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El retorno de los brujos / La Feria

El retorno de los brujos / La Feria
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Sr. López 

Decía la abuela Elena que allá en Autlán, su abuelo era el que mandaba en la región, era dueño de vidas y haciendas; que su papá mandaba en su casa y nada más en su casa; y que su esposo, el abuelo Víctor, era “muy buen hombre” (la obedecía en todo). ‘¡O tempora, o mores!’, nada es para siempre. 

En la noche de los tiempos mandaba el que blandía el garrote más grande, el más bruto. Parece que también a ratos, mandaban las mujeres cavernícolas, por lo del culto a la fertilidad (o les tocó macho lánguido, no se sabe). 

Luego, los que desentrañaron el misterio de la agricultura se inventaron la magia, la hechicería, dijeron que les hablaba la diosa de la tierra, el dios del agua, lo que fuera, y se asociaron con el de la macana más grande, diciendo que era el jefe por voluntad de sus dioses. Nacieron las castas sacerdotales y militares. 

Al paso de los milenios, ya creían en serio que el poder venía de dios… y pasando por alto algunos sabrosos episodios, llegamos a los reyes verdaderamente absolutos que por supuesto, lo eran por voluntad de Dios (con mayúscula, ya existía el cristianismo). 

Y de repente un grupo de envidiosos organizó la Revolución Francesa y le dijeron al rey: ¡al diablo con tus instituciones! Y resultó que el poder ya no venía de Dios sino del pueblo (y los teólogos sin despeinarse, dijeron que sí, que Dios manifestaba su voluntad a través del pueblo… vivos). 

Sin embargo, tumbar reyes, familias reales, significaba poner de mandamás a uno que eligiera la gente junto con sus gatos, que al saber que estarían trepados solo por un rato, tratarían de aprovechar el poder en su beneficio y ¡zaz!, se les ocurrió dividir el poder para equilibrarlo. Suena bien. 

Antes, griegos y romanos habían dividido el poder pero no hay espacio para contar completo el chisme. Pero no se les ocurrió nomás, no, Aristóteles el segundo cerebro más grande que ha dado nuestra especie (el otro es Tomás de Aquino, el Gran Gordo), Aristóteles, le decía, unos 300 años a.C., propuso en su libro ‘Política’, la conveniencia de dividir el poder en tres: “el que delibera, el que manda y el que juzga” (legislativo, ejecutivo y judicial), y hasta 1777 un prócer gringo, Alexander Hamilton, llamó a las cosas por su nombre cuando escribió (el 19 de mayo de ese año): “Una democracia representativa, donde el derecho de elección está bien asegurado y regulado y el ejercicio de las autoridades legislativas, ejecutivas y judiciales, está conferido a personas seleccionadas, elegidas realmente (…)”. 

Como sea, en los EUA se escribió la primera Constitución y le incorporaron la división efectiva de los poderes, vigente desde el 4 de marzo de 1789. Hace 234 años. Si lee por ahí que San Marino la tuvo antes, en 1600, no haga caso, es mentira, ni constitución tienen. 

Así las cosas, se popularizó en todo el mundo lo de dividir el poder (hoy las excepciones son: Arabia Saudita, Brunéi, Qatar, Omán, Suazilandia… ¡ah! y el Vaticano, claro, ahí manda el Papa a sus 617 habitantes). 

Sin embargo, tal y como es costumbre tratándose de nuestra especie, al paso del tiempo las cosas se complican y la idílica división del poder ya no fue suficiente para controlar a los poderosos y se le fueron agregando elementos de control del ejercicio de los gobernantes. En los EUA en 1921, fundaron la Oficina de Responsabilidad del Gobierno de EUA (GAO, por sus siglas en inglés), que revisa cada centavo que gasta el gobierno y su apego a la ley en todo su ejercicio (como nuestra ASF, pero en serio). 

Luego de la Segunda Guerra Mundial se inventó lo de los derechos humanos (cosa estupenda pero inventada), y cuando desapareció la URSS, más que la acumulación de bombas atómicas lo que necesitaron las potencias fue detonar la producción y el comercio, complicando enormidades el gobierno de los estados-nación, al estar imbricados todos los países en complejísimas redes comerciales que fortalecieron la importancia de sus gobiernos que a la vez, manejaron recursos nunca antes vistos… y nacieron los órganos autónomos, para cuidarle las manos a los gobernantes, garantizar la equidad de las relaciones comerciales ya globales y la democracia electoral que la historia prueba, no puede estar en manos de los propios gobernantes. 

En México tenemos incorporados a la Constitución, órganos de esos que son contrapeso a las decisiones del gobierno para asegurar técnicamente su apego a la ley, los tratados y acuerdos, como la Comisión Federal de Competencia (Cofece), el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT); la Comisión Federal de Competencia (COFECE); el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL); y la CNDH que hoy está pintada. 

De todos habla mal el Presidente y en enero de 2021, propuso desaparecerlos porque según él, “son estructuras que se crearon para facilitar la privatización, el despojo de bienes nacionales”; luego, muy a su disgusto desistió de eliminarlos en febrero de 2022, insistiendo en que su sucesor debe ser de Morena para “que se siga desmontando la estructura burocrática, facciosa, sectaria y contraria al interés nacional”. No ha entendido nada. 

El argumento presidencial es moral: “No hace falta que exista todo un aparato que cuesta tanto (…) Si nosotros actuamos con rectitud y cumplimos con nuestra responsabilidad tenemos que respetar y hacer respetar las leyes (…) ¿para qué tener un aparato administrativo costoso…?” 

Visto así, si él y su sucesora (sucesor si Claudita sigue sin levantar vapor), son gente decentísima, incapaz de no respetar la ley, sobran todos los órganos autónomos y también la Fiscalía General, el INE (por supuesto), y el Poder Judicial (ellos muy bien pueden aplicar la ley, ¿o hay desconfianza?). Sí, visto así, bien podemos innovar regresando al mando único, el del macanero principal. Proyecto de país modelo chancla pata de gallo. 

En 2024, quede quien quede de Ejecutivo, lo que verdaderamente importa es conseguir un sólido Congreso opositor, eso, o el retorno de los brujos.

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