Héctor Estrada
Como sucede cada que se reactivan las “protestas” de la Normal Rural Mactumactzá, la idea de su reubicación hacia otro municipio de la entidad resurge de manera inmediata. Se trata pues de una institución que vive en “la cuerda floja” del rechazo social, cuyos argumentos se han desgastado con el paso de los años y que, tal vez, tenga en su cambio de ubicación la mejor salida a la creciente presión en que subsiste.
Si bien las voces que exigen un cierre definitivo se han endurecido con el paso del tiempo, lo cierto es que la escuela tiene de fondo una esencia formativa docente de gran valor social. La Mactu, más allá de las protestas públicas radicales, ha albergado durante años a estudiantes de escasos recursos, provenientes de zonas rurales, para formarlos y regresarlos a sus comunidades a fin de llevar hasta allá educación básica.
Su sistema de internado y esa misma vocación de docencia rural han permitido que muchos y muchas estudiantes logren concluir sus estudios para convertirse en valiosos docentes. Por que no todo lo que sucede ahí dentro es tan negativo como se ha popularizado en el imaginario social. La Mactumactzá requiere de cambios profundos que la acerquen más a su origen y que, de paso, la saquen de un contexto donde se ha vuelto bastante incómoda.
Y es que, la Mactu también son talleres de artes, danza, deportes y difusión cultural, sin colegiaturas o pago de inscripción. Como todas las normales rurales del país fue creada para brindar un espacio de formación integral, con internado y alimentación, a jóvenes con pocas posibilidades económicas, pero con deseos de salir adelante.
Sin embargo, también es honesto reconocer que las entrañas de la institución se han contaminado. Que ha habido excesos en los métodos de protesta y que se ha sobreempoderado a un comité estudiantil desbordado en poder, incluso por encima de las autoridades escolares internas. La ineficacia de los canales de comunicación para trasmitir su realidad o necesidades y el persistente uso de la violencia para manifestarse ha provocado un inevitable rechazo social que les está cobrado una cara factura.
Han caído en el juego perverso del auto descrédito, bastante conveniente para quienes los quieren ver extinguirse. Y es que, el problema público ha dejado de ser el gasto que implican y la obsesión de los gobiernos a fin de desaparecerlos, para convertirse en una exigencia social de orden e impartición de justicia contra quienes ahora son considerados “grupos vandálicos o enemigos públicos”, ya sin necesidad de campañas gubernamentales para desacreditarlos.
Por eso la idea de una reubicación hacia otro municipio más cercano a las zonas rurales de mayores necesidades (de donde provienen la mayoría de los alumnos) no es tan descabellada. La Mactumactzá necesita salir de esa riesgosa posición que hoy amenaza su subsistencia; requiere de cambios profundos que la saquen del ya desgastante circulo vicioso en el que se encuentra y, en el
proceso, un cambio de sede, con garantía de instalaciones dignas, podría ser una interesante alternativa… así las cosas.