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Saliva mágica / La Feria

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Sr. López 

Tío Lucio fue mentiroso grado 33, de cuadro de honor, diploma y medalla. Mentía tan bien que daba gusto que le tomara a uno el pelo. Sin pisar la universidad, fue ingeniero, doctor y abogado; hizo carreteras a ojo y sin una cubeta de asfalto, cirugías sin pisar un quirófano y ganó amparos en la Suprema Corte. Nunca tuvo licencia de manejo, jamás dio mordida y una vez le sacó un préstamo a un agente de tránsito que lo iba a infraccionar. Pero la vez que embarazó a su secretaria, él le contó todo a su esposa (tía Maruca), y después de la reglamentaria escena dramático-conyugal, no pasó nada. Intrigado este menda, le preguntó por qué le había soltado la verdad a la tía y dijo más serio que Moisés explicando los Diez Mandamientos al pueblo judío: -El buen mentiroso sabe cuándo hay que decir la verdad -sabio. 

Es frase hecha que el ejercicio del poder desgasta. Sí y tiene su lógica al menos para los jefes de Estado, pues al tomar decisiones no es raro que perjudiquen a alguien o a parte de algún sector social, económico o político. Gobernar tiene ese precio cuando se gobierna. 

Lo que es una rareza es que quien esté al frente de un gobierno, se haga de enemigos a iniciativa de él mismo. Se supone que los políticos son maestros en ganar amigos y seguidores, mintiendo o halagando, nadando entre dos aguas, evadiendo definirse siempre que les es posible. 

Caso peculiar es el de nuestro actual Presidente. Algo lo impulsa a sembrar discordias y buscarse enemistades. No se refiere su texto servidor a los opositores que tiene todo partido en el poder si se trata de un régimen democrático, sino al constante ofender, ningunear y descalificar personas o instituciones, consiguiendo un flujo creciente de antagonistas y hasta la pérdida de partidarios y simpatizantes. 

Ya el solo hecho de afirmar que se está con él o contra él, es un mal planteamiento de inicio pues se puede respetar al gobernante sin estar de acuerdo con sus políticas, pero este Presidente considera que está en su contra cualquiera que difiera con él así sea en un punto o una coma. 

No le basta con referirse a un etéreo ‘pueblo bueno’, que implica la existencia de otro ‘pueblo malo’, lo que irrita a todos los que no comulgan con sus ideas y estilo de gobierno (modelo chancla pata de gallo). Por lo pronto incomoda a los 59 millones 218 mil ciudadanos con credencial del INE que NO votaron por él, que vienen a ser casi el doble que los 30 millones 113 mil que lo eligieron. 

Es muy amplio su abanico de clientes frecuentes de sus violentos discursos, no se agota en el territorio nacional y alcanza al extranjero y continentes completos como cuando insultó al Parlamento Europeo, sin percatarse de que en él están representados todos los países de Europa; pero igual se ha peleado con el gobierno de los EUA (afirmando que son “muy amistosas” las relaciones con el tío Sam), con el de España, el de Austria y Panamá y por supuesto con la prensa extranjera, las empresas foráneas que pretenden imponerle a México la grandísima novedad de que los contratos se cumplen (imagínese 

nomás), o las temibles calificadoras de la solvencia del crédito de los países, que si pasan los bonos nacionales a la calidad de papel basura, nos revientan la economía. 

Y en lo doméstico el Presidente no deja títere con cabeza, se ha peleado y ha agredido a los intelectuales, la UNAM, el Conacyt, los trabajadores de Notimex, el Tribunal Federal Electoral, la Suprema Corte, las organizaciones de la sociedad civil, los órganos autónomos (el INE a la cabeza), los empresarios (los llama ‘delincuentes de cuello blanco’), la prensa nacional, las feministas, los padres de niños con cáncer, la izquierda (el PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo)… y animado por sus ‘duros’, a la clase media (que más o menos son según el Inegi, 47 millones de tenochcas simplex, a los que hay que agregar los 6 millones que pasaron a la pobreza, 53 millones de mexicanos que el Ejecutivo desdeña y descalifica por aspiracionistas, pretenciosos y sin escrúpulos morales). 

No faltará el fanático del Presidente que con fe de converso, defienda su pelear con tantos, como parte de su gesta transformadora del país. Está bien pero a más de tres años de iniciado su gobierno deberían estar a la vista buenos resultados, grandes cambios o mejoras indiscutibles, pero si todo sigue igual tirando a empeorar (como la corrupción y la inseguridad pública), entonces es como para que empiece a flaquear la fe del más extremista de sus seguidores. 

Y algo está pasando que tiene de malas al Presidente de cara a las elecciones presidenciales de 2024. En 2018, arrasó con el 53.19% de los votos emitidos que, respecto del padrón de electores, fue el 32% (que no es poco). Muy bien, luego, en las elecciones del año pasado, Morena triunfó en once los estados, sí, pero perdió media CdMx y cosechó solo el 18% de votos del padrón, casi la mitad de votos que en 2018. Y en la primera consulta popular, para enchiquerar expresidentes, voto un escuálido 7% del electorado. Es una catástrofe que explica la desaforada campaña para que la gente vote en la consulta de este domingo, la de revocación de mandato, pues si no empata en el 32%, la caída libre será evidente… y así va a ser, en apego a la abulia cívica nacional. 

El Presidente confió de más en dos cosas: la influencia determinante de él mismo en campaña permanente, negando hechos con sus ‘otros datos’, afirmando avances donde no hay, evadiendo responsabilidades tan obvias como la inseguridad y la falta de medicamentos; y en la arrolladora atracción de votos que le darían sus programas sociales pues según él “de cada diez hogares, en cinco llega cuando menos un apoyo”. 

Olvida o no sabe el Presidente que los gallardos integrantes del peladaje nacional, sabemos que programas sociales ha habido desde antes que él y hasta mejores; y que somos expertos en la detección de mentiras, blancas, tricolores, azules, amarillas y guindas. Y también olvida que no existe la saliva mágica.

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