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República Crispada

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Manuel Ruiseñor Liévano

A menos de 50 días de la cita con las urnas el próximo domingo 2 de junio, con un padrón electoral cercano a las 95 millones, en donde se elegirá a la próxima presidenta de México, a 128 senadoras y senadores y a 500 diputadas y diputados de la cámara baja, así como se renovarán 9 gubernaturas en los estados de Chiapas, Ciudad de México, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán, entre un total de más de 19 mil cargos de elección popular como presidentes municipales, regidurías, sindicaturas y diputaciones locales, el pulso de la vida nacional se ha crispado a grado tal, que las alarmas suenan en no pocas regiones del país. Un síntoma preocupante para la todavía joven democracia mexicana.

La inseguridad y violencia tienen luz roja encendida, a pesar de alguna mejoría como el descenso en los porcentajes de delitos de alto impacto, llámese secuestro, robo y extorsión o como la reducción de 22% en homicidios dolosos, al pasar de 101 a 79 diarios. En cuanto al registro de personas desaparecidas en lo que va de la actual administración, ya se superaron las 100 mil personas, según datos oficiales. Todo esto acorde con datos oficiales.

Lo mismo acontece cuando enfocamos nuestra mirada en torno a la cuestión electoral enmarcada en el proceso 2023-2024, porque la violencia política arroja datos preocupantes. Por ejemplo, la organización Laboratorio Electoral informó que hasta marzo 14, 44 personas han sido asesinadas, 38 hombres y 6 mujeres. Una violencia que, en propias palabras de esa organización, “va dirigida a personas que aspiran a un cargo de elección popular y a sus círculos más cercanos”. A todo lo cual debe agregarse los asesinatos de defensoras y defensores de los derechos humanos y periodistas.

En otro plano, la economía nacional presenta signos positivos en cuanto al estimado de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) para este cierre del 2024. México es el principal socio comercial de los Estados Unidos y ya en el año 2023 obtuvo su primer superávit en sus exportaciones con Estados Unidos al hacerlas crecer a más de 38 mil millones de dólares.

Por estos claroscuros que cursa la nación, resulta indispensable reflexionar de manera objetiva y serena sobre los riesgos que corre nuestro país, de no poder procesar como es debido el relevo en los poderes ejecutivo y legislativo, así como las amenazas a la gobernabilidad en varias entidades federativas del país, así como en regiones y municipios focalizados donde los poderes fácticos como los cárteles de la droga, avanzan en el control de territorios y plazas en menoscabo de la paz social y el respeto a la ley y el orden.

Con eso objetivo, vale la pena tomar en consideración aquel memorable ensayo de un intelectual mexicano de excepción, como lo fue Mariano Otero, quien, tan sólo dos décadas transcurridas después de la consumación del movimiento de Independencia en 1821, en un llamado a la conciencia de los mexicanos alertó respecto del “Verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”. Sin duda, la de Otero una de las mentes más lúcidas y jóvenes del naciente pensamiento liberal mexicano.

Decía con sensatez y clarividencia, vaya paradoja en este año 2024, que “la fisonomía de la República era la imperfección de las relaciones sociales de un todo sin armonía, sostenido únicamente por el atraso general de la sociedad”.

Hablaba de un “edificio (que) sufrió gran conmoción con la independencia, en cuya búsqueda se lanzaron la clase más numerosa, excluida de los beneficios sociales; el clero bajo, que estaba reducido a la parte más molesta y menos lucrativa de las funciones eclesiásticas, alejados de los privilegios de los clérigos españoles… y (que) este mismo celo movió a los mexicanos que servían en el ejército y a los comerciantes que eran víctimas del monopolio de las casas españolas y el resto de las clases que sufrían el peso de las prohibiciones, monopolios y exacciones de la corte”.

Y agregaba el jurista y constitucionalista jalisciense que, “en esa lucha no se conquistó más que la emancipación, y el mismo día que acabó la lucha de la independencia nacional, comenzó la de la libertad pública. Las clases mismas que se unieron para la independencia — sostenía—, han estado desacordes en la manera de organizar a la Nación, y ésta no ha podido recibir todavía una forma en la que conciliándose los intereses, presentase un conjunto lleno de unidad y de vida”. Nada más vigente en la realidad del México actual.

