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El precio / La Feria

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Sr. López 

Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, hizo muchas y algunas graves. En ausencia de él y sus papás, en una sobremesa de domingo, salió el tema y alguien comentó “bueno, pero en su casa no se las cantan claras”; otro más terció, “sí, hay que poner límites”; y la Directora de Administración y Disciplina del campo de adiestramiento en que fue domesticado este menda, doña Yolanda, domadora de mandriles, afamada por haber vuelto mudo con una de sus miradas al platicador perico de tía Rosita, dijo: -Con Pepe todo es inútil –sabedores los presentes que era la máxima autoridad en esas cuestiones, cambiaron de tema: ¡para que lo dijera Yolita! 

La política es sagrada. A contrapelo de la educación que recibe el tenochca promedio, que predica el rechazo a la política como algo sucio en sí mismo, hemos de recapacitar en que la política es lo que facilita u obstruye, la organización de la sociedad y la conduce por caminos andaderos o por brechas de extravío. Sí, la política, la política bien entendida, es sagrada. 

Y los que hacen política, los políticos, ejercen el oficio más importante para las naciones y para cualquier colectivo, así sea una tribu de Burundi o la asociación de ajedrecistas de Moscú. Sin políticos y sin política, prevalece la ley del más fuerte, el mandato de la violencia y la desigualdad. Sí, los verdaderos políticos son los individuos más importantes para la sociedad. La razón es sencilla: hay cosas que nadie hace, que nadie puede hacer. 

Imagine un país próspero, sin un solo pobre, con educación de excelencia, hospitales como hoteles de lujo, con todo al alcance del bolsillo de todos los ciudadanos… ¿quién los representará ante el mundo?, sí, ¿quién velará frente a los demás países, por los intereses de esa hipotética e idílica sociedad?… ¿quién asumirá la responsabilidad de su seguridad pública?… ¿quién se encargará de planear, organizar y coordinar la construcción de infraestructura urbana, carreteras, presas?…. ¿quién se hará responsable de fomentar la producción -o de la producción misma- de todo lo que a nadie interese producir porque no da utilidades?… ¿quién colectará de entre todos los integrantes de ese paraíso el dinero necesario para sufragar los gastos comunes a todos?… ¿quién hará las leyes?… ¿quién las aplicará?… el gobierno, claro, y al decir gobierno decimos política, políticos. 

La barahúnda de dislates, abusos, engaños, trampas, ineficacias, pifias, fracasos, irresponsabilidades y deshonestidades, de buena parte de nuestros gobernantes, durante buena parte de nuestra historia añeja y reciente, abonó el arribo del populismo como esperanza de los desesperados. 

Sí, el populismo, aunque difícil de definir, aunque puede ser de derecha o izquierda, aunque puede ser bien intencionado o perverso, se caracteriza por no saber sumar ni multiplicar, que lo suyo es restar y dividir. El populismo tiene la ventaja de plantear la cosa pública ante la masa en términos simples (simplones): hay élites que controlan las instituciones gubernamentales, son fuente de todos los males que se padecen, por lo que destruyéndolas, a ellas y las instituciones, todo cambia, se transforma; y el que hará posible tal prodigio es el pueblo, el verdadero pueblo, el intrínsecamente virtuoso, sabio y 

justo pueblo representado por un valedor, héroe, mesías, redentor que para serlo, debe erradicar el pluralismo político, los contrapesos al poder (porque el líder es del pueblo y los frenos son enemigos del pueblo), y anular o desobedecer las leyes que estorben a sus designios (que son los del pueblo), y debe ser intolerante porque es poseedor de la verdad como prueba su arribo al poder por la fuerza de las armas o de las urnas. 

En México en 2018 un populista arrasó en las elecciones y no tiene motivos para dudar que su asunción al poder por el dedo de Dios se escribió, como prueban los más de 30 millones de votos que lo hicieron nuestro Presidente y los altos índices de popularidad que está convencido aún tiene, a fuerza de oírse. 

A los que no nos gusta ni estamos de acuerdo, bien nos haría reflexionar tantito en que para llegar al extremo en que estamos, se llevó a extremos de miseria y desigualdad sin justificación, a una inmensa cantidad de mexicanos que hartos de estar siempre a la espera de un promisorio futuro que nunca llegaba, se dejaron seducir por un discurso que en otras circunstancias sería risible por lo cómico que es. Y no estamos solos, lo mismo y hasta peor le pasó a los EU con el Trump, que allá también sopla el aire y su sociedad también tiene heridas abiertas; hay otros ejemplos de estos tiempos como Venezuela y Brasil, sin recurrir a la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini. 

A México le urgen políticos, partidos políticos y política, mucha política. A México también le urge ciudadanía. No se puede regatear a Andrés Manuel López Obrador que sin que fuera su intención, sirvió de válvula escape a la enorme presión de un descontento social que tal vez nadie sospechaba fuera tan grande, tan ominoso, tan cerca de llevarnos al desorden generalizado, que no revolución porque eso cuesta mucho dinero. 

Y no podemos seguir pensando que lo peor nunca llega. Nada más piense que en el mundo, ahora, hay 40 dictaduras y solo 28 países plenamente democráticos y 26 democracias imperfectas (como la nuestra). 

Los partidos políticos no asumen el riesgo en que estamos, perdidos en sus pleitos internos y la rebatiña por cargos de elección. Y no van a reaccionar porque no está en riesgo su gran negocio de medrar con el erario. Estos como se ven, no tienen remedio. 

Pero olvidan nuestra historia, siempre, cuando todo parece perdido, se ha resuelto: Juárez y Díaz nos resolvieron el siglo XIX; el caos de la Revolución, lo arreglaron un alcalde de Coahuila (Carranza), un arriero (Pascual Orozco), un comerciante y agricultor fracasado (Álvaro Obregón), y un cantinero y maestro de párvulos (Plutarco Elías Calles). 

Esto se arregla, seguro, el problema es el precio.

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