Sr. López
Si tiene usted hijos mayores de 12 años, recordará esa terrible etapa en que los niños preguntan sin parar, desde lo más sencillo hasta lo más estrambótico, como cuando de repente sueltan: -¿Qué es un cefalópodo?… -y uno, queriendo que el crío no pierda confianza en su progenitor, que no se las huela que en cuestiones académicas no es ningún ejemplo, responde: -¿Se te antoja un helado? –y la criatura terminando su barquillo, repite: -¿Qué es un cefalópodo? –entonces, ya acorralado, recurre uno a maniobras evasivas: -Pues es como… se parece… no exactamente, pero… ¿dónde oíste eso? -porque no me va a decir que le contestaría: -Son invertebrados marinos dentro del filo de los moluscos, de los que hay unas 700 especies, comúnmente llamados pulpos, calamares, sepias y nautilos (lo estoy leyendo en Wikipedia, no se impresione). Y todo por no decir simplemente como manda el sentido común, “no sé, vamos a ver y aprendemos los dos”, eso, jamás… y el niño se da cuenta que uno es una bestia, porque eso se nota.
De veras, en serio, no se vale que lo dejen solo. Ayúdenlo. No puede estar en todo (y menos si desconoce las leyes, todas las leyes, empezando por la Constitución). Pobre hombre, tanto batallar para sentarse en La Silla, tantos años soñando con hospedarse en Palacio… y a la hora buena, no hay un alma buena que se conduela de sus penurias, que se apiade de él para que disfrute la dicha inicua de sentirse todo poderoso.
Claro que el reclamo anterior no vale si lo que sucede es que el Presidente no quiere oír consejo o si cuando le advierten que va a meter la pata, se enoja. Y esa es la posición más peligrosa para cualquiera que dirige los destinos de un país, pues acaba rodeado por rémoras que a todo le dicen que sí; así, se asemeja a un automóvil sin freno y sin volante que siempre acaba estrellándose, en este caso con la necia realidad… lo triste es que el precio lo paga el país.
Se supone por no pocos tenochcas ilustrados que nuestro actual Presidente es impositivo, mandón, autoritario, él dice que nomás es terco y así, no son pocos los que temen que haga una charamusca con la Constitución y las leyes. Y los hay que lo creen capaz de todo desfiguro, incluidas fantasías -de manera por definir-, como continuar en el cargo más allá de su periodo legal o cuando menos desaparecer al INE y los demás órganos autónomos.
No es así. Para empezar se debe tener presente que no tiene (nunca ha tenido), votos suficientes en el Congreso para reformar la Constitución (dos tercios de las curules); y sí tiene desde el principio, sobrados votos para reformar leyes (la mitad más uno). Y sin embargo, Galileo al revés, no se mueve.
El actual Presidente es el que menos iniciativas ha enviado al Congreso en su primer trienio de gobierno, comparando ese mismo periodo con los anteriores tres: Fox presentó 86 iniciativas de reformas y le aprobaron 71; Calderón, 71 iniciativas y le pasaron 55; en tanto que Peña Nieto, siempre comparando los primeros tres años de gobierno, presentó 81 iniciativas y el Congreso le aprobó 63. Y López Obrador ha enviado 36 iniciativas y le aprobaron 32. Del promedio de 80 iniciativas que han enviado los últimos tres
expresidentes en su primer trienio de gobierno, AMLO sólo ha mandado 36. Y peor: Peña Nieto en sus primeros tres años consiguió 13 reformas a la Constitución de las 18 que presentó, y el actual Ejecutivo ha presentado ocho iniciativas de reforma constitucional de las cuales han sido aprobadas, cinco.
Para lo que le queda de sexenio, están pendientes reformas a la Constitución que de verdad se ve difícil que consiga, como la eléctrica, pasar la Guardia Nacional al ejército, la reforma fiscal, el mando único policial en todo el país y la reducción de financiamiento público a los partidos. Y su tan cacareada reforma electoral también está en el lomo de un venado.
Mire usted, apenas ayer el Presidente anticipó que pasando el 10 de abril enviará una iniciativa a la Cámara de Diputados para que el pueblo elija, en las urnas, a los consejeros del INE y a los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF); esto dijo:
“Les adelanto, voy a proponer que sea el pueblo el que elija a los consejeros electorales y a los magistrados de manera directa, con voto directo y secreto. El pueblo va a elegir de manera directa, se acabó, o espero que se acabe, lo de los acuerdos cupulares, contrarios al interés del pueblo (…) Los tres Poderes van a presentar a ciudadanos verdaderamente independientes, de inobjetable honestidad. Cada Poder va a presentar a 20 ciudadanos, 60 para el caso de consejeros y algo parecido en el caso de magistrados. Y esos 60 van a ser votados, en elecciones abiertas, y el que saque más votos, ese va a ser el presidente, buscando que sean la mitad mujeres y la mitad hombres”.
Alarmas, focos rojos, jalones de pelos, alaridos de ira: ¿ya ven?, sí va a desaparecer al INE, va a hacerse un INE a su gusto para el 2024… ya tiró la máscara, sí es un déspota (ha iniciado el camino a la dictadura dijeron los del PRD), y no falta el exaltado que fuera de quicio piensa a gritos, ‘¡Sic semper tyrannis!’ (Así siempre con los tiranos) como dicen que dijo Bruto, dándole matarili a Julio César, cita babosa si las hay.
Sí lo dijo el Presidente y sí le gustaría. Nada más que el Buen Dios no concede caprichos ni endereza jorobados (a la fecha no hay un caso). Para hacer eso con el INE es indispensable modificar la Constitución que dispone con precisión cómo se eligen los consejeros del INE y su consejero presidente; si duda, revise el Artículo 41, fracción V, Apartado A, incisos a, b, c, d, e, que en resumen dicen que los elige la Cámara de Diputados en votación del Pleno, de todos, y dice muy clarito que los consejeros del INE y su consejero Presidente: “Serán electos por el voto de las dos terceras partes de los miembros presentes de la Cámara de Diputados”… y esos votos no los tiene ya sabe quién.
Se ignora el paradero del sentido común.