Carlos Perola Burguete
Iniciemos retomando la intervención “Reflexión sobre 1492 (a partir del desembarco de Cristóbal Colón en América) y la descolonización”,[1] de la filósofa mexicana Katya Colmenares quien nos ofrece un punto de partida de las exposiciones más lúcidas, considero, sobre el sentido profundo del pensamiento descolonizador latinoamericano.
Desde su perspectiva situada en América Latina, Colmenares propone una mirada radical: de raíz la modernidad. Dice ella que el discurso y práctica traída, no era un proyecto de progreso, sino un proyecto civilizatorio de muerte. Y lo dice con contundencia: “Cuando yo hablo de modernidad me refiero a un proyecto civilizatorio de muerte, porque eso ha significado para nuestros pueblos”.
A partir de esa afirmación, toda su reflexión se despliega como una invitación a reubicar la mirada, a descentrar el pensamiento, a volver a escuchar las voces silenciadas por cinco siglos de colonización.
El pensamiento descolonizador, en Katya Colmenares, parte del reconocimiento del lugar desde donde se piensa. “Determinar el lugar de enunciación de un discurso, o sea, el lugar desde donde uno está parado/da, pensando, es fundamental, porque todo pensamiento es expresión de un tiempo, de un momento y de un espacio geopolítico, histórico y cultural”. Esta afirmación marca el punto de partida ético de su propuesta: el pensamiento no es neutro ni universal, sino situado.
Así pues, enunciar desde América Latina, a partir del año 1942, implica asumir la herida de la conquista, la mezcla, la resistencia y la memoria de lo negado. “Somos hijos de Hernán Cortés, de Pizarro y de la Malinche; somos hijos de Bartolomé de las Casas, de Túpac Katari y de Juana Azurduy”, dice, recordando la tensión siempre existente, entre dominación y liberación, que define a la identidad latinoamericana, primeramente, con España y Europa, y luego contra el Imperio Norteamericano. Esta última parte de nuestra historia decolonial, que, en lo personal, me atrevería a sugerir dejar su reflexión para otro momento, dado sus constantes cambios internacionales.
Colmenares sostiene que el año 1492, no marca el descubrimiento de América, sino “el inicio de la modernidad como una empresa global de dominación” a partir de un proceso civilizatorio, con el que Katya se propone desmontar, a partir de explicar la trampa del lenguaje moderno, ese que nos presenta la modernidad como sinónimo de razón, democracia o universalidad.
Este proceso de develación, es uno de los momentos más reveladores de su exposición, y se da cuando analiza el papel de la lengua como vehículo de colonización. “El castellano (como lenguaje del conquistador europeo) tiene una estructura de sujeto-objeto, y esta estructura es la estructura de la modernidad”, dice Katya. “Esa forma de lenguaje no solo organiza la gramática, sino también la forma en que se concibe el mundo: el yo frente al otro, el sujeto frente al objeto.
Frente a ello, recuerda Katya, que existen lenguas originarias donde ‘no existen los objetos’, donde todo es relación intersubjetiva, una dimensión compartida y acordada. “Cuando yo digo ‘yo hablo’, debo decir también ‘tú escuchas’, porque si el otro no escucha, mi palabra no tiene sentido”. La lengua, entonces, no solo comunica, sino que crea mundos posibles. Y contundentemente advierte, que, descolonizar el pensamiento pasa por descolonizar el lenguaje: “Podemos hackear nuestras lenguas, reconstruirlas, transformarlas, pero tenemos que tener claro hacia dónde: hacia la comunidad humana y no humana” termina aseverando.
En oposición al individualismo del lenguaje moderno, Katya Colmenares propone la reconstrucción del ‘nosotros’ como principio político, ético y ontológico. “La política comienza a ser un acto en donde yo hablo, pero esta voz no es mía. Esta voz es del nosotros”, afirma. Esa comunidad no se limita a los humanos: incluye a los ancestros, a la naturaleza y a las generaciones por venir. “Somos naturaleza y tenemos que empezar a pensarnos como Pachamama, no como algo que está enfrente, sino que nosotros somos esa conciencia de vida responsable por la vida”. Así, la comunidad no es uniformidad, sino consenso complejo: la unidad de las diferencias que se reconocen y se sostienen mutuamente. “La autoridad no está arriba; está abajo, cargando la comunidad”, dice Colmenares, evocando la sabiduría de las asambleas originarias donde la palabra más verdadera es la que abraza al conjunto.
Esta idea de autoridad invertida se refleja también en la práctica política de las comunidades zapatistas de Chiapas, donde el principio de “mandar obedeciendo” materializa el mismo horizonte ético del nosotros. En la lógica zapatista, la autoridad no impone, sino que escucha; no decide sola, sino que representa el consenso alcanzado por el colectivo. Como recuerda Colmenares, la política moderna “manda mandando”, mientras que los pueblos originarios “mandan obedeciendo”. El poder, así entendido, deja de ser dominación y se vuelve servicio: el dirigente es el último eslabón de una cadena que comienza en la comunidad. De este modo, el EZLN prolonga la sabiduría de las lenguas indígenas integradas en el terreno político, encarnando una ética de la escucha activa y del consenso desde la diferencia.
Uno de los gestos más provocadores de Katya Colmenares, en un momento de su intervención, es su llamado a descolonizar también Europa. “He descubierto que hay naciones al interior de este territorio que no son España”, confiesa. Reconocer la pluralidad de pueblos dentro de Europa es, para ella, parte del mismo proceso de descolonización: desmontar las identidades únicas y las verdades universales.
En ese horizonte, dice Katya, que la filósofa retoma la noción de ‘pluriversidad’: un mundo donde quepan muchos mundos, dice ella, argumentando que “La modernidad se nos queda muy corta con sus pretensiones de universalidad; tenemos que darle un giro más crítico, construir un mundo plural, pluriverso”.
La tarea, entonces, retomando lo expresado por Katya, no es sólo resistir a la modernidad, sino crear nuevas formas de vida desde los vínculos, desde el nosotros que renace en cada comunidad, en cada pueblo, en cada barrio, en cada colonia, en cada ciudad.
El pensamiento de Katya Colmenares ofrece una clave profunda para el pensamiento descolonizador contemporáneo: la descolonización no es solo una cuestión política o económica, sino una transformación civilizatoria que atraviesa el lenguaje, la ética y su relación con la vida.
En su voz resuena una pedagogía del sentir, una filosofía que se hace cuerpo, tierra y comunidad. Frente a la modernidad que separa, clasifica y destruye, su palabra convoca a recomponer el tejido roto entre los seres humanos y la naturaleza, a volver a escuchar la voz de la Pachamama y a construir una política desde la escucha, desde el nosotros.
En su horizonte no hay un regreso romántico al pasado, sino una reconfiguración viva del presente, para volver a florecer como humanidad compartida.
Pero, ¿ y usted qué piensa sobre descolonizar el pensamiento?
[1].- Fuente Primaria: la intervención Katya Colmenares, aquí retomada, la encontrará usted en YouTube, titulada “Katya Colmenares Reflexiona sobre 1492 y la Descolonización en el País Vasco” en el siguiente vínculo.
*Carlos Perola Burguete. Investigador Periodístico en luchas del campo mexicano, la soberanía alimentaria, economía, las relaciones entre Estado, empresas y comunidades rurales. Director de la A.C. PEROLA. Miembro Honorario del Despacho Jurídico B&G-Chiapas.