Continúa diciendo Otero, “no había nada que pudiera unirse en el empeño por los intereses comunes que forman las diversas clases de la sociedad. Las diversas facciones igualmente interesadas en la conservación de los abusos, no estaban acordes ni en los medios ni en el fin. Con tal anarquía, un poder incoherente en sus partes, dividido en su acción y aislado en sus recursos, de ninguna manera podía venir a ser la constitución de un pueblo. El poder político de la República no podía permanecer en esas clases débiles y fue naturalmente a parar en manos de la mayoría; y aunque en esa mayoría estaba sin disputa todo lo que había de más noble e inteligente, no tenía ni la escuela que sólo da la experiencia, ni la facilidad de que todo se arreglase por sí mismo; todo era nuevo y difícil”.

De nuevo el dedo en la llaga; la herida abierta en el corazón de la República hasta hoy. Si no: “En vez de medidas profundamente calculadas para disminuir diariamente el número y la fuerza de los intereses antiliberales que existían en el seno de la Nación, no se hizo más que darles ataques bruscos y persecuciones rencorosas que excitaron su energía sin disminuir su fuerza, y que les procuraron simpatías en vez de aislar su acción: debieron ocuparse en educar y moralizar a la multitud y en llamarla a la participación de los beneficios sociales; y esta obra lenta que suponía una diestra preparación, que requería grandes e importantes trabajos en el orden moral tanto como en el material, y que necesitaba del tiempo para fructificar, fue abandonada, creyendo que todo se había hecho con llamar a la multitud al funesto aprendizaje de las revoluciones y los desórdenes que corrompían el corazón sin ilustrar la inteligencia, ni mejorar la condición de esos hombres; y si en todo esto no había más que mala dirección y una ineptitud a toda prueba, venían luego los destierros y las persecuciones más atroces, muchas veces menos merecidas (y siempre estériles e inútiles) a mostrar qué libertad era la que daba aquel partido”.

¿Qué tal eso? Insisto, pareciera que ese México de hace casi doscientos años se volviera a leer ahora, igual que lo hizo lúcidamente Mariano Otero en su tiempo.

Una última referencia del gran abogado mexicano: “Preciso es, pues, que convengamos en que si la salvación de nuestros capitales, la perfección de nuestros procedimientos industriales y agrícolas, al aumento de la población, la construcción de nuevos y mejores caminos, la difusión de los conocimientos, la elevación de la industria y de la minería y la creación de un comercio nacional, son las primeras y más importantes necesidades de la República… ellas tienen una relación indiscutible con el arreglo de los diversos intereses sociales más propios ya para facilitar, ya para entorpecer el desarrollo de ese progreso, y por esto desde luego se conoce que las leyes que arreglen la repartición de la propiedad, la clasificación de los moradores de la República y las franquicias o las restricciones de los diversos ramos de la prosperidad pública, tienen una relación necesaria e inseparable con las exigencias de ese estado material que deciden hasta cierto punto de la suerte de la actual generación y el adelanto que las siguieren, y que forman por tanto un conjunto de cuestiones que yo llamaría del orden legislativo, puesto que pertenecen a las leyes comunes”.

Pero dejémoslo hasta ahí, pensemos que, pasado todo ese trayecto, aún no podemos hablar de un México viable y sostenible. Reflexionemos que, a los mexicanos de la presente generación, aún nos falta mucho por hacer para cumplir con la cuota que nos corresponde. Solo así, la Patria estará salvada. México ayer, hoy y siempre.

No es posible olvidar que una nación es la suma de sus partes en torno a un objetivo en común, gobiernos eficientes, leyes justas y justicia para todos. Y por otra parte, una sociedad informada, participativa y organizada.

Ya nuestra carta magna apunta hacia la independencia y el equilibrio entre poderes, a su organización y sus respectivos ámbitos de competencia. Y aunque los partidos políticos en el ejercicio del poder tienen una visión diferente de lo que puede ser un México sustentable, sostenible, y más allá de eso, equitativo, incluyente y democrático. Acaso haga falta sensatez para preservar lo que ha funcionado, modificar lo que demostró ser ineficaz.

No se ha dado en nuestra historia un proceso de larga duración política sin los elementos de civilidad, tolerancia, acuerdo y entendimiento, partiendo de reconocer no lo que divide al país en cuanto a ideologías, credos o razas, sino en lo mucho o poco que hay en común entre los diferentes, los contrarios.

La democracia nunca ha sido ni será una fórmula perfecta, cierto es que también nuestro país ha estado confrontado antes y ha podido salir adelante. El reto que toca a la sociedad tanto como al gobierno, es actuar responsablemente con lo que significan 214 años de vida independiente de la nación, 114 años de la Revolución y el primer bicentenario que este 2024 cumple Chiapas, como parte de la federación mexicana. Nada más pero nada menos, aún en esta república crispada como la de los albores de su surgimiento como nación.

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