
Sr. López
Tía Tita, de las de Autlán, vivía en Guadalajara con su única hija, la trepidante Tita chica, hermosa de Cinemascope. En una visita a tía Tita, pasadas las doce del día apareció con vestido de fiesta… saludó y se fue a dormir. La dama de hierro (otros niños le decían “mamá” a las suyas), dijo a la tía, “¿pero, cómo permites?” y la mamá de la espectacular, respondió: -¡Ay, Yolita!, si regresa con calzones me doy por bien servida -luego se casó con un señor pasado de 80; enviudó (pronto) y quedó forrada de dinero. Cosas que pasan.
¿No es verdad, ángel de amor,/ que en esta apartada orilla/ más pura la luna brilla/ y se respira mejor?… sí, esto es un paraíso, no hay lugar a queja ni reclamo: ¡vivimos en México!
Diré con una épica sordina:/ la Patria es impecable y diamantina/, escribió López Velarde (diabéticos, absténganse… lo cursi eleva el azúcar… pero, no demos lugar a la distracción infame, estamos hablando de México), sí: ¡México!, patria impecable, diamantina.
En esta nuestra sosiega nación hemos llegado a tan altas cotas de respeto a la ley y a las personas, es tan plácida la vida en este edén y tan altos los valores que son la brújula nacional, que nuestras autoridades han emprendido la noble tarea de no dejar fuera de este empíreo, de este jardín de las delicias, a ningún ser viviente. ¡Yupi!, ¡yupi!… ¡hosanna!, si es usted fifí.
Así, con el entusiasta apoyo de la señora Claudia Escutia Ortiz de Domínguez de López -segundo piso, fondo a la izquierda-, el 2 de diciembre pasado, como evento pocas veces visto, se reformó nuestra Constitución, ese documento impecable, rector cotidiano del tenochca simplex, respetado siempre por toda la clase gobernante, para prohibir el maltrato a los animales, mandando en el artículo 4, quinto párrafo: “El Estado mexicano debe garantizar la protección, el trato adecuado, la conservación y el cuidado de los animales (…)”.
Lo anterior a resultas de la gesta emprendida por una organización de la sociedad civil que hizo la proclama: ¡Animales a la Constitución! Eso mero.
Ahora, por eso, estos caballeros y damas andantes, cervantinos quijotes y quijotas, fidelísimos(as) cuatroteros(as), van contra las corridas de toros, para respetar nuestra Constitución (creando la figura jurídica de “espectáculo taurino libre de violencia” y que no se le pueda matar “dentro ni fuera de la plaza”, o sea, nunca).
Tan va en serio la cosa que en la Constitución de la capital nacional, artículo 13, apartado B, ya se reconoce a los animales como “seres sintientes” obligando a las autoridades a “garantizar la protección, el bienestar, así como el trato digno y respetuoso a los animales” (¿incluye mosquitos, cucarachas y alacranes?… digo, son animalitos… ¿prohibirán los insecticidas?, hay que ser parejos, que los protejan, que les den trato digno).
Para que vea usted que en esto de cumplirle a la ciudadanía, ¡a la patria!, no se andan con chiquitas morenistas y similares, un olvidable diputado de esa noble y leal ciudad de México (no es cierto), presentó la iniciativa de reforma al Código Civil para reconocer los derechos de los sintientes a ser parte de la familia (no la de los animales, la de usted si tiene chucho… perdón, sintiente que ladra), que los sintientes puedan tener abogado que los represente y se les reconozca su derecho a heredar bienes (¿y cuando muera el sintiente que ladra o maúlla, quién se queda la casa… o pueden dictar testamento?, ya se verá, problema de los notarios).
Y ayer le entró la Presidenta de la república al asunto de los toros, proponiendo “que sea una actividad cultural, pero que el animal no sea maltratado, es decir, que no haya muerte y que tampoco haya el daño en las corridas. Yo estoy de acuerdo en esta posibilidad”, lo que prueba que de Física sabe mucho y que dispone de tiempo mental para reflexionar en esto (entre llamada y llamada al Trump… ¿qué hago con los toritos?). Ya no entiende nada este su texto servidor.
No es intención del junta palabras entrar en el mar de babas que son las discusiones a favor y en contra de la tauromaquia. Los que gustan de ella muy en su derecho están y también los que la detestan (que ya podrían dejar de ir).
Se añade que no se vale tachar de incultos aunque lo sean (y son mayoría), a los detractores de la fiesta brava que ya tan lejos como 1805 (el 10 de febrero), el rey de España Carlos IV, con Real Cédula prohibió las fiestas de toros y novillos en las que se les diera muerte (como consta en la ‘Novísima recopilación de las Leyes de España’; Libro VII, Título XXIII, Ley VII. Imprenta Real; para que no batalle); luego su hijo, Fernando VII, en 1808, celebró su ascenso al trono y salió volando a la plaza a una corrida de toros y ¡abur la prohibición de papi!
Que prohíban o no corridas de toros y peleas de gallos, preocupa menos a este junta palabras que el clima en Hawaii y en descargo de los que promueven su veda, es oportuno recapacitar en que todo mundo (salvo los salvajes que nunca faltan), está de acuerdo en la proscripción de las peleas de perros… y por lógica elemental. Bueno, no nos enredemos.
Lo que es como para ir al siquiatra, es que en este país que es un océano de sangre, que se debate en un huracán de llanto y lamentaciones, con una impunidad del 98% de los delitos; en este país que es una inmensa fosa de restos anónimos, en este país de campos de exterminio… en este país con la clase al poder acusada de complicidad con el crimen organizado, nos quieran hacer creer que les preocupan los animales.
¿Sabe qué es lo peor?… que sí les preocupan (más que los otros seres sintientes que somos los humanos).
En la Constitución han puesto que “el Estado mexicano debe garantizar la protección, el trato adecuado, la conservación y el cuidado de los animales”, fuera bueno que le agregaran “y las personas”.
No es para distraernos. El poder impide fingir y se muestran como son . Nos han hecho tantas que creen que ya todo les aguantamos, todo les aceptamos. Pero hay toros que van al cuerpo.