Adolfo Ruiseñor
Pongo en escena primero el contexto: En un mundo donde la verdadera expresión poética se encuentra avasallada por la inmediatez desprovista de belleza y sentido profundo, agobiada por tantas almas sedientas de fama pública y de regodeos vanidosos, un ejercicio literario como el que a lo largo de su vida y obra ha desarrollado Efraín Bartolomé, es una senal poderosa de que no todo está perdido en Dinamarca…
La construcción de una arquitectura verbal, de un cosmos revelador y sensible, sobre los temas de la poesia de todos los tiempos y sobre sus temas personales, que realiza el poeta nos iluminan con todo su poderío. Felices nupcias entre sonido y sentido, entre fondo y forma.
Si no bastara, agrego que en pocos creadores nunca la poesía ha sido tan inseparable entre hombre y obra. Dos caras de un destino asumido hasta la combustión de los huesos… Su oficio es arder… O como digo en un poema: cabeza y pensamiento unidos al aletear de brazos y piernas.
Bartolomé es un prodigioso hacedor. En cada trabajo poético suyo, certezas, sensaciones y emociones se asoman, dejando que percibamos los misterios de la vida, ánima mundi…
Su impresionante performance en el acto central del ritual de su lectura, nos eleva de lo más terrenal a lo divino. La Diosa Blanca inunda el rio rojo de su aliento vital y nos conmueve.
La maravilla del poema se hace realidad entonces, cantando el triunfo de las cosas terrestres. Somos otros y somos los mismos. Pero algo ha cambiado en nuestro interior, nuestra psique se sacude y encuentra preguntas y respuestas vociferadas contra el ángel, tejiéndose en el alfabeto que ordena y desordena nuestro poeta movido por las constelaciones de su arte creativo. Porque parte un verso a la mitad y sangra….
Las palabras, las personas, nos descubrimos ahora en el azogue que el bardo puso en nuestros corazones y pensamientos, así como si nada… con su voz mágica, hipnótica y sabia. La eternidad significa leerlo y leerlo bien ¡Salve caro poeta!