Home Cultura Benditos zopilotes negros / Crónicas de Frontera

Benditos zopilotes negros / Crónicas de Frontera

Benditos zopilotes negros / Crónicas de Frontera
0

Antonio Cruz Coutiño

A Raymundo Zopilote y Tania Gaviota.

Qué útiles han sido los zopilotes desde siempre, desde el origen de los tiempos. Limpian, procesan, reducen, reciclan. El mundo mesoamericano siempre los ha tenido en gran estima. Tanta, que sus culturas antiguas le otorgaron uno de los estatus iconográficos más elevados, como se confirma en los códices mayas y en los documentos del altiplano central, o en la decoración de algunos objetos precolombinos. Contraria a la opinión generalizada de los modernos citadinos, quienes ven en el zopilote al representante menos favorecido por Natura: el menos atractivo y más desagradable del mundo de las aves.

En los pueblos campesinos e indios de la región sin embargo, esta falconiforme está asociada a la transformación de la muerte en vida, pues… el zopilote fue portador y protector del fuego que limpia la tierra antes de las lluvias y de la siembra; una especie de ángel guardián de los cultivos, un personaje importante entre los mayas, en sus ritos de pasaje y en sus rituales agrícolas de renacimiento. Tal como el fuego preparaba los campos para la siembra, así los zopilotes eliminaban la inmundicia de la faz de la tierra. 

Mesoamérica prehispánica 

Mesoamérica le atribuyó ciertos poderes, mismos que en algunos casos perduran. Entre ellos, el que, junto con lechuzas y tecolotes anunciaba la muerte de las personas, posándose sobre la casa del agonizante o en sus alrededores, o el que lo asociaba a la transmisión de enfermedades como la sarna, debido a la apariencia roñosa de sus patas grises, razón por la que en Yucatán se le llama kuch, igual que a la sarna. O, el caso de Chiapas, en donde es posible observar aún, algunas creencias que relacionan al zopilote con las habilidades chamánicas, con la posibilidad de constituirse en nagual, animal gemelo de curanderos y chamanes, con el tabú que prohíbe el uso o consumo de sus partes y, paradójicamente, con la idea de que su ingesta lo cura todo, referencia que se confirma en una práctica médica tradicional: el uso del zopilote en el caso de enfermedades terminales y desahuciados, y en particular en el de los contagiados de rabia.

Por estas razones, desde siempre, a todo lo largo y ancho del continente, al ave negra se le respeta. En el Popol Vuh, el zopilote representa a la obscuridad, en especial la de la madrugada, la que precede al amanecer. En el episodio en que Hunahpú es decapitado e Ixbalanqué, su hermano, se dispone a resarcir su cabeza —labrándola a partir del caparazón de una tortuga—, es el zopilote quien extiende sus alas y obscurece el cielo para ocultar su secreta reposición.

Todos los pueblos ancestrales de la Mesoamérica contemporánea preservan entre sus mitos, varios relatos en donde la figura central es el zopilote. En su interpretación del diluvio universal, por ejemplo, no son cuervos ni palomas, las aves que envía Noé, hacia los confines de la tierra, para descubrir suelo seco o ínsulas desecadas, sino al mismísimo zopilote. Aunque… no regresa “por desobediente y vicioso”; por darse el atracón de su vida, ante tanta pudrición y carroña. Otras versiones, sin embargo, refieren el inicio de su loable e insigne labor: no vuelve al arca, pues se impone la tarea de limpiar la tierra de mortandad, miseria e inmundicia.

En el Soconusco, hace tiempo se registró esta leyenda: la del hombre que pretendía conocer la casa del sol, razón por la que se convierte en gavilán y luego en águila. Nunca llega al domicilio del sol, pero a cambio encuentra un mar recubierto en oro, que de inmediato pretende atesorar. Sin embargo, su castigo es precisamente convertirse en zopilote. Cuenta el relato: “a medida que caminaba, le pesaba la carga más y más. Era que el hombre se estaba achaparrando, volviéndose del tamaño de un perro. Negro se puso también, le salieron alas. Pico le salió, y a los pies uñotas, escamas y dobladuras; en puro zopilote se convirtió”.

Y entre los tzotziles y tzeltales, hasta la fecha, se cuenta otra historia antiquísima: la del hombre holgazán quien envidia tanto la vida del zopilote que, en ocasión de su faena en el campo, le oferta transformar su esencia y figura por las de él. El zopilote valora su propuesta, de pronto no la comprende, le parece inconcebible, pero, al fin acepta. Él se vuelve hombre, mientras éste se transforma en zopilote, sólo que a cambio, el zopilote nada ingenuo, se queda con su mujer. 

Es cierto que algunas ciudades —a lo largo de la historia— han incentivado la eliminación de los zopilotes, por razones estéticas retorcidas, más que por sanidad e higiene; aunque tiempo después sus Ayuntamientos han rectificado. Y lo mismo ha ocurrido con niños y adolescentes, en diferentes épocas, cuando han pretendido atrapar, apedrear o envenenar a los majestuosos zopilotes negros. Yo al menos, me recuerdo en medio de una experiencia aproximada: Joel Robelo y yo, esperábamos los chicharrones, que apenas comenzaban a cocerse en casa de doña Delia López. Nos habían mandado, cada quien desde su casa, a comprar el más rico de los subproductos de la matanza del cochi y esperábamos.

No cabe duda que el ocio es padre o madre de todos los vicios, pero también de las travesuras. Joel llevaba un rollo de hilo plástico y yo, un anzuelo escondido entre mis ropas. Sobre los árboles del patio de la “carnicería”, los zopilotes atisbaban. Nos pusimos de acuerdo, y cuando Laura, la más grande de las hijas de doña Delia, llevaba a tirar el desperdicio de las tripas recién lavadas, la seguimos. Tomamos un pedazo de grasa y talguates, pusimos el anzuelo en el trozo sanguinolento, sujetado a la cuerda, lo escondimos entre la porquería, estiramos el hilo y lo atamos al limonero de junto.

Regresamos al corredor, en donde la matanza, e inmediatamente la zopilotada se abalanzó hacia el desperdicio. Al rato, cuando ya nos habían despachado los chicharrones calientes, alguien los ahuyentó. Clarito vimos como uno, el zopilote que se había atragantado con el anzuelo, desde el aire daba con toda su negra compostura al suelo.

Fue por ese tiempo cuando en la ocasión en que intentábamos bajarlos a punta de tirador y piedras, tío Tránsito de la Rosa nos dio tremenda enjabonada. Maldijo nuestro pasatiempo, expresó que la zopilotera era especialmente querida y resguardada por Dios, y que a consecuencia de nuestro mal proceder, se luirían los hules de nuestras resorteras. No le creímos, pero antes del fin de semana se dañaron los tiradores de los tres que andábamos en eso. Tiempo después, supimos por los más grandes del barrio, que el “secreto” para que los zopilotes no dañaran nuestras resorteras, era pasarlas por la entrepierna o mejor: orinarlas.

De reyes y acercamientos 

Después supe la leyenda del zopilote rey o rey zopilote, el padre de la zopilotera, según la cual, los zopilotes comunes profesaban respeto a su padre; le cedían el paso, e incluso se retiraban de la carroña, en cuanto aquel planeaba y llegaba al sitio. Nunca confirmé la historia, aunque una vez tuve cerca al animalito, por el rumbo de Campo Viejo, cuando apenas se iniciaba la construcción del nuevo asentamiento de La Concordia. A medio camino, íngrimo el zopilote rey se atragantaba un armadillo. Era más grande que los zopilotes comunes. Rojo intenso era el color de su cabeza y cuello, ambos desnudos y, aunque su cuerpo era ceniciento y negro como el de todos, este llevaba plumas blancuzcas debajo de las alas. Claro, tiempo después descubrí mi confusión: había estado frente al zopilote cabeza roja y no junto a un zopilote rey.

Y así, siempre me interesé en los “zopis”, como les llamé de niño. Por ello en una ocasión alguien me llevó a descubrir un “nido”: simple oquedad en medio de un peñascal junto al río, sólo para confirmar lo que ya me habían contado: que los zopilotes eran holgazanes, pues no fabricaban nidos, y que sus polluelos, todos nacían blancos, aunque poco a poco se teñían de negro.

El festín de sus despojos 

Me quedé absorto en varias ocasiones cuando parvadas de zopilotes desfiguraban en poco tiempo los animales muertos. Perfecto recuerdo, por ejemplo, la ocasión en que a la orilla del río —yo en primera fila observaba desde el puente hamaca—, los zopilotes ahuecaban una vaca hinchada y maloliente. Fue ahí que comprendí a Natura, a la naturaleza; entendí por qué los había proveído de cabezas y cuellos negros, relucientes, pero en especial desnudos. Encajaban sus picos agudos y encorvados, a las cavernas recién abiertas del animal; metían sus picos, cabezas y cuellos, por atrás y por delante: hocico, ano, cuencas de los ojos y hasta por la panza, aprovechando alguna ubre lastimada.

Metían parte de sus cuerpos; entraban y salían del abdomen del cadáver, con los intestinos y las vísceras en sus picos, y desde lejos los zopilotes se veían orondos, traga y traga, satisfechos.

Más de alguno sin embargo, pretendía enseñorearse del festín: se posaba sobre los despojos del animal, extendía sus alas, daba brincos pequeños, daba patadas o picotazos a sus compañeros, aunque todos se defendían. Al final, aislaban o echaban a correr al fanfarrón, y sólo en ese momento se les lograba escuchar. Sí, “escuchar”, aunque muchos crean hasta la fecha, que son afónicos, reservados e incluso mudos. Al unísono, todos “regañaban” al alzado con ese su graznido gutural, ronco, apagado, a veces imperceptible. Cutz-gutz, cutz-gutz, creía yo que “decían”, y también creía que ello equivalía a un regaño fuerte o a una mentada. De seguro, algún campesino viejo, vecino de mi padre en las milpas, me conminó a que siguiera el camino, pues de otra forma, el almuerzo que llevaba no llegaría nunca, así que reemprendí el viaje.

¡Cuál no sería mi admiración o incredulidad entonces! Pues a mi regreso, tan sólo dos horas después… parado exactamente en el mismo sitio, vi con éstos, mis propios ojos, que ya no había zopilotes, ni perros, ni uno sólo. Y que del inmenso animal inflado y fétido, sólo quedaban la cabeza desnuda y blanca con sus cuernos, la piel pegada al calumbo y a las costillas, y las patas enteras, con sus cascos, unas aquí y otras allá.

Después hubo tiempo adicional para observar a los zopilotes con mayor detenimiento. Caminaban en ese entonces —aunque creo que hoy lo han de seguir haciendo igual, jejé— como grandes señores, todos vestidos de casacas obscuras, acompasados, serenos; balanceándose hacia atrás y hacia adelante. Seguramente su complexión, su cola corta, los obligaba a caminar de esa forma tan graciosa, moviendo su rabadilla hacia el suelo, a cada paso, sobre todo a la orilla de los embalses, cuando buscan pequeños peces muertos, o residuos de su beneficio.

El zopilote común y sus hermanos 

Hoy sé, por lecturas informales, que tres son las especies de zopilotes que conoció Mesoamérica y en general la América toda, las tres de la familia de las cathártidas, orden de las falconiformes: el zopilote común, vestido de negro todo, cola corta y patas cenizas: Coragyps atratus; el zopilote cabeza roja, ya mencionado: de cuello y cabeza encarnada, extremo del pico blanco y plumas blancas debajo de las alas, algo más grande que el anterior: Cathartes aura; y el zopilote rey, otra cosa en rigor, el más hermoso, observable en el zoológico de don Miguel Álvarez del Toro en Tuxtla Gutiérrez. Dicen que es parecido al cóndor: cabeza y cuello desnudos con combinaciones de amarillo, naranja, rojo y negro; un collar gris —en ocasiones blanco— en la nuca, y en veces también en la espalda; sensiblemente más grande que los otros y en verdad escaso, pues solo habita las selvas húmedas y altas desde Campeche y Chiapas a Sudamérica. Es el Sarcoramphus papa de la misma familia y orden.

La ficha de wikifauna (2009), relativa a los encantadores zopilotes —disponible en la red digital— reza en síntesis lo siguiente: Que es un ave carroñera y que a pesar de su apariencia y nombres, no tiene relación con el buitre negro eurasiático, pues éste es de la familia de los accipítridos (donde se incluyen águilas, halcones, milanos, gavilanes y aguiluchos), mientras que las especies americanas son familia de las cathártidas. Que habita áreas relativamente abiertas junto a bosques aislados y tierras con arbustos y que… con una envergadura de 1.5 metros, el “buitre negro americano” es un ave larga aunque muy pequeña para ser “buitre”. “Tiene plumaje negro, un cuello y cabeza grises sin plumas y un pico corto en forma de gancho”.

Se lee también que se alimenta de huevos de animales recién nacidos, y que en lugares poblados, se abastece en basureros y desfogues de aguas negras. Que encuentra su alimento, usando su aguda vista y no el olfato —mismo que no posee— y que, al hacerle falta el órgano vocal, los únicos sonidos que produce son gruñidos o siseos de frecuencia baja. Que anida sus huevos en cuevas, árboles huecos, o simplemente en el suelo y que, generalmente, tiene dos crías al año, mismas que alimenta mediante regurgitación. “En los Estados Unidos, el buitre recibe protección legal por el Acta de las aves migratorias de 1918”.

Sus diversos nombres sagrados 

Sin embargo, wikifauna nada dice respecto de la etimología u origen de su nombre, y los diversos motes que recibe a lo largo del continente, como en el caso de zopilote, palabra que significa literalmente “el que lleva carroña”, pues se deriva de los vocablos nahuas tzotl: inmundicia o carroña, y pilotl: colgar, por lo que su significado en verdad sería: “inmundicia colgada” o “el que cuelga carroñas”, ambas, posibles acepciones, pues la primera calificaría a la mismísima ave negra como una asquerosidad voladora, mientras la segunda describiría esa escena mil veces vista: la del zopilote que mientras vuela, lleva en el pico, trozos de animales muertos, como en la ocasión en que yo extasiado, vi cómo volaba, balanceando una porción de tripas.

Así que, como ya he anotado, entre los mayas de Yucatán le llaman k’uch; los zoques le nombran jo’ti, los choles de Sabanilla, Tila y Tumbalá le llaman ta’jol, los tojolabales: u’sej, los tzotziles: xulem y los tzeltales algo parecido, pues ambos son pueblos de ascendencia maya; ellos le nombran xuj’lem, razón por la cual algunos pueblos no indígenas de Chiapas le llaman shuleme. En el idioma de los antiguos chiapanecas era nombrado: na’catuí, y chombo llaman actualmente al zopilote en Pichucalco y Tabasco. Los mijes oaxaqueños dicen: tixii, los zapotecos: shode, mientras los mazahuas del Centro le llaman ndoparú y… fueron los primeros españoles en América quienes le apodaron aura, de donde se deriva el nombre científico del cabeciroja.

Gallinazo le llaman en general en toda Sudamérica y en el diccionario de don Francisco J. Santamaría se leen otros, varios nombres americanos: shope, nopo, zamuro, etcétera, de dónde se colige que todos los pueblos de América lo conocieron y estimaron, le dieron su nomenclatura particular. Y no se me olvidaba: zope o zopi le llamamos de cariño en Chiapas, síncopas que usamos para reducir su denominación, y varias otras palabras se derivan de su nombre: zopilotada, zopilotera, zopilotillo —designación de dos sujetos diferentes, un árbol y una avecilla—, viga zopilotera (viga de cierre de las antiguas casas mexicanas), y hasta el verbo zopilotear con dos acepciones: “zopilotear a alguien”, como deseándole involuntariamente la muerte, y “zopilotear algo” como sinónimo de robar. E igual se encuentra el palo de zope o palo de chombo (Guatteria anómala de las anonáceas), árbol característico del norte del estado, y nuestra caobilla (Swietenia humilis de las meliáceas) que en el centro y norte del país llaman zopilocahuite, zopilote a secas, o árbol del zopilote. 

Sus parientes y alguna precisión 

Por lo demás, el zopilote cabeza roja, también tiene lo suyo y entonces, lo más seguro es que en cada pueblo tenga un nombre diferente, pues entre ellos los más conocidos son: zope andasolo, zopilote solitario, zopilote cabecirojo, zope cabeza roja, aura común, aura tiñosa, aura cabeciroja, gallinazo cabecirojo y patatuco que, según me cuentan, deriva del antiguo chiapaneca patatuhua. El mismo que en los pueblos del Altiplano llamaron cozcacuauhtli. Y… respecto del zopilote rey —el más hermoso de los primos— encuentro a mano estos alias: zopilote de montaña, rey zope, rey de los zopilotes, sarcoranfo real, gallinazo rey y cóndor real.

Finalmente, creo en una hipótesis que relacionaría de modo objetivo al zopilote común con el cabecirojo: 1. Que bandadas de los primeros, en ocasiones siguen al solitario patatuco, debido a que él cuenta con el olfato desarrollado que los zopilotes no tienen; el mismo que le permite desde grandes distancias, ubicar cadáveres insepultos, debajo de árboles, bosques y montañas, mismos a los que por su cuenta, los zopilotes nunca accederían y, 2. Si estos regularmente permiten despacharse primero al “andasolo”, no es tanto por respetuosos sino por ser quien primero identifica el botín, y además, nunca su glotonería sería del tamaño del objeto de su descubrimiento. 

Dos ideas adicionales para precisar la biografía del personaje: me consta que el zopilote es en esencia sedentario, y una es a lo largo de su vida, su geografía “personal”: 1. El lugar en donde invariablemente pernocta, sobre árboles u hoyancos de rocas protegidas. 2. Su “área de trabajo” o zona de búsqueda y avistamiento y 3. El corredor aéreo por donde regularmente transita, siempre como un reloj por las mañanas —aunque no temprano—, y a la media tarde, cuando las corrientes del aire aprietan.

Y en cuanto a su ingesta, igual. Ni se crea que sólo de animales muertos se alimenta, pues siempre lo hace adicionalmente con camadas recién paridas de mamíferos, aunque desde el siglo XVI las traslaciones europeas le permitieron optar por becerros, crías de burros, caballos, mulas y en ocasiones cerdos. Además de su destacada paciencia para vigilar implacable y despiadadamente a los animales enfermos, e incluso “ayudarlos a bien morir”; sobre todo en tiempos de pestes equinas y bobinas, colmoyotes y gusanos barrenadores. De cuando hasta acá nos llegan relatos de zopilotes que se paraban sobre el anca de los animales enfermos, o bien, eran capaces de perforar las heridas y gusaneras de burros y caballos vivos, en movimiento.

Dos o tres referencias colaterales: ahora me entero que no es original la estrofa de la canción revolucionaria La Cucaracha, en donde se mencionan zopilotes… “Ya murió la cucaracha,/ ya la llevan a enterrar,/ entre cuatro zopilotes/ y un ratón de sacristán”. No. Sino que, según la Enciclopedia de México, su original cantaba: “Ya murió el señor don Gato,/ ya lo llevan a enterrar,/ entre cuatro zopilotes/ y un ratón de sacristán”.

Otra: uno de los sones mariacheros más mexicanos, de los más viejos y nuevos, es El Zopilote Mojado del gran compositor Blas Galindo (1910-1993), al igual que representativa de Nicaragua es su danza El Zopilote, que no debe confundirse con el corrido “La danza del zopilote” de los narcotraficantes y… seis expresiones familiares típicas, encuentro en el habla popular de Chiapas, referidas a los insignes zopilotes, tras varios años de estudiar su habla popular:

1. Andarle [a alguien] rondando los zopilotes. 2. Andar [alguien] con los zopilotes en la anca. 3. Cuando comas zopilote, quítale las plumas. 4. Cuando comas zope, quítale las patas. 5. Hacer [alguien] lo que’l zopilote, y 6. Hacer [alguien] viaje de zopilote.
Y finalmente, va la historia del zopilote haragán. “Que siempre en tiempo de agua, le decía su mujer: —Ya pue, zopilote marido. Mirá cuánta agua, cuánta lluvia y cuánto frío. ¿Cuándo será que tendremos un techo para guarecernos? —Hmmm vos —le contestaba—. Por la mierda que comemos, te juro que pa’l otro verano te voy a hacer tu casa. Siempre respondía así, aunque nunca construyó su casa”. 

Otras crónicas en cronicasdefronter.blogspot.mx
Permitimos divulgación, siempre que se mencione la fuente.

Doña Estela Chávez (2016). Tuxtla Chico, Chiapas.

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *