por Antonio Cruz Coutiño
Por fin doy cuenta de la copia de un recorte de revista o periódico no identificado, probablemente reproducido en Sxbal de Las Casas, más o menos a principios de la novena década del siglo antepasado. Se trata del texto informal que da a conocer una de las múltiples avenidas del río Cuxtepeques, también conocido como Salinas, San Pedro Las Salinas, San Pedro Cuxtepeques y desde tiempos modernos, río La Concordia. El mismo que junto con los demás afluentes del lado meridional del río Grijalva —previa construcción de la hidroeléctrica La Angostura— inunda para siempre las mejores tierras y los recursos minerales abundantes del municipio de La Concordia, en el valle de los Cuxtepeques.
Recordemos que la pequeña ciudad de La Concordia, se establece en 1849 sobre la planicie restringida, más o menos accidentada de “la vuelta del río”, llamada también Sunumpuy, paraje Zunugüitz, Reparo-Coyote y Reparo Coyotada. Y que, desde su fundación, los pioneros tienen noticia de los frecuentes desbordamientos e inundaciones del río. Que ellos son causados por meteoros recurrentes, aunque nunca antes se han experimentado crecientes y riadas del tamaño, hasta cierto punto inverosímil, semejantes a la del catastrófico veintidos de noviembre de 1869. Veinte años apenas después de la erección del pueblo.
Y es que, es a tal grado desproporcionada la crecida de ese año que, de acuerdo con la tradición oral y los recuerdos más antiguos, meses después, los pobladores todos, en asamblea, enumeran punto a punto, los daños ocasionados por el diluvio. Rememoran el suceso y reflexionan. Discuten la posibilidad de cambiarse de lugar y mover el asentamiento, aunque, se cree que agrimensores y funcionarios del gobierno estatal sugieren lo contrario. Mantenerse en el lugar definitivamente, aunque con una observación: que los solares correspondientes a la 2da. Avenida Norte, entre las calles 1ra. y 3ra. Poniente no deben usarse más que como patios y anexos. No para la edificación de viviendas formales, salvo que se construyan sobre bases o plataformas que garanticen al menos, una cota, una cierta altitud previamente determinada, hoy olvidada, perdida para siempre.
Sin embargo, algunos indicadores del riesgo sobreviven, tal como los de mi generación y otros de camadas anteriores recordamos. Por ejemplo: nadie hasta finales de la década de los años cincuenta construye casas, a lo largo de toda esa zona de barrancas que se prolonga hasta el río, al igual que rumbo a la zona de las vegas hacia el Oriente y hacia la Barrancona, ubicada hacia el lado occidental. Las construcciones de nivel más bajo, en esa área, de Oriente a Poniente son: 1. La “casa de la banquetona”, habitada por Raúl García y Mercedes López, precisamente asentada sobre una plataforma alta, a la que se accede desde la calle y el patio, mediante una serie de peldaños. 2. Las tres casitas de las hermanas Luz y Siomara Arrazola, en las inmediaciones del manantial de Palo María, 3. Casa de doña Elodia Guillén, madre de Zoila, Maruca y Humberto Coutiño, 4. Casa rentada por el inmigrante Arturo Marroquín y su familia, y 5. La de los tíos Agenor Cruz Cristiani y Teresa Castro Tamayo.
Naturalmente, tiempo después se edifican viviendas por debajo de esa cota, acaso por necesidad, olvido o pérdida del miedo inherente al riesgo de otra gran inundación. Como algunas que recuerdo en las vísperas de la inmersión artificial definitiva de 1973, construidas quizá a principios de los años sesenta. Entre ellas, de Oriente a Occidente también, y sólo a guisa de ejemplo: la de don Arturo Díaz Suasnávar, el carpintero que la construye casi a la orilla del río, por la bajada de la segunda Calle Oriente; la de Hilda Bermúdez y Efrén Hernández, la de Manuel Coutiño Albores y su esposa Leonor, la de tío Lindenberg y su mujer Carmen Bautista, y la de don Arturo Espinosa…
Y claro que entre 1869 y 1973, intervalo de ciento trece largos años, ocurren varios aluviones y crecientes tremendas, pero nunca del tamaño de la referida. Recuerdo por ejemplo, el desbordamiento que la abuela Mariantonia Cristiani describe con lujo de detalles. Riada ocurrida probablemente, antes de la contra-revolución (1914-1921), cuando el primer puente-hamaca, establecido hacia el lado oriental del pueblo, es arrastrado por el torrente, junto con los centenarios higo-amates y naranjillos en que se sostenía. Inundación que enciende mi entendimiento pues imagino puercos y vacas muertas arrastradas por el corrental, techumbres de casas a la deriva, árboles habitados por gallinas… elementos todos que brotan de su narración memoriosa; árboles, muebles, animales y chozas enteras que flotan sobre el río.
O las crecientes “moderadas” que aún veo con estos ojos, a finales de los años sesenta y principios de los setenta, muy de mañana, camino a las milpas, rumbo al Ojo de Agua. Justo debajo del puente-hamaca, ahora un puente “alto” del lado poniente, junto al barrio de las Casitas. Desde donde gente grande y nosotros pequeños, todos azorados, observamos cómo la vida alterada y sus efectos pasan a ochenta centímetros o a un metro de nuestras plantas. Cómo bogan lentamente sobre el agua achocolatada, rumbo a la desembocadura del río Grijalva: árboles, trozas, madera recién aserrada, leña, bancas, pequeños muebles y animales muertos.
Me estoy refiriendo a las grandiosas, aunque en ocasiones descomunales avenidas del río Cuxtepeques o La Concordia, lo mismo que al vecino río Aguacate, procedente de Jaltenango. Mismos que hasta la fecha, aunque disminuidos sensiblemente en sus trayectos, son domeñados al fin por la presa hidroeléctrica La Angostura. Al igual que los otros grandes tributarios del Grijalva: San Gregorio, San Miguel, Dorado y el otro San Miguel o río del Brillante. ¡Nuestro grande y esplendoroso río Cuxtepeques! Controlado al fin, igualmente por una presa (El Portillo), aunque ésta destinada al riego agrícola y al abasto urbano.
Río Cuxtepeques hermoso y río Aguacate-Xaltenango hermano, ambos drenes naturales de la Sierra Madre de Chiapas. Ambos superpuestos a la mayor parte del territorio incluido dentro de la Reserva de la Biósfera El Triunfo, en donde se incluyen sus afluentes ríos: Negrito, Cabañas, Cuxtepeques, Naranjo, Ustate, Puerta, Palmar, Prusia, Jaltenango, Liquidámbar, Aguacate y sus innumerables arroyos.
Río Cuxtepeques de nuestras añoranzas. Hoy memorable y celebrado por el descubrimiento de este papel olvidado, anotación personal de un tal Ismael Quesada, probablemente profesor local, probablemente viajero, aunque seguramente foráneo, dado su desconocimiento de las entrañas del rumbo. Posiblemente informado por alguien que hubiese visto o sufrido el cataclismo en carne propia. Quizá alguien que de paso por la pequeña ciudad, observa en primera línea el desbordamiento, e informa mediante esta nota, al gobierno y al mundo, o a alguien conocido suyo, del otro lado del Grijalva, en San Bartolomé de los llanos o en Sxbal de Las Casas, y la intitula simplemente “Aluvión”.
El retazo es escrito y firmado en el pueblo de La Concordia. El día veinticuatro de octubre de 1869. Dos días después de la terrible arroyada, tres días después de que el temporal azota desde la tarde-noche del veintiuno de octubre, toda la Sierra Madre y en especial la zona de El Triunfo, subregión en donde años después se establecen las empresariales fincas cafetaleras Cuxtepeques, La Catarina, Prusia y Liquidambar. He aquí la nota.
Aluvión. Ismael Quezada. El temporal del día veintidos del corriente [mes de octubre de 1869], en la noche. Creo que ha sido general; pero puedo asegurar que en ninguna parte ha hecho los estragos que por estos lugares, [La Concordia y haciendas vecinas], a consecuencia pues, de este mal tiempo. El día veintitrés, como a las diez de la mañana, comenzó a bajar en el río [Salinas o San Pedro], que corre en las márgenes de esta población [de La Concordia] una creciente en forma tan colosal que, sin embargo de la tenacidad de la lluvia, el pueblo entero se precipitó a sus orillas a contemplar, con horror, que multitud de árboles y palos, de una dimensión fabulosa, eran el miserable juguete de sus olas.
Dos horas después el agua había subido más de cien varas [algo menos de cien metros], sobre los límites a donde han parado las crecientes más grandes que ha habido desde la fundación de este pueblo [1849, misma que,] corriendo con una precipitación increíble, iba a estrellarse contra las rocas de su cerro que está al frente y muy cerca de esta población. [Refiere el Cerrito de la Santa Cruz, al Nororiente del pueblo].
Esta circunstancia hizo que —rompiendo y alterando su cauce— pasara por ahí una gran parte de agua que […], impidiendo el curso a innumerables arroyos que descendían [de la montaña], amenazó la destrucción de esta población. El agua avanzaba rápidamente y llegó por fin al instante en que el pueblo, lleno de angustia, comenzaba a huir para buscar sobre los cerros [del lado Suroeste], un lugar de salvación, porque no podía ya dudarse de que todo iba a perecer bajo la furia de este imponente elemento.
Parte del pueblo marchaba representando la imagen del dolor. Pero cuál sería la desesperación [de la gente], al ver que los caminos estaban cortados… porque hasta el arroyo más insignificante [probablemente los arroyos Caca y San Juan] se había[n] convertido en un río tan caudaloso que reuniéndose con las aguas que arrojaba por el cauce del río, [todo ello] formaba crespones y oleadas tan caprichosas que nos presentaba el imponente cuadro de un borrascoso mar.
Las familias resignadas a sufrir, sin remedio [ante] la muerte que proporciona más penalidades… regresaron a sus hogares y entonces se oía en la capilla [templo aún en construcción del Señor de las Misericordias] preces continuadas y —confundidas entre el ruido aterrador de las aguas— se oía también con dolor, gritos de angustia implorando la misericordia de Dios. Pero este ser omnipotente, que jamás desampara a la humanidad en circunstancias tan aflictivas, permitió que el retroceso de la creciente fuera también momentáneo y, a las nueve de la noche [del mismo día], el río había bajado considerablemente.
Al día siguiente se veían los llanos de la circunferencia [del pueblo], regados [con] los restos de innumerables animales de toda especie, cubiertos de tantos grandes palos, que aventajaba considerablemente la vista de una rozadura hecha en bosque virgen. Los ciudadanos de la clase menesterosa iban a ver con tristeza tan solo el lugar a donde un día antes criaban sus sementeras, que iban a proporcionarles durante el año, el sustento de sus familias. ¡Que dolor! ¡Todo estaba sepultado bajo las arenas [y el lodo]!
Muy fácil es que tengamos que lamentar considerables pérdidas de los propietarios del Valle de los Cuxtepeques —que tienen sus fincas en las márgenes de este mismo río— porque en la vista que se ha hecho de los desastres, se han encontrado algunas bestias con fierros [de marcar] de aquellos lugares, así como también varios objetos como frascos, botellas, tableros y otras cosas del uso de las casas.
Se tiene noticias de que las rancherías denominadas Los Vados y El Cuadro [hacia el ENE] han desaparecido, llevándose consigo —la creciente— todos los animales y sementeras de sus pobladores. Sólo las familias han escapado, huyendo por los cerros a donde aún [sobreviven] pereciendo, porque no se les ha podido prodigar ningún auxilio. Porque todas las canoas [de los “pasos” del río Grijalva] fueron presas de la corriente.
Los lugares donde están situadas las [minas] salineras, quedaron vestidos de palos y grandes bancos de arena y [lodo], y se asegura que para explotarlas, en el entrante año, tendrán los dueños que hacer fuertes desembolsos [de dinero]. La Concordia, octubre 24 de 1869.
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© Fragmento del Mapa de Chiapas dibujado por J. Besson, París. Contenido en Enrique Santibañez (1911). Chiapas. Reseña geográfica y estadística. México: Librería de la vda. de C. Bouret. 29 pp. © A. Cruz Coutiño (2020).