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Sobre la influencia de la razón en las artes

Sobre la influencia de la razón en las artes
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Carlos Álvarez

Es generalmente aceptado que cuando el espíritu público ambiciona con el desarrollo y la aplicación inmediata de esquemas llamativos e inéditos de la razón se ven severamente descuidadas las artes imitativas. Es cierto que la voluntad de algunos siglos ha sido más licenciosa en la participación de arduas reflexiones, y muchas eras severamente menospreciadas por los anales no han ofrecido sus producciones artísticas y racionales con probidad por no haber pasado el censor de la rigurosidad de los historiadores. No creo que el descuido de las artes pueda atribuirse a la obsesión y devoción que siempre tendrá lugar en nuestras sociedades más por los preceptos que nos puedan dar las ciencias, que por el provecho más laborioso ofrecido por las artes. 

Johnson apreció que los hombres más malévolos han sido en alguna edad temprana si no virtuosos, cuando menos inocentes; atribuyó a los elementos de más de la fortuna que de la naturaleza, y la prostitución de razón y cuerpo a la que los de rangos inferiores han sido siempre orillados, la emparentó menos con la incapacidad de ver reducidas nuestras propias necesidades y más con la recreación que los seres asistidos por una mejor sustancia para el quehacer racional siempre encuentran en las industrias manipulativas. Siempre resultará mucho más fácil engañar a un hombre a quien el mismo propósito puede hacer tanto llorar como reír, que a quien no puede verse afectado anímicamente y sobreponiendo en cada accidente de su vida la idea que las desgracias tienen lugar de forma ilimitada en la existencia y de forma limitada en nuestra mente. 

En el mismo sentido que pudiéramos hacer responsables a los abortivos fines del entendimiento de cualquier involución que sufran las artes, estaríamos más cerca de considerar que la degradación de la moral de los sectores que actualmente estamos imposibilitados en muchísimos y raros sentidos de llamarles inferiores, corresponde a la perversión que tiene lugar en las clases más educadas. Macaulay consideró que las obras más imaginativas son producidas por hombres sin una gran educación; de ser cierto este principio, deberíamos estar en toda la razón de creer que la gravedad de un error es proporcional al tiempo y la energía empleadas para demostrar que estamos en lo cierto; también podríamos estar en nuestro derecho de creer que cualquier razón que nos pueda librar de la forma más inmediata que sea posible de nuestras miserias no merece ser motivo de injuria y detrimento futuro; todo esto adolece de sentido eventualmente. Sabemos que debemos ser claros en la demostración de nuestras causas, y dóciles en cuanto a la aspiración de nuestros fines, pero cuando debemos comunicar la parte más simple y exterior de nuestras pasiones entendemos que se trata de una durísima empresa. 

Pienso que atribuir cualquier fenómeno de la realidad a las ambiciones de la razón está más allá de todo alcance; podríamos declarar que la relación de la razón y las artes discrimina la dignidad de una por el honor de otra; en algunos casos podríamos ver que la reputación de la razón incrementa cuando conductas ridículas y absurdas son vindicadas por la literatura; al hacer un examen de las condiciones por las que una era tiende más a aborrecer los progresos del entendimiento, nos enfrentaríamos a muchas nociones raras e incompletas, y apoyados en los males provocados por las irregularidades razón y por la vanidad de las artes, las mentes más reflexivas no podría huir de los dictámenes arbitrarios y petulantes del sentido común, ni pararían de lamentar los métodos por los que los antiguos cánones examinaron dedujeron la naturaleza de la cosas a través de la relación de un objeto oscuro y simple como el entendimiento y de una empresa compleja y absurda como la literatura. 

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