda la familia-huyó. El Tomasón regresó con el cadáver atravesado en una cabalgadura. El tío lo enterró en el monte, sin decir dónde. No se volvió a hablar de él. Historias de rancho.
Hay cosas que todos sabemos qué son aunque no nos hayamos detenido a reflexionar en ellas. Un caso es la lealtad. Todos entendemos qué es y todos rechazamos su contrario, la deslealtad.
Los pensadores de la antigüedad nada dijeron de la lealtad, tal vez porque de tan obvia, les pareció innecesario su estudio y enseñanza; y sí, es muy evidente: sin lealtad no hay matrimonio, no hay filiación, no hay sociedad, no hay nada, ni ejércitos ni empresas, nada… ni futbol.
Ahora hay por ahí unos que no parecen pensar mucho o que piensan torcido, que se atreven a decir que la lealtad no es una virtud ni un valor sino un patrón de conducta… bueno, que aprovechen. Es de no creerse a qué extremos se llega intentando erradicar la religión en general y el cristianismo en particular, porque al menos en Occidente, se profese o no alguna fe, todo está empapado en cultura cristiana, herencia indeleble de Roma al mundo… en fin, cada quien.
La cabeza más clara de nuestra especie, opina este menda, el inmenso Tomás de Aquino, no trata explícitamente sobre la lealtad pero sí sobre la fidelidad, su hermana gemela, y dice (a brocha gorda), que es honrar la palabra dada y los compromisos honestos contraídos, contribuyendo a la convivencia y al bien común, al ser firme cumplimiento de lo justo. Yle cerró la puerta a los que siendo cómplices, se creen leales. ¡Listo!
Sí, la lealtad no es esa ‘omertà’ de delincuentes de la mafia en todas sus presentaciones -Cosa Nostra, ‘Ndrangheta, Camorra, Sacra Corona Unita, Società Foggiana, la más brutal-, sino la original ‘omertá’ de los sicilianos del siglo XVI, ese no cooperar, colaborar ni informar nada nunca a la autoridad, resistiendo al gobierno español invasor. Y por cierto, para su acervo del saber inútil, parece que ‘omertà’ es palabra derivada del siciliano ‘omu’ -hombre-, derivada por imitación de la ya en desuso palabra española “hombredad”, hombría… feministas, absténganse.
En todo pero muy destacadamente en la cosa pública, en política, la lealtad es un valor básico, no esencial porque no hace la lealtad lo que es la política, pero sí fundamental. Si la traición es siempre despreciable, en política es infame.
Pero hay que andarse con cuidado, porque hay casos en que se da una legítima lealtad a corrientes de pensamiento político que por más equivocadas, inicuas o malvadas que nos puedan parecer, suscitan la fidelidad de algunos y a veces de muchos, que las abrazan creyéndolas correctas.
Un ejemplo para ahorrar explicaderas: el nazismo, ideología fascista enemiga frontal del marxismo, del comunismo (no son lo mismo), de la democracia, antijudía (no diga antisemita, por favor, los árabes también son semitas), partidaria del racismo y la eugenesia, fue en su momento un credo aceptado por no pocos países y pueblos enteros (aunque ahora lo nieguen). Bueno, pues leales y fieles nazis, se opusieron al atropello a los judíos, al exterminio, al holocausto, eran nazis, no criminales y por eso es que tuvieron que construir cámaras de gas: los soldados se rehusaban a hacer de matarifes. Lealtad a la causa equivocada, a la luz de lo que ahora ya sabemos, no en su momento. Y lo mismo con el estalinismo, ese comunismo asesino y vil que contaba con la veneración de millones, hasta que se supo la verdad, pero mientras, fueron leales, válidamente leales.
Todo esto a cuento de la lealtad todo terreno de la Presidenta Sheinbaum a su antecesor, a la parentela del tipo, sus cercanos operadores políticos o ni eso, sino simples bandidos que estuvieron (y están), al servicio del cuatrotero mayor.
Es muy respetable la manera de pensar de la señora, el izquierdismo lo trae en su ADN, y también se debe aceptar sin malas caras su lealtad a Morena. Pensemos como pensemos los que no pensamos como ella piensa. Es legítima su lealtad a sus ideas y al partido al que pertenece.
Pero a ver si la dama de Palacio, se entera que aparte de como todos entendemos la lealtad, es palabra originada por ahí del siglo XVI, derivada del latín ‘lex’, ley, sí, la lealtad en nuestro idioma, antes significabaapego a la ley.
La lealtad termina donde empieza lo ilegal, lo ilegítimo, lo indebido. Por eso el solemnísimo juramento ante el Congreso y la nación, al asumir la presidencia de este país, es cumplir y hacer cumplir la ley, esto es: la lealtad máxima.
Por la manera en que parece que la señora Sheinbaum entiende la lealtad, es que asume indebidamente el papel de defensora oficiosa de su mentor y del tropel de corruptos, deshonestos,dislocados y torcidos del entorno más cercano, personal y político, de quien ella admira tanto. O teme.
Los escándalos del momento, son la oportunidad talvez irrepetible, para que doña Sheinbaum tome las riendas y se deshaga de lastre y traidores: quitar del liderazgo en el Senado a Adán Augusto López; echar de Gobernación a Rosa Icela Rodríguez; a Mario Delgado de Educación Pública; a Raquel Buenrostro de la Función Pública; a Ariadna Montiel de la Secretaría del Bienestar; al indefendible Octavio Oropeza, hoy en el Infonavit después de desvalijar Pemex; y a algunos gobernadores, por lo menos a Rubén Rocha de Sinaloa… y por supuesto sacar a Andy de Morena. Sin raspar al de Macuspana.
Si no lo hace pone en riesgo su gobierno… y al país también. El tío Sam no es de fiar.
La Presidenta puede, es cosa que quiera, a menos que tenga razón el fétido Trump y tenga miedo, mucho miedo